Querido lector, como veíamos Leiza estaba en plena ebullición en esasprimeras horas del Alzamiento. El aitacho, Ignacio Baleztena, tras haber dejado
organizado lo de Casa Baleztena en Pamplona se presentó la mañana del 21 en
Leiza y como Jefe Carlista de la Merindad de Pamplona, nada más llegar tomo el mando del Ayuntamiento de Leiza como alcalde provisional durante unos días y organizó
lo que consideraba prioritario, básico, anterior a todo: reponer los crucifijos
que habían sido prohibidos y retirados por las leyes anticatólicas, para volver a ponerlos en sus lugares de origen. Así finalizaba la larga "batalla de los crucifijos" librada durante la república en la que la mayoría del pueblo navarro se oponía a su retirada, frente a las autoridades de la república. Cómo fue la reposición en Leiza nos lo cuenta la tía Lola:
“Y seguía
acudiendo gente, y la cocina seguía funcionando, y el comedor siempre ocupado.
De mañana, llegó Ignacio y como jefe de la Merindad de Pamplona, su primer acto
al frente de sus huestes fue magnífico: el requeté formado subió a la Iglesia
para traer de ella los Crucifijos que habían sido retirados de la escuelas e
invitó al vecindario para que se sumara al acto. Cuando con ellos entraron en
el ayuntamiento, los voluntarios presentaron armas y con toda solemnidad fueron
repuestos en el lugar donde las leyes sectarias los habían arrancado. ¡Con qué
entusiasmo adornaron las Margaritas el altar! Repicaron las campanas, y los
requetés, formados en la Plaza, rindieron armas al Señor de los Ejércitos, que
volvió a ocupar su puesto de honor rodeado de guirnaldas tejidas por las
Margaritas. Guirnaldas de yedras y flores a profusión rodeaban la sagrada
imagen y cantaron el himno “Cristo gure Erregue”
También en Pamplona (como se ve en esta foto) y en otros sitios de toda Navarra se ralizaron actos públicos de desagravio y reposición de los crucifijos. |
Finalizado en Leiza
el acto se presentaba una misión más peligrosa: Mi padre Ignacio y sus hermanos
tuvieron que hacer de guías para un primer reconocimiento del terreno.
“Después
de esta hermosa acción espiritual, limpios de conciencia pues se habían
confesado aquella mañana, partieron para el primer reconocimiento. Se decía que
la caseta de los miqueletes de Urto, muga con Guipúzcoa, a cuatro kilómetros,
estaba ocupada por los rojos. Para cerciorarse, guiados por mis hermanos,
conocedores del terreno, llegaron a un lugar muy oculto de donde pudieron ver
que allí no había ningún movimiento.
De pronto, un grupo compuesto de unos cuarenta hombres apareció en la
carretera; traían aspecto lamentable, rota la ropa, deshecho el calzado,
cubiertos de barro. Se destacó uno de ellos, y poniéndose al frente de aquel
pelotón de desarrapados, ordenó con voz firme: ¡A formar! ¡En marcha! Y a la
voz de mando se irguieron los fatigados cuerpos y, sacando fuerza de flaqueza,
llegaron marciales frente a la compañía de los requetés. Los dos grupos
quedaron unos momentos mirándose, con admiración los unos, con curiosidad los
otros.
- “¡Rompan filas!” –ordenó el jefe. Y entonces, los recién llegados se
abrazaron a los que iban a ser sus compañeros de armas.
Eran requetés de San Sebastián y contaron su peligrosa odisea.
Cumpliendo órdenes, en la madrugada del 19, se distribuyeron entre el Hotel
María Cristina y el cuartel de Loyola. Cuando llenos de valeroso entusiasmo
entraron en el cuartel la confusión más entera reinaba en él. El jefe Carrasco
se negaba a la sublevación a pesar de estar comprometido en ella. Los oficiales
desesperados dijeron a los requetés:
-
Marchad a Navarra. Llegad
hasta Mola y contarle lo que aquí pasa”.
Así que se debía de ir
urgentemente a estar con Mola y dos requetés donostiarras (Anthon Carrere y
otro) junto con mi padre Ignacio Baleztena se trasladaron de inmediato a
Pamplona en el coche de la tía Lola que nos cuenta lo sucedido:
“Cuando en Capitanía pidieron
audiencia con Mola, fueron mal recibidos. El General estaba atareadísimo y no
podía recibirles.
- Pues tendrá que recibirnos por encima de todo.- dijo Ignacio, y sin
esperar entraron en su despacho.
-
Disculpen, no puedo
atenderles, dijo Mola.
- Traemos noticias de San Sebastián y no son buenas. El cuartel de
Loyola no se
ha sumado al
Alzamiento.
-
Imposible, no puedo
creerlo...
-
Pues, estos muchachos
llegados de allí podrán informarle.
La situación había cambiado, la frontera noroeste de Navarra ahora
estaba en primera línea. El aitacho tenía que volver pronto a Leiza, y su
sorpresa fue, la que veremos en la próxima entrada si Dios quiere.
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