Premín de Iruña

IGNACIO BALEZTENA ASCÁRATE "PREMÍN DE IRUÑA" (PAMPLONA 1887-1972): SU PERSONA, SU VIDA Y SU OBRA

"Premín de Iruña". Su persona

Introducción

Es complicado para un hijo, por lo menos para mí, el escribir de su padre, sobre todo si se le tiene gran ca­riño y admiración. Todo le parece poco y a la vez exagerado. Temes no ser imparcial y engrandecer los hechos. Por ello he preferido recoger lo que otras personas han manifestado de él, y partiendo como base y núcleo del trabajo de licenciatura de María Teresa Alcocer, Pamplona 1983, titulado "IRUÑERIAS" de IGNACIO BALEZTENA, lo completo con lo que en periódicos, revistas, libros de actas y otras fuentes se ha dicho. Con este texto intentaré acercar a quién quiera conocer de primera mano la persona y la obra de mi padre "el aitacho", es decir Ignacio Baleztena Ascarate, "Premín de Iruña" o "Tiburcio de Okabio"

                                          Javier Baleztena Abarrategui

Empezando por el final: la muerte de "Premín de Iruña" (I)


Recordatorio de difuntos de "Premín de Iruña"

Es una forma curiosa empezar a escribir la historia de una persona por el final, pero es en el momento culminante de la muerte cuando salen a relucir realmente los intereses y amores de toda una vida.

Durante su enfermedad, larga, cruel, en la que quedó intacta su inteligencia, fue la alegría del pabe­llón de recuperación de la clínica de Madrid donde estuvo internado. Animó a todos, y luego, cuando ya no pudo hablar, vivió en silencio leyendo y releyendo mientras su vida se apagaba. Y esto sin perder nunca su alegría. Tras veinte días de agonía, D. Ignacio Baleztena Ascárate moría en Pamplona, en su casa de la Plaza del Castillo, tras escuchar la música del chistu que se bailaba en el Paseo de Valencia (Sarasate). Era el 23 de septiembre de 1972.

La foto del inicio corresponde a su recordatorio de difunto que yo mismo encargue en la imprenta. Es el que a él le hubiera gustado. Junto a la Cruz siempre en lo más alto, una foto alegre sacada en un momento de su vida en que estaba bailando, posiblemente el Ingurucho de Leiza. “Que alegría cuando me dijeron vamos a la casa del Señor”. Debajo el grito en vascuence de “su” angelico, San Miguel de Aralar: “Nor Jaungoikoa bezala? Iñor Jaungoikoa bezala” (¿Quién cómo Dios?, nadie como Dios). Y por detrás la imagen de “la Dolorosa” que se encuentra en el oratorio de Casa Baleztena, la Señora de la casa.


Trasera del recordatorio "la Dolorosa de Casa Baleztena"
Tras leer estas primeras letras a él le gustaría que este "recordatorio" tuviera la finalidad que propiamente corresponde a estas tarjeticas, para que recuerdes tú, amable lector, echar un recico por su eterno descanso en el Cielo, no sea que aun esté intentando alegrar en lo que se pueda el purgatorio con su buen humor escribiendo alguna  de sus aleluyas o cancioncicas a la espera de bailarlas en el Cielo. Dale Señor el descanso eterno.

Empezando por el final. La muerte de "Premín de Iruña" (II)

Siguiendo con la narración de algunos detalles de la muerte de "Premín de Iruña" expondré algunas anécdotas de esos días, que reflejan que murió como vivió (cosa que suele ocurrir por otra parte).

El cadáver fue velado en el oratorio de Casa Baleztena, bajo la Virgen Dolorosa y junto a un cuadro con la leyenda tan carlista que dice: "Ante Dios nunca serás héroe anónimo". Sobre el sudario su caperuza de "mozorro" que tantas veces utilizó en las procesiones de Semana Santa como fiel miembro de la "Hermandad de la Pasión". Hasta allí se acercaron cientos de pamploneses que posteriormente llenaron en mucho mayor número la Parroquia de San Nicolás, abarrotada en sus funerales. Se congregaron gentes de todo tipo: las autoridades municipales y forales y sobre todo el pueblo de Pamplona al que tanto quiso. Muchos amigos  de toda condición pero sobre todo montones de personas agradecidas. El nunca hizo distinciones y eso se vivió en su despedida. También acudieron sus queridos gitanos de la zona de la C/ Descalzos, con los que siempre tuvo muy buenas relaciones. Durante la Misa el órgano entonó el "Agur Jaunak" que es un canto vasco de bienvenida, en este caso de bienvenida al camino definitivo hacia el Cielo. Las banderas de la Diputración Foral de Navarra permanecieron a media asta.

Una curiosidad que seguro que le emocionó cuando lo vio posiblemente  desde el Purgatorio fue lo que ocurrió el 5 de Enero de 1973. Sus grandes amigos, SSMM los Reyes Magos de Oriente, antes de comenzar la cabalgata, acudieron al panteón familiar donde reposan todavía  sus restos  en el cementerio de Pamplona. Allí, sobre su tumba tras rezar un responso, le dejaron como último regalo a sus otros reyes amados: los gigantes de Pamplona. Que sepultura más alegre y bien acompañada entre "sus" Reyes Magos y "sus" queridos gigantes. Cuantos buenos y alegres momentos en este emotivo recuerdo.

A continuación en la foto se muestra este homenaje tan emocionante. Curiosamente siempre han dicho que el paje del Rey Baltasar que ayudó a depositar las figuricas se parecía mucho a mí. Puede ser, lo cierto es que yo estaba allí viviéndolo en primera persona.


SS. MM. Los Reyes magos de Oriente visitan el panteón donde descansa Ignacio Baleztena y le regalan las figuricas de los gigantes de Pamplona el 5 de Enero de 1973


Empezando por el final. La muerte de "Premín de Iruña" III

Empalmando con lo anterior, donde narraba como SSMM los Reyes Magos depositaron las figuras de los Gigantes de Pamplona sobre su panteón escribió Goiti en Diario de Navarra a la muerte del “aitacho”: “Los gigantes, los zaldicos, la familia muda de los cabezudos han perdido su mejor amigo". Y era cierto, como él mismo escribía en el año 1933 cuando les dedicó un libreto que publicó en la im­prenta "La Acción Social", con el título "Los GI­GANTES DE PAMPLONA. Historia de esos simpáticos monigotes que tantos ratos felices han proporcionado a Premín de Iruña, autor de este librico”.

El Rey Baltasar, al que tan intimamente estuvo unido Ignacio Baleztena durante decadas, hasta el punto que eran como las dos caras de la misma moneda, coloca los Gigantes de Pamplona en su panteón
Antes de su enfermedad en una de las tertulias de “Pregón” en las que participaba activamente se comentaba la muerte de un convecino ejemplar y él, que escu­chaba atentamente asintiendo con sus gestos cuanto se decía, puso el comentario final: "Ese habrá entrado en el Cielo con la boina puesta".

Aquella forma tan gráfica de expresar la entrada de un buen creyente en el Cielo, con la misma naturalidad y con­fianza de quien entra en su propia casa, se quedó grabada en la mente de los contertulios, que no podían menos de recor­darla y pensar que por la Misericordia de Dios, el buen cristiano y hombre ejemplar que fue don Ignacio habría en­trado también en los Cielos con su gran boina. ¡Qué bien le caía la boina, colocada airosamente sobre su cabeza!

Como se publicó en la revista “Pregón” en Otoño de 1972 D. Ignacio Baleztena, Premín de Iruña o Tiburcio de Okabío era, "el pamplonés ingenioso y bueno, el amigo del abrazo ancho y caluroso, el que llenó nuestras páginas de navarrismo, agudezas, curio­sidades navarras y sano humor”. Tenía entonces 85 años.

Comenzando por el final. La muerte de "Premín de Iruña". (y IV)

Como comentaba anteriormente en la revista "Pregón" de otoño de 1972 se escribieron algunas cosas referentes al "aitacho", Ignacio Baleztena. Entre ellas destaco la siguiente extraida del artículo "todo un símbolo de Navarra":
"Es imposible reflejar en unas líneas la variada y destacadísima personalidad de don Ignacio. Dadas sus dimen­siones, habrá que recurrir a un símil paisajístico, y decir que en él se reunían la firmeza de roca pirenaica de sus convicciones religiosas y carlistas, la alegría de una cristalina regata de Leiza en su perenne buen humor y el desbordado caudal de nuestros ríos ribereños en la genero­sidad y nobleza de su corazón.

También José Javier Uranga, antiguo Director de "Diario de Na­varra", en su sección "Desd'el Gallo de San Cernin", firmando como Ollarra, le dedicó el siguiente epitafio al día siguiente de su fallecimiento:

            "PARA IGNACIO BALEZTENA.- Yo recuerdo, entre nebulosas infantiles, mi primer contacto con don Ignacio Baleztena. Creo que fue antes de nuestra guerra, en el Gayarre, cuando estrenó el "Gigante Kilikizarra". Ya en el título el gigante moría y estiraba la garra.

            Años despues, durante muchos, convivimos juntos mañanas del Archivo de Navarra e inquietudes comunes. Ignacio Baleztena, con José María Iribarren, fue mi maestro en pamplonesismo y navarrismo. José María era la meticulosidad, el dato, el escrúpulo llevado a la literatura. Ignacio el desenfado, lo espontáneo, lo fácil. Ignacio no tenía medida de su valer y, siempre generoso, se dejó saquear y timar por amigos y desaprensivos. Era un indolente lleno de caridad intelectual.

            En aquellos años intimamos tanto, que los dos fundamos la "Cofradía del Gallico de San Cernin", de la que fue Prior. Enseñamos Navarra -cuando no había apenas coches- a los que no la conocían y publicamos libros, montamos expo­siciones y conferencias y cachupinadas y fiestas de la Faba.

            Ignacio era un hombre estupendo, increiblemente ente­rado de Navarra y de Pamplona. Su defecto -o su virtud- fue no hacer trascendencia de nada, darse en retazos y en artí­culos, en fragmentos sueltos, sin plantearse nunca una obra seria. Con lo que él sabía otros hubiesen publicado muchos libros; pero se le perdían las carpetas, escribía como un forzado, y hasta facilitaba sus investigaciones para que se luciese el primero que le abordaba.

            Nunca he conocido hombre más humilde y despreocupado de sí mismo, con menos conciencia de su categoría. Autor de las mejores canciones de San Fermín, dejó que otros las re­gis­trasen en la Sociedad de Autores; investigador número uno de Pamplona, todos nos aprovechamos de su trabajo mientras su obra quedaba inédita y olvidada. Hombre sin hiel, sin celos, hasta sin amor propio. Con un enorme corazón.

            Yo le he querido mucho a Ignacio y, me dolió tanto su enfermedad, que no me atreví a verlo después. Cuando se creó el pañuelo de San Fermín -una cursilería municipal, hubiese dicho él- protesté porque no se impuso a D. Ignacio el pri­mero de todos los pañuelos. Nadie ha vivido, ni sentido, ni dado a Pamplona tanto como Baleztena: el riau-riau, el folklore, el estilo e incluso el turismo porque un día me contó cómo había aparecido en el ruedo de la plaza, una ma­ñana de encierro, vestido de inglés con Malumbres de ma­le­tero, antes de que Hemingway publicase su libro.


Posteriormente, ya en la recta final de su vida, el Ayuntamiento de Pamplona por acuerdo de 17 de Junio de 1969 concedió el pañuelo de honor a Ignacio Baleztena por su "singular participación en las fiestas de San Fermín"
             El Ignacio entrañable, que yo más recuerdo, es el de las mañanas aburridas de primavera, cuando se escapaba del Archivo -yo le esperaba en la portería de la Diputación- y nos íbamos juntos a pasear los claustros de la Catedral, quietos, húmedos, dorados y soleados. Juanito nos habría puertas secretas y subíamos a las dependencias de los canó­nigos y al estudio de Basiano, y bajábamos a la tumba del Obispo Barbazán. Y de allí, a su museo, al de recuerdos históricos; o a pasear por el Redín. Sus libros rarísimos de encontrar -"Los gigantes de Pamplona", "Los toros en Nava­rra", "El capitán don Manuel Vidondo"...- así como la pro­fusión de sus artículos, primero en "El Pensamiento Navarro" y muchos años, semanalmente, en "Diario de Navarra", re­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­quieren una urgente atención y cuidado. Hay ahí material pamplonés para muchos libros importantes, precisamente los libros que él no quiso hacer, pero que nosotros tenemos la obligación de recopilar. José María Iribarren solía decir que Ignacio era una mina sin explotar, una gran cantera in­agotable de temas.

            Pero por encima de su sabiduría disimulada, de la hon­dura humana que disfrazaba con un chiste o una salida de tono, la enorme originalidad y popularidad de don Ignacio quedará en Navarra como algo proverbial. Con el tiempo se hablará de Baleztena como de Fernando de Amézqueta. Y se contarán sus anécdotas desde la naranja que le puso, estu­diante en Salamanca, al dedo de fray Luis el día de la inauguración de su monumento hasta la pluma de Calvo Sotelo que escamoteó siendo diputado, después de la firma del Con­venio con Navarra.

            Y quedará, sobre todo, el ejemplo de un hombre que despreció el dinero y los "consejos" y los honores para no ser más que Ignacio Baleztena. Esto vale mucho, todavía más en su caso de vencedor de una guerra, tras la que no quiso, ni mucho menos, ser triunfalista.

            Adiós, querido Ignacio, Prior, maestro, amigo, hombre de paz, de bondad y de blandas entrañas. A tí mis oraciones (si valen) y mis recuerdos y hasta, en este momento mis lá­grimas de hermano en cofradía, de un hermano que te ha que­rido de verdad y ha aprendido mucho de tí.- OLLARRA"

"Premín de Iruña", la persona (I)


Tras cerrar el episodio de la muerte del "aitacho" quiero dar dos pinceladas sobre su persona para ayudar a conocerle mejor: una será hoy y otra mañana.

Don Ignacio, como solían llamarle, pertenecía a una familia de renombre en Pamplona. Sus seudónimos más famosos fueron los de Premín de Iruña y Tiburcio de Okabío. El dicho más corriente sobre sus actuaciones era el de "cosas de Baleztena". De carácter alegre y abierto, siempre dispuesto al trato di­recto y espontáneo. De fuertes convicciones re­ligiosas y políticas.
Querido y esclarecido pamplonés. Católico a "machamar­tillo" -como dijera Menéndez y Pelayo-. Gozó siempre de po­pularidad y afecto, porque se puede afirmar, que fue el nú­mero uno de los pamploneses más populares y más cultos de su tiempo y que cultivó tantas y diversas disciplinas de hombre de letras.

Una gran virtud de don Ignacio fue su alegría. Alegría vital, honda que le hacía inconcebible el odio. Esos odios enquistados, eternos, eran algo de otra fisiología.

Carlista como toda su familia. Su hogar fue la mansión de la más acrisolada lealtad. Su modo de ser, su espíritu y sus actividades políticas le llevaron muy pronto al desem­peño de los más variados cargos, en los que, cuando fue me­nester, supo dar la cara y enfrentarse a todas las situa­ciones que siempre fueron adversas para el Carlismo.

Amó profundamente a su tierra. "¿Querrá usted creer, decía su esposa, que ni viaje de bodas pudimos hacer porque tuvo que quedarse en Madrid a defender los Fueros en un mo­mento difícil?".

Conocedor como pocos de las cosas de esta tierra, nunca dió importancia a su labor intelectual, quizá por un exceso de modestia. Fue cantera de la que aprovecharon todos.

Des­parramó su talento en miles de artículos periodís­ticos, porque el artículo estaba mucho más cerca del pueblo que la obra seria, acomodada en los estantes de una libre­ría.

No le gustaban en absoluto las gentes serias y erudi­tas, que practicaban como tales, y a los que denominaba jo­cosamente: "homes sesudos" o "le diré a usted...", y de los que comentaba que eran personas adustas con predilección por las cosas oscuras y sitios sombríos, con ropa y uñas negras, un rollo de papeles en la mano y el sombrero puesto al re­vés.

Siempre se opuso a que se le hiciera ningún homenaje, incluso a una comida de amigos si tenía este carácter. Decía que quería llegar al final de sus días "presumiendo" el no haber sido objeto de ningún acto de esta clase.

Representó un período de la Historia de Navarra. Periodo difícil, terrible, lleno de contrastes y contradic­­­­­ciones.

Alto y delgado, grandes patillas y la boina calada al estilo carlista; de carácter abierto y extrovertido, ase­quible a cualquiera, y de manera de vivir un tanto bohemia y muy poco práctica. Como padre era serio, aunque siempre mantenía la alegría. Confiaba en sus hijos y les alentaba en todos sus proyectos, aunque se salieran de lo normal, como los suyos propios. Siempre respetó sus orientaciones sin presionarles para nada, pero eso sí, predicando siempre con su ejemplo.


Grandes patillas y la boina calada al estilo carlista

Era un personaje popular de la ciudad, conocido por todos, pero hasta cierto punto incomprendido, y de una gran imaginación. Era ya una parte de ciudad como lo era su casa, punto de referencia de nuestro callejero y que siguiendo a la antigua casa navarra, conservaba su nombre, y se llamaba así, Casa Baleztena, sin número, sin calle siquiera. A ella, a visitar a don Ignacio llegaban gentes de toda clase. El intelectual, el aristócrata, el político y, sobre todo, el pueblo. A sus puertas se llamaba muchas veces para pedir algo, que es el mejor elogio que puede hacerse

"Premín de Iruña". La persona (y II)

Aun me queda este “penúltimo” apunte para ayudar a conocer cómo era la persona del "aitacho". Es decir su lado más humano. Y me parece que de manera muy acertada ya lo hizo hace años Jaime del Burgo, en la colección "Navarra Temas de Cultura Popular"[1]. Por eso me voy a limitar a transcribir lo que se publicó entonces con un título especialmente bonito y descriptivo:

            "SAMARITANO DE LA TRISTEZA.- A escala local y aún re­gional, todas las generaciones cuentan con algún personaje que pasa por la vida en olor de popularidad. Alguien a quien por su propia llaneza, su espontaneidad, su gracia natural y relevante simpatía, se le permite todo o casi todo de forma que llega a tener eso que comúnmente llamamos "cosas". "Co­sas de Fulano" -se dice-; y la sonrisa indulgente asoma a nuestros labios, propicios a admitir y celebrar cualquier genialidad del personaje.

            La generación anterior a la nuestra nos ofrece con cierto regusto -no exento de sorna a la vista del agrio y adusto ceño y malhumor reinantes-  unos cuantos prototipos de auténticos humoristas festivos de buena fe, pletóricos de sabiduría popular, de ingenio agudo, cuya memoria no debemos permitir que se pierda.

            Sin duda el más caracterizado -y sobre todo querido- de los que convivieron en aquella amable sociedad pamplonesa, es Ignacio Baleztena Ascárate, el "Premin de Iruña" del chispeante monólogo de "Joshe Miel" y del no menos cómico del casamiento de la Antonia e Iñasio, el verdadero y único creador de las "Iruñerías" que han hecho escuela, el primero que exhibió nuestro folklore en giras patrióticas que reba­saron los límites de nuestras fronteras interiores y exte­riores, el hombre pleno de humanidad y -como él diría- de "bonhomie", que consecuente con su peculiar manera de ser, por reirse de todo, llegaba a hacer pura chacota de sus propias dolencias.

            En la guerra -caballero sin tacha y sin miedo- aunque le cogió algo viejo y pudo inhibirse, con su manta y su fu­sil constituía una vieja estampa romántica por los madriles arrabaleros, que podía ilustrar con vivos colores las oní­ricas visiones valleinclanescas de "Gerifaltes de antaño" o de la evocadora Corte de Estella.

            Consecuente y circunspecto en las responsabilidades políticas; alegre, expresivo, optimista y saltarín en las bélicas aventuras que hermanaron a los hombres que buscan unidos y ansiosos la Paz.

            Ignacio Baleztena -o "Premin de Iruña", que tanto da- fue uno de los primeros colaboradores de esta entrañable Colección, y en su fácil entusiasmo estaba dispuesto a aportar a la misma su mucho saber en cuestiones de toros, teatro -fue a veces actor, a veces autor-, anécdotas pam­plonesas -le "reventaba" lo de "pamplonica"[2]-, la historia de sus piedras, de sus calles, de sus barrios, de su folklore, en una palabra, de su viejo e inefable espíritu tradicional. El lo hacía todo alegre y despreocupadamente. Y otros, más entonados, con aire doctoral, le hurtaban la salsa y se quedaban con el meollo de sus fabulosos conocimientos. Pero en ocasiones les daba gato por liebre y ellos no sabían distinguir dónde estaba la realidad y dónde había puesto su fantasía la pecadora y socarrona pluma de "Premin de Iruña".

            Por desgracia, "Premin de Iruña" únicamente pudo apor­tar a la Colección su estupendo trabajo sobre las "Comparsas de gigantes y cabezudos", que hace el número 3 de la serie. Pero se le quedaron en sus múltiples y desordenadas carpetas de cajón de sastre numerosos apuntes, notas y comentarios que iba trayéndonos poco a poco "para que hiciésemos con ellos lo que quisiéramos". Una auténtica mina sin explotar. Y la grave enfermedad que desde entonces le afecta -y no digo le aqueja, porque sabe llevarla con su nunca desmentido sentido del humor- nos privó de las delicias de sus escri­tos, cuentos, anécdotas y chascarrillos seleccionados por su propia mano, maestra en estas cuestiones.

            Un día, desde su invalidez, nos hizo el obsequio de un legajo pletórico de papeles, recortes y documentos varios. De él hemos extraído, no sin sentir honda emoción estos amables réditos de su fecundo intelecto, que son una imagen fiel de su regocijante modo de sentir la vida.

            Por nuestra parte, en esta Colección que nació sin pretensiones eruditas, sencillamente, llanamente -y sigue fiel a su norma- para dar testimonio y hacer inventario de tantos valores desconocidos u olvidados, queremos rendir por medio de esta selección de IRUÑERIAS, un homenaje de grati­tud al Samaritano de la tristeza que es "Premin de Iruña", al hombre que retiene toda la admiración y popularidad que puede concentrarse en una persona.

            "Premin de Iruña" cumplirá el 2 de abril sus 85 años, y hasta la rinconada de su casona, donde entretiene su inva­lidez espigando en viejas estampas y grabados que siempre fueron objeto de su predilección, queremos que le llegue la cantinela de Pierrot enamorado -su Pierrot- con que solía saludarnos al entrar: "Bonsoir, madame la lune, bonsoir".- JAIME DEL BURGO".


[1] Iruñerías, P. de Iruña,   Navarra. Temas de Cultura Popular, nº. 128. Pamplona: Diputación Foral de Navarra, 1972.
[2]En realidad es al revés. Lo que no le gustaba era lo de pamplonés, prueba de ello, aparte de habérselo oído decir, en sus escritos siempre ponía,  normalmente: “pamplonica”.

"Premín de Iruña" se caracterizó siempre por organizar múltiples acontecimientos cuyo fin era alegrar la vida a los demás. En la foto aparece en el centro, con su boina, en una comida en su casa de Leiza rodeado de familiares y gente de dicho pueblo en el transcurso de una celebración.
Y todo lo anteriormente escrito espero que, querido lector, te haya servido para conocer un poco mejor la persona y sobre todo el lado más humano de mi padre, el "aitacho", Ignacio Baleztena Ascárate, "Premín de Iruña" o "Tiburcio de Okabío", que lo mismo da.

Javier Baleztena Abarrategui
En Pamplona, Noviembre de 2010