Querido lector, como estamos viendo
a lo largo del blog la imaginación del aitacho no tenía límites, y a cada
momento, se le ocurría alguna idea, que curiosamente solía llevar a la práctica
involucrando, eso sí, a toda la familia.
Así pues, una vez terminada la
guerra y viendo que ya los veteranos de las guerras carlistas iban desapareciendo,
y con ellos los testimonios vivos de esas épocas, pensó en recoger todos los
recuerdos que pudiera y montar con ellos un museo, y se puso, o mejor dicho,
nos puso a todos manos a la obra. Ya introduje una entrada al respecto que
puedes leer pinchando aquí, para seguir ahora el hilo de la historia.
Dicho y… a hacerlo, mi padre localizó
un gran caserón que se alza a un lado de la calle Mercaderes, con traza de
palacio, de ladrillo rojo, de estilo navarro-aragonés. Balcones de hierro
volantes se abren en la fachada, y en la portada, barroca, labrada en piedra,
sobre el gran portón, se alza una estatua de San Juan Bautista, rodeada de escudos
nobiliarios y con esta inscripción:
“Este colegio de San Juan Bautista lo fundaron los
señores don Juan Bautista Iturralde y doña Manuela Munárriz, su mujer. Año 1734”.
Los señores Marqueses de Munárriz
fundaron este seminario, con sus becas, para que en él cursaran la carrera
eclesiástica los hijos del valle del Baztán. Al pasar esta antigua fundación al
gran Seminario Diocesano, quedó convertido el edificio en el Museo de Recuerdos
Históricos, que debió llamarse Museo de las Guerras Carlista, pero por mor de
la famosa Unificación, y en evitación que se apoderara de él el Movimiento
(para los más jóvenes era el principio motor del Estado en tiempos de Franco y
el partido único), con las consecuencias que ello acarrearía, al aitacho se le
ocurrió poner el nombre de Recuerdos Históricos.
Fachada del Museo de Recuerdos Históricos. En la entrada pueden verse las figuras de Ignacio Baleztena y su hermana Dolores. |
Mi padre fue el director y su
hermana Dolores, tía Lola, “su secretaria”, como le gustaba llamarse, y todos
los demás de comparsas, que trasladábamos objetos, clavábamos clavos,
chinchetas, poníamos vitrinas, maniquíes… etc. Recorríamos todas las casas en
las que se suponía había algún recuerdo, tanto en Pamplona como en los pueblos
de Navarra, Guipúzcoa, Vizcaya, Alava, etc. y se llevaban, donde los
propietarios lo cedían en depósito a Ignacio Baleztena para el Museo.
Había un problema importante, el
económico. Pidió una ayuda a la Diputación, que se la
concedió; por cierto bastante por no decir muy pequeña, pero algo es algo, y quiso
que saliera adelante como por una especie de suscripción popular, así que creó los
amigos del Museo, socios que pagaban cuotas que iban desde una peseta, las más,
hasta 25 pts., las menos, pasando por un duro, dos duros, tres… incluso dos reales
o uno, eso sí, de agujero. Lo recuerdo perfectamente, porque por navidades mi
tía Lola, que como ya he indicado, hacía las funciones de “secretaria” del
aitacho, como decía ella, nos daba a los hermanos pequeños un talonario con los
nombres de los benefactores, y allá que nos lanzábamos nosotros casa por casa a
recolectar el dinero; claro, siempre caía algún céntimo que otro, algún dulce…
Después de esta ingente labor, con
casi ninguna ayuda de nadie, incluso con la animadversión de muchos, se
consiguió inaugurarlo oficialmente el día 1 de julio de 1940, y abrirlo al
público. En él se podía visitar: la Sala de Zumalacárregui, la Sala
de los Reyes, la
Biblioteca, la Sala
de Irache, la Sala del Cura de Santa Cruz, la Sala de la Legitimidad, la Sala del Requeté, la
Sala de las Banderas, la Sala
de la
Generalísima, la Capilla, todas ellas repletas de interesantes y valiosos recuerdos, de
interesantes y valiosas historias, todo ello desaparecido posteriormente en
circunstancias que prefiero no recordar ya que este blog tiene que ser el
antídoto de la amargura.
Ya
tenía el local, aunque los dineros…, escasos, muy escasos, pero… ¿quién paraba a
mi padre? Y empezó la zarabanda. Comenzando por los objetos de la propia casa,
de los amigos, conocidos, correligionarios, recorriendo todos los pueblos de
Navarra y de los alrededores, incluso de Francia e Italia, escribiendo cartas a
todas partes consiguió un abundante material para su proyecto que de una manera
somera y con la escasa memoria que me queda voy a intentar explicarlo, haciendo
un breve recorrido por sus salas, con fotos de las mismas, en la próxima entrada
si Dios quiere.
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