Querido lector, dejábamos
al aitacho viviendo intensamente el 19 de Julio de 1936 en Pamplona. Mientras
tanto Leiza se estaba convirtiendo en centro de operaciones del Alzamiento en
el norte de Navarra, y Petrorena, la casa familiar en dicho pueblo, “cuartel
general” del mismo. Al enterarse de ello el tío Joaquín, hermano de mi padre y
Jefe Regional Carlista de Navarra fue requerido allí, partiendo inmediatamente
con la tía Lola, mientras que mi padre Ignacio se quedó tras una agotadora
jornada en Pamplona, atendiendo a los refugiados que estaban en Casa Baleztena.
Respecto
a lo que se encontraron al llegar a Leiza el 19 de Julio nos lo cuenta la tía
Lola en sus memorias.
“Cuando llegamos a Leiza, ya de noche, la
Plaza presentaba un espectáculo insólito. A la luz de las hogueras, a las que
se acercaban para calentarse, se destacaban la silueta de miles de requetés,
los fusiles con las culatas apoyadas en el suelo y los centros entrelazados
daban el aspecto de un vivac en descanso después de una victoria”.
Fue entonces cuando se enteraron que
el Alzamiento había fracasado en Guipúzcoa, ya que el cuartel de Loyola no se
sublevó como estaba previsto, dejando colgados a todos los voluntarios requetés
guipuzcoanos que acudieron al mismo, teniendo que huir por el monte hacia
Navarra. Entre los que llegaron a Leiza muchos eran de Tolosa. Y al igual que
en Pamplona Casa Baleztena dio cobijo a muchos huidos de la zona roja, en Leiza
Petrorena hizo otro tanto:
Dolores Baleztena -la tía Lola- en el centro rodeada de uno de los grupos de carlistas vascos guipuzcoanos evadidos de Tolosa a Leiza. |
“Las
margaritas, que desde el primer momento se habían puesto en acción, recorrieron
las casas pidiendo hospedajes y alimentos. En la nuestra (Petrorena), no sé a
punto fijo cuántos hallaron cobijo, pero sí sé que nuestras camas estaban ya
cedidas y nosotras tuvimos que albergarnos en unos cuarticos de la “gambara”[1].
Carlistas tolosarras ya uniformados (en una foto posterior), con margaritas enfermeras del Hospital Alfonso Carlos |
Además se juntaban con los
voluntarios de otros puntos de Navarra que acudían hacia Guipúzcoa.
“En casa entraban y salían los muchachos, conocidos en gran parte pues
procedían de Beire, Olite y San Martín de Unx y los habíamos visto muchas veces
en la romería de Ujué”.
Si para una familia numerosa, como
Dios quiso fuera la nuestra, Petrorena era grande y tenía camas de sobra, para
alojar a un regimiento resultaba insuficiente. Sin embargo, por un desconocido
cálculo matemático, todos entraban en ella y muchos, hasta dormían. Funcionaba
la cocina, se vaciaban los armarios de sábanas y de mantas; el movimiento era
febril. Aquellos primeros días de la guerra en Leiza la casa quedó convertida
en cuartel general;
Como curiosidad tengo que comentar
que entre los muchos que durmieron allí estaba el Alférez de Requetés José
Hualde Basterra, que, tras una campaña agotadora, estuvo durmiendo más de 24
hora seguidas en el cuarto de las alcobas. Tras incorporarse de nuevo a filas
murió en el frente. ¿Y a qué viene esto?. Pues porque, cosas de la Providencia,
su sobrina Mª Jesús Gurrea Hualde, es felizmente desde hace casi 50 años mi
mujer. Quien iba a decirlo en aquellos convulsos momentos.
“A
la mañana siguiente, como muchos no tenían boina roja y no querían lanzarse a
combatir sin ellas, las margaritas, de una pieza de tela roja, cortaban y
cosían rápidamente las suspiradas “cimeras”. También fueron a las casas de los del
grupo de ezpatadanzaris del Ayuntamiento. Entregaron sus boinas rojas sin
protesta, pese a que algunos de ellos eran nacionalistas, y es más, debo añadir
que más de uno de estos últimos, atraído por el ejemplo, y empujado por sus
antepasados, se encuadraron en el Requeté. Y fueron muy bravos y apreciados.”
De la llegada de estos requetés a Leiza nos cuenta también una curiosa anécdota Fco. Javier Lizarza:
“Estábamos en Leiza con mi madre, y el mismo
19 de julio, a media tarde —no lo olvidaré nunca, yo era un niño de ocho años—
llegaron los primeros requetés: eran dos autobuses de chicos de Olite, chicos
jovencísimos, de 16 o 17 años, todos con boinica, camisa blanca y alpargatas
del campo. Pararon en la calle principal de Leiza, frente de la fonda Gogorza,
y allí estaban para recibirles las autoridades del pueblo. Estaba el alcalde de
Leiza —de origen carlista—, el cabo de la Guardia Civil, mis tíos Nazario y
Rufino… Entonces, el cabo de la Guardia Civil soltó un pequeño discurso:
«¡Bienvenidos!, Leiza os agradece que estéis hoy aquí, porque venís a salvar
España…». Y para terminar, el cabo gritó: «¡Viva la República!». Entonces, la
gente del pueblo presenté le increpó: «¡Txorua!, ¡txorua!» —que significa
“loco” en vasco—, y él nervioso corrigió: «No, que me he equivocado, ¡muera la
República». Aquél estaba —como muchos militares—con esa idea de que la
sublevación serviría para restaurar el orden, pero continuando la República”.
Así estaba el ambiente en
Leiza cuando llegó el aitacho desde Pamplona y lo primero que organizó fue… lo
que veremos en próximas entradas si Dios quiere.
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