Querido lector, Tras un año en barbecho he
decidido retomar con más ansias el blog del aitacho, porque todavía quedan
cosas muy interesantes y desconocidas que asombraran a algunos. Pero antes de
recomenzar su biografía, he preferido a modo de "reinauguración
bloguera" transcribir una "iruñería" que escribió el 23 de Junio
de 1963 en el Diario de Navarra. Me han inspirado para comenzar de esta manera
dos cosas que he visto en las últimas semanas. La primera un "post" que leí escrito por un amigo y que puedes leer pinchando aquí
Y la segunda un calendario que me regalo otro amigo y que precisamente versaba sobre el mismo personaje y la misma canción:
Y la segunda un calendario que me regalo otro amigo y que precisamente versaba sobre el mismo personaje y la misma canción:
Anverso del calendario de Iparraguirre |
Reverso del calendario que me regalo el mencionado amigo |
Estas dos coincidencias me han hecho
recordar que mi padre escribió algo sobre Iparraguirre y lo he querido
rescatar.
Este conocido carlista que compuso el
"Guernikako Arbola" y que posteriormente ha sido considerado como el
gran bardo vasco, tenía un gran amigo y compañero de fatigas, el navarro
Zubiría, y sobre sus andanzas y el final del gran Iaparaguirre escribía lo
siguiente "Tiburcio de Okabío" (Ignacio Baleztena):
·
“EL AMIGO DE IPARRAGUIRRE
Se
publicaba en 1800 en Buenos Aires, una revista mensual, órgano de la Sociedad
Vasco-Española de aquella capital, titulada LAURAK-BAT. En su número
correspondiente de diciembre de 1890 apareció un artículo dedicado a la MUERTE
DE IPARRAGUIRRE.
“Tristes, muy tristes (decía) son
las noticias que de los últimos momentos del popular bardo vascongado nos traen
los diarios de la madre patria”.
“Llegó éste hace algo más de diez
años a San Sebastián en compañía de su inseparable amigo Zubiría. Volvían de
una excursión a diferentes pueblos de esta provincia (Guipúzcoa), en los cuales
tan mal acogidos fueron, y tan míseros los provechos logrados, que los dos
camaradas, poco menos que a la cuarta pregunta,, hubieron de hospedarse en una
de las más pobres viviendas que a albergar forasteros se dedican. Aun siendo
pequeño el estipendio que por su pupilaje pagaban los maltratados
excursionistas, vieron pronto agotados los recursos y acosados por la
necesidad, echáronse a buscar medios de vida”.
Sigue relatando las mil peripecias
y apuros que pasaron los dos amigos sin encontrar quien pasase de decirles el
consabido y poco cristiano –Dios le ampare-, hasta que por fin una sociedad
donostiarra organizó una velada benéfica que produjo 700 pesetas, con las que los
dos bohemios pudieron tirar una buena temporada,
Cargado por los desengaños repetía
el bardo repetidamente:
“Cuando el hombre llega a la edad
mía y el peso de los años encorva su cuerpo y apaga sus energías, encuentra que
los amigos del pasado son los enemigos del presente. Por eso quiero dar
testimonio de hermano a quienes como hermano me han tratado, olvidando a
quienes me han prodigado sus durezas, negándome que se sea digno de socorro…”.
Y así fueron pasando los años hasta
que en 1881 fue llamado el buen Iparraguirre a reforzar con sus cantos y
guitarra el coro angelical. Un escritor de la época, el mondragonés don Miguel
de Medinabeitia, escribía con fecha 7 de abril de 1881:
“… Al apearme esta tarde en
Zumárraga a mi regreso de San Sebastián, me he encontrado con la triste noticia
de haberse celebrado el mismo día, en dicho pueblo, las exequias por el eterno descanso del
ilustre cuanto desgraciado vate euskaro Sr. Iparraguirre. No he podido recoger
a mi paso otro detalle que el que la villa de Zumárraga es quien ha costeado
los gastos del entierro del finado”-
Esta afirmación del señor
Medinabeitia dio ocasión a rectificación publicada por el LAURAK-BAT EN 1890,
dice así:
“No sólo por amor a la verdad, sino
por tratarse de una página triste digna de ser añadida a la historia, no muy
conocida de Iparraguirre, debemos rectificar los equivocados informes del señor
Medinabeitia.
Desde 1878 hasta el día en que
falleció el bardo uniéronle los lazos de sincera amistad a un paisano suyo, a
quien llegó a querer tanto, que le ofreció dejarle a su muerte la guitarra que
durante muchos años le acompañó en su peregrinación.
En su última enfermedad, postrado
en lecho de uno de los cuartos del caserío de Zozoarro, donde residía, le
visitó dicho amigo, y al verle, le dijo estas palabras:
-De esta no me escapo chico: aquí
tiene (la guitarra), llévate también lo que quieras.
Estas fueron, puede decirse, las
últimas palabras que con alguna claridad pronunció; pues la muerte avanzaba a
pasos agigantados, pronto le dejó mudo.
Falleció Iparraguirre. La triste
nueva se esparció inmediatamente por las provincias. Parecía natural que los
convecinos se prestasen a rendirle el último tributo; pero en la alcoba
mortuoria sólo se vió a su amigo dictando disposiciones necesarias. De acuerdo
con los vicarios de Villarreal (pueblo natal del finado) e Ichaso (jurisdicción
del caserío donde falleció Iparraguirre), obtuve en primer término,
autorización para trasladar el cadáver al primer punto, como así se hizo en un
carruaje. Detrás de éste, iba otro que conducía al amigo, único guipuzcoano que
asistió en forma a los funerales y sepelio del finado.
Al pasar por Zumárraga la exigua
por demás comitiva fúnebre, nadie, absolutamente nadie, salió a saludarle, y
menos a acompañarle.
Al entrar en jurisdicción de
Villarreal, o sea en el puente que separa a esta villa de Zumárraga aguardaban
el clero y un individuo del ayuntamiento, según costumbre; pero nadie del
pueblo a excepción de los pocos abonados a misa mayor asistió al entierro de
Iparraguirre.
Respecto a los gastos originados,
el fiel amigo sabe los que pagó. Sólo diremos que el vicario de Villarreal
renunció a cobrar sus derechos, y que de ello debe estar enterado el sobrino
del bardo, señor Quiroga Iparraguirre, quien acaso hizo bien no recordándolo en
el banquete celebrado en Villarreal el 28 de septiembre último, al cual
banquete asistió el amigo a que nos venimos refiriendo.
Con lo dicho quedará bien enterado
el señor Medinabeitia, toda vez que le enterraron mal el 7 de abril de 1931.
Aunque no se enlaza directamente
con el asunto principal añadiremos que el heredero de la guitarra de
Iparraguirre, a quien es de lamentar se olvidara el día en que se glorificó a
éste, recibió varias cartas de los señores don Pedro Egaña y don Antonio Trueba
suplicándole que aquella joya de tanto valor fuese a parar a la diputación de
Vizcaya, para conservarla siempre en la Casa de Juntas de Guernica, a lo que
accedió la persona cuyo nombre callamos”.
No queremos deducir la moraleja.
¡Paz a los muertos!
Basta con publicar la verdad para
que las historias llenen sus funciones augustas.
A la afirmación del LAURAK-BAT, de
que, acompañado el cadáver del cantor del Árbol de Guernica iba su íntimo amigo
y compañero de aventuras el señor Zubiría, “único guipuzcoano que asistió en
forma a los funerales y sepelio del finado”. Debemos aclarar:
Zubiría era navarro; así lo afirma
don Juan Castañeda a raiz del triste suceso, y muchos otros datos poseemos para
poderlo probar. Escribía don Joaquín al presidente de la Unión Vasco-Navarra de
San Sebastián haciendo constar que el cadáver fue velado por “la amable familia
con quien había vivido y por su íntimo amigo y compañero el cantor navarro
Zubiría, quien al saber la triste noticia acudió traspasado de pena a Sosobarro
(caserío donde falleció el bardo vasco) y añade que al día siguiente, a las 7
de la mañana, el traslado del cadáver desde Zumárraga al cementerio de
Villarreal “iba Zubiría llorando amargamente”.
Muchos datos y muy curiosos hemos
podido reunir relativos a este bohemio íntimo amigo de Iparraguirre. Por ellos
podemos asegurar, que, efectivamente era navarro, natural de Elizondo y fue
quien más contribuyó a popularizar el inmortal Guernikako Arbola cantándolo por
todos los pueblos, no sólo del país vasco, sino de toda España y en muchas
veladas teatrales organizadas y dirigidas por él.”
Iruñerías, D.N. – 23 Junio 1963.
Tiburcio de Okabío
Y
con este reinicio del blog espero que pronto seguiremos con entradas
interesantes de la vida del aitacho en los años 40 y 50 si Dios quiere.
Una gran entrada Javier. La verdad es que desconocía la historia. Gracias por ilustrarnos.
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