Premín de Iruña

IGNACIO BALEZTENA ASCÁRATE "PREMÍN DE IRUÑA" (PAMPLONA 1887-1972): SU PERSONA, SU VIDA Y SU OBRA

jueves, 14 de junio de 2012

21 Julio de 1936 en Leiza, Ignacio Baleztena repone los crucifijos


Querido lector, como veíamos Leiza estaba en plena ebullición en esasprimeras horas del Alzamiento. El aitacho, Ignacio Baleztena, tras haber dejado organizado lo de Casa Baleztena en Pamplona se presentó la mañana del 21 en Leiza y como Jefe Carlista de la Merindad de Pamplona, nada más llegar tomo el mando del Ayuntamiento de Leiza como alcalde provisional durante unos días y organizó lo que consideraba prioritario, básico, anterior a todo: reponer los crucifijos que habían sido prohibidos y retirados por las leyes anticatólicas, para volver a ponerlos en sus lugares de origen. Así finalizaba la larga "batalla de los crucifijos" librada durante la república en la que la mayoría del pueblo navarro se oponía a su retirada, frente a las autoridades de la república. Cómo fue la reposición en Leiza nos lo cuenta la tía Lola:
Ignacio Baleztena organizó la reposición de los crucifijos en Leiza el 21 de Julio de 1936. El acto se hizo en la plaza, frente al Ayuntamiento en el que, como se ve en la foto, ya ondeaba la bandera española. Algunas fuentes aseguran que el Ignacio Baleztena como alcalde tiro al suelo la bandera republicana que fue quemada. Este testimonio es seguramente erróneo. Es posible que él retirara la bandera tricolor e izara la Española, pero es casi seguro que no participó en su ultraje. Aunque parezca un hecho menor el aitacho siempre nos enseñó que las banderas se retiran, pero no se queman ni ultrajan.

“Y seguía acudiendo gente, y la cocina seguía funcionando, y el comedor siempre ocupado. De mañana, llegó Ignacio y como jefe de la Merindad de Pamplona, su primer acto al frente de sus huestes fue magnífico: el requeté formado subió a la Iglesia para traer de ella los Crucifijos que habían sido retirados de la escuelas e invitó al vecindario para que se sumara al acto. Cuando con ellos entraron en el ayuntamiento, los voluntarios presentaron armas y con toda solemnidad fueron repuestos en el lugar donde las leyes sectarias los habían arrancado. ¡Con qué entusiasmo adornaron las Margaritas el altar! Repicaron las campanas, y los requetés, formados en la Plaza, rindieron armas al Señor de los Ejércitos, que volvió a ocupar su puesto de honor rodeado de guirnaldas tejidas por las Margaritas. Guirnaldas de yedras y flores a profusión rodeaban la sagrada imagen y cantaron el himno “Cristo gure Erregue”

También en Pamplona (como se ve en esta foto) y en otros sitios de toda Navarra se ralizaron actos públicos de desagravio y reposición de los crucifijos.
             Finalizado en Leiza el acto se presentaba una misión más peligrosa: Mi padre Ignacio y sus hermanos tuvieron que hacer de guías para un primer reconocimiento del terreno.

            “Después de esta hermosa acción espiritual, limpios de conciencia pues se habían confesado aquella mañana, partieron para el primer reconocimiento. Se decía que la caseta de los miqueletes de Urto, muga con Guipúzcoa, a cuatro kilómetros, estaba ocupada por los rojos. Para cerciorarse, guiados por mis hermanos, conocedores del terreno, llegaron a un lugar muy oculto de donde pudieron ver que allí no había ningún movimiento.

De pronto, un grupo compuesto de unos cuarenta hombres apareció en la carretera; traían aspecto lamentable, rota la ropa, deshecho el calzado, cubiertos de barro. Se destacó uno de ellos, y poniéndose al frente de aquel pelotón de desarrapados, ordenó con voz firme: ¡A formar! ¡En marcha! Y a la voz de mando se irguieron los fatigados cuerpos y, sacando fuerza de flaqueza, llegaron marciales frente a la compañía de los requetés. Los dos grupos quedaron unos momentos mirándose, con admiración los unos, con curiosidad los otros.

- “¡Rompan filas!” –ordenó el jefe. Y entonces, los recién llegados se abrazaron a los que iban a ser sus compañeros de armas.

Eran requetés de San Sebastián y contaron su peligrosa odisea. Cumpliendo órdenes, en la madrugada del 19, se distribuyeron entre el Hotel María Cristina y el cuartel de Loyola. Cuando llenos de valeroso entusiasmo entraron en el cuartel la confusión más entera reinaba en él. El jefe Carrasco se negaba a la sublevación a pesar de estar comprometido en ella. Los oficiales desesperados dijeron a los requetés:

-         Marchad a Navarra. Llegad hasta Mola y contarle lo que aquí pasa”.

Así que se debía de ir urgentemente a estar con Mola y dos requetés donostiarras (Anthon Carrere y otro) junto con mi padre Ignacio Baleztena se trasladaron de inmediato a Pamplona en el coche de la tía Lola que nos cuenta lo sucedido:

            “Cuando en Capitanía pidieron audiencia con Mola, fueron mal recibidos. El General estaba atareadísimo y no podía recibirles.

- Pues tendrá que recibirnos por encima de todo.- dijo Ignacio, y sin esperar entraron en su despacho.

-         Disculpen, no puedo atenderles, dijo Mola.

- Traemos noticias de San Sebastián y no son buenas. El cuartel de Loyola no se
ha sumado al Alzamiento.

-         Imposible, no puedo creerlo...

-         Pues, estos muchachos llegados de allí podrán informarle.

La situación había cambiado, la frontera noroeste de Navarra ahora estaba en primera línea. El aitacho tenía que volver pronto a Leiza, y su sorpresa fue, la que veremos en la próxima entrada si Dios quiere.

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