Querido lector,
veíamos en anteriores entradas como el aitacho y la familia Baleztena daba
asilo y alojamiento a las más variadas personas durante la II Guerra Mundial.
(pinchar aquí y aquí). Pues bien, una de los que se alojó en Casa Baleztena fue sir Samuel Hoare. ¿Y
quién era este personaje?. Pues una mezcla de diplomático y espía que fue
nombrado en mayo de 1940 embajador del Reino Unido en España. Churchill le
había encomendado la misión de evitar que España entrara en la guerra a favor
de Alemania.
Así el susodicho
embajador buscaba bajo manga contactos e informadores entre las gentes de las
más diversas procedencias, a la vez evitando enfrentamientos diplomáticos con
Franco con quién mantenía una tensa relación.
Sir Samuel Hoare |
Por esas cosas de
la vida, buscando posibles aliados entre los carlistas, vino a recalar con su mujer en Casa
Baleztena en los sanfermines de 1941, cosa que no fue muy bien vista por
germanófilos y pro franquistas, que organizaron una protesta contra la familia frente a la casa por acogerlos.
Y qué más quería el
sanferminero Ignacio Baleztena que agasajar a un embajador inglés a su estilo.
Puso en marcha su maquinaria mezetil para prepararle un completo programa, así
que le organizó con el Muthiko Alaiak (peña sanferminera creada por mi padre e
integrada fundamentalmente por carlistas) una exhibición de danzas en su honor.
Además ya tenía todo arreglado para que le brindaran un toro un día en el que,
junto con su hermano Pello, iban a acompañarle a ver una corrida.
El embajador que
venía con una misión más bien discreta tuvo que convencer, no sin dificultad, a
mi padre de que igual no era lo más prudente organizar semejante guirigay y que
por motivos diplomáticos era mejor suspender lo de los danzaris del Muthiko, el
brindis del toro y otras notoriedades del estilo, aunque todo esto no fue óbice
para que el británico sir disfrutara de unos sanfermines a lo grande guiado por
el aitacho, que era el mejor cicerone para este menester.
Y mientras
establecía contactos destinados a indagar la posición de los carlistas frente a
Franco y en caso de una invasión alemana, entre festejo y festejo se lo pasó en
grande, creándose una amistad personal con los Baleztena que duraría de por
vida. La cosa es que se fue de Pamplona encantado y además llegó a esta
conclusión: «Cuando salí de Pamplona, lo hice con la convicción de que los
navarros se hallaban todavía dispuestos a morir por su fe y de que si en
cualquier momento se extendía la guerra a la península, los tendríamos de
nuestra parte».
Estas historias
de familia que se han ido transmitiendo de generación en generación, tengo la
suerte de recordarlas de nuevo junto con mi prima Roshari Jaurrieta Baleztena,
ahijada del aitacho, que las vivió muy de cerca al ser contemporánea a todas
ellas y además tener una memoria prodigiosa. Que Dios se la conserve muchos
años.
Y como epílogo y
curiosidad personal, comentaré que años después, cuando me fui en plan aventura
a buscar trabajo en Londres, llevaba una carta escrita por mi padre a su viejo
amigo Lord Templewood (que era ni más ni menos que el propio Sir Samuel Hoare) para
que fuera a visitarle sabiendo que allí me acogerían con cariño. La verdad es
que por no hacer caso acabé durmiendo en una siniestra pensión abrazado a la
maleta, pero esto es otra historia que no viene a cuento.
Y hablando del
Muthiko Alaiak y el grupo de danzas veremos lo que ocurrió en Bayona en breve,
pero antes de eso y por las fechas carnavalescas en las que estamos antes
introduciré una iruñería sobre los carnavales de antaño en Pamplona, si Dios
quiere.
Enhorabuena Javier, después de más de un mes sin leerte ya veo que sigues
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