(Entran don Niceto y don Venancio. Viejo verde el primero y pudiente pueblerino el segundo. Marcha alegre y jaranero don Niceto, y detrás de él, tímido y vergonzoso, don Venancio. Se sienta éste en una de las sillas más apartadas).
"Entra D. Niceto...viejo verde" (Dibujo de Ignacio Baleztena) |
Niceto.- ¡Ca, hombre, ca! Ahí estaríamos muy mal. Vamos a primera fila.
Venancio.- No, don Niceto; que la oscilación del cine me molesta mucho a la vista.
Niceto.- ¡Ja, Ja...! Si lo del cine es lo de menos, Verá usted, verá usted qué número de varietés más descacharrantes. Sobre todo el de la Bella Zulima. Me rejuvenezco cuando le oigo cantar aquello de: Serafina la Rubiales... ¡Je..., je...!
Venancio.- Pero no comprende usted que no está ni medio bien que se vean en primera fila dos calvas tan relucientes como las nuestras; además, que no me haría ninguna gracia que me reconociera alguno y fuera luego a Caparroso con el cuento.
(Don Niceto consigue arrastrar a su compañero a primera fila y se sientan delante del curda. Se quitan los sombreros mostrando a la pública vergüenza sus calvas relucientes).
Curda.- (Señalando las calvas) Al salir el sol, canta la perdiz... Señor acomodador, haga el favor de apagar estos cuatro focos, porque, vamos, me ofuscan.
Tío.- Oye tú visionario, que no hay más que dos.
Curda.- Pues yo veo cuatro como para tomar baños de sol.
Voz.- (sale una voz de general). Don Venancio, quiere usted algo para señora Nicanora, que después de la función salgo pa Caparroso.
Venancio.- ¡Vaya! ¿Lo ve usted? Ya la han tomado conmigo. (Se encasqueta el sombrero hasta las orejas y se agacha cuanto puede para pasar desapercibido).
Cirilo.- (Entra como gallo en corral ajeno y se detiene asustado al ver el local lleno de gente). ¡Jobar! Como quiera bailo yo delante de tanta gente.
Acomodador.- Caballero; me ha encargado la Bella Zulima que suba enseguida a caracterizarse.
Cirilo.- Caractere... ¿que ha dicho usted?
Acomodador.- A prepararse para el número coreográfico para bailar.
Cirilo.- ¡Ca! Dígale usted que no me atrevo. (Intenta marcharse y el acomodador le detiene). ¡Rediez! déjeme usté, que ahora mismo aparejo el macho y me voy para el pueblo, aunque se suicide esa Zulima y no me de las 250 pesetas.
Acomodador.- ¿Pero no ve usted que ya está anunciado el número?
Cirilo.- Pues que se desanuncie. De haber sabido que venía tanta gente, ya me habría echau siquiera, siquiera un par de medios para quitar la vergüenza; pero así, ¿en seco?, ¡cualquiera aguanta! Vaya, vaya, yo me voy.
Acomodador.- De ninguna manera. Mire usted que eso traería graves perjuicios a la empresa y usted sería el responsable. Lo menos, lo menos le costará la broma mil pesetas.
Cirilo.- ¿Mil pesetas?, ni aun vendiendo el macho, ni aun a la misma Joshepa Anthoni tendría para pagarlas.
Acomodador.- Pues..., usted verá; allá películas; ya sabe usted a lo que se expone.
Cirilo.- ¡Demontres encendidos! Mira que tener que... No, yo me voy... pero... eso también de que le embarguen a uno todo... ¡Bueno! Ya bailaré, pero a ver si me lleva usted un botellín de usual para que se me quite la vergüenza.
Acomodador.- Descuide usted, pero suba pronto.
Cirilo.- (Atraviesa la escena y sube al escenario. Antes de desaparecer tras el telón, mira asustado al público). Ahora que veo desde arriba me atrevo menos, y yo me bajo..., pero mira que eso de las mil pesetas... En fin, San Cirilo bendito me acoja en su seno.
Curda.- A ese, aese que se mete en el escenario. Que salga, y si no, me meto yo también. (hace ademán de subir).
Acomodador.- Baje usted enseguida. ¿No ve usted que ese señor es un artista?.
Curda._ A cualquier cosa llaman aquí arte. ¿No le parece a usted, señor calvorota?.
Niceto.- Déjeme en paz de una vez. Aquí el único c’alborota es usted.
(entra el Tolique con un grueso bastón y llega hasta el piano. Lo coge de una de las agarraderas y lo Levanta).
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