Premín de Iruña

IGNACIO BALEZTENA ASCÁRATE "PREMÍN DE IRUÑA" (PAMPLONA 1887-1972): SU PERSONA, SU VIDA Y SU OBRA

lunes, 23 de mayo de 2011

La aparición de la Virgen del Camino I

Reina y Señora de Pamplona

Querido lector, durante este mes mariano seguimos con entradas relativas a la Virgen, sobre la que tanto escribió el “aitacho”. Ya conoces seguramente que el patrón de Navarra es San Francisco Javier y que el de Pamplona es San Saturnino. ¿Pero ya sabes quién es la Patrona de Navarra?. Como pista te digo que está en la Catedral. No obstante de lo que nos vamos a ocupar en esta entrada es de la Patrona de Pamplona, que es nada más y nada menos que Nuestra Señora del Camino, que ostenta el título de Reina y Señora de Pamplona y es venerada en la Iglesia de San Saturnino. O sea que si vas allí te encuentras con nuestro santo patrón y nuestra Santa Patrona de una tirada. 

Retablo de Nuestra Señora del Camino, Reina y Señora de Pamplona, en la Iglesia de San Saturnino, tomada de http://www.unav.es/arte/cmn/pamplona/pamplona3/lam11.html
Y todo esto viene a que estamos en plena octava de la Virgen del Camino (del 21 al 28 de Mayo) lpor lo que aprovecho para introducir una iruñería que mi padre, Ignacio Baleztena, escribió sobre la historia de la aparición de la Virgen del Camino. ¿La conocías?.

"APARICION DE LA VIRGEN DEL CAMINO


            En 1487, disfrutaba Navarra de una relativa paz. Los bandos agramonteses y beamonteses que durante tantos años ensangrentaron los campos de Navarra habían momentáneamente depuesto las armas, aunque bien se dejaba ver, que la más ligera chispa bastaría para reavivar un fuego tan sólo amortiguado.

            El Conde de Lerín, jefe del bando beamontés, era en realidad el jefe y señor de Pamplona y casi toda su merindad, y sus órdenes obedecidas y respetadas, más que si emanasen de los reyes; estos, Don Juan y Doña Catalina, recién casados, se hallaban en Pau, esperando la ocasión de presentarse en Pamplona para ser reconocidos y jurados en su iglesia catedral.

            Estando así las cosas, la madrugada de un día del referido año, el vecindario de Pamplona fue despertado por un estruendoso repique de todas las campanas de la parroquia de San Cernin. Las gentes saltaron de sus camas despavoridas, pues tiempos eran aquellos en que el bandear de las campanas, más era para llamar a rebatos y duelos que para anunciar glorias y alegrías.

            Pero en esta ocasión, las campanas volteaban alegremente, presagiando buenas nuevas. Los ciudadanos salieron a las calles, y en busca de noticias se dirigieron a la iglesia de San Cernin de la que procedía el bullicioso campaneo.

            Sucedió, que aquel día, al abrir el sacristán de par de mañana las puertas del templo, se colaron por ella discutiendo, murmurando y regañando un montón de madrugadoras mujericas beatas; pues en aquel entonces, como ahora y como lo será siempre y en todo tiempo y lugar, las devotas entran y andan por la casa del Señor, con más fueros y confianza que Pedro por la suya propia..

            Al llegar junto al altar les pareció ver que sobre una viga próxima al presbiterio se destacaba un bulto extraño; la velada luz matutina que se filtraba a través de las vidrieras del ábside, no iluminaba lo suficiente para distinguir lo que pudiera ser el misterioso envoltorio. Pero, en esto, un rayo más vivo, al atravesar los pintados cristales, dio de lleno sobre un precioso simulacro de la Virgen Santísima con su Niñico en el halda, que parecía bendecir con celestial sonrisa al medrosico grupo de las viejas madrugadoras. Se prosternan de rodillas, y al intentar rezar, tan sólo saben decir y repetir:

            -¡Milagro, milagro!

            El sacristán seguido de las más decididas se lanza como una exalación por la escalera de la torre y, una vez arriba, empiezan como poseídos a bandear furiosamente cuantas campanas había en ella, sin que afortunadamente aconteciera lo de la conocida canción:

                                               “De tanto bandearla
                                               se rompió el badajo
                                               y al venir abajo
                                               hizo ¡cataplán!”

            Todo Pamplona al enterarse del acontecimiento corrió a la iglesia apretujándose bajo sus naves. Todos querían adorar la imagen y besarla. La Cuenca se despobló toda rasa para venir a ver la Virgen Milagrosa; en fin, que en la capital y alrededores era optimismo, alegría y entusiasmo, cuando una numerosa cabalgata castellana de encapuchados penitentes llegó ante el portal de San Llorente y, enarbolando bandera blanca, pidieron a los guardianes licencia para entrar, pues querían ponerse al habla con las autoridades de la Ciudad. Procedía esta singular embajada de Alfaro, y la componían sus rexidores y las más destacadas personalidades civiles y eclesiásticas de la misma.

            El estado de paz en que se encontraban los reinos de Navarra y Castilla, y el nada bélico atuendo de los caballeros, disipaban toda clase de recelos y las puertas de la Ciudad les fueron abiertas. Apeáronse de las cabalgaduras y …"

            A qué vinieron los mencionados caballeros? Esto será en la próxima entrada, si Dios quiere

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