Querido lector, en la anterior entrada decíamos que el aitacho tenía un ingenio muy agudo y una capacidad de
improvisación rápida, con un humor socarrón, que en muchas ocasiones le libró
de apuros serios y menos serios, como veremos en esta anécdota que le ocurrió
con su querida Peña Pregón en 1950. Para eso transcribimos una conferencia de
Faustino Corella, gran amigo de mi padre, impartida en Pamplona el quince de
noviembre de 1985 y publicada en la revista Pregón Siglo XXI
en octubre de 2022:
“En la primavera del año 1950 dedicamos un número extraordinario de Pregón
a la Sexta Merindad, denominado hoy con un galicismo insoportable Baja Navarra.
Era aquella época de tirantes relaciones entre España y Francia y nuestro deseo
de ello a “l´autre cóté” para obtener publicidad y colaboración de nuestros
vecinos, resultaba empresa nada fácil. Conseguir el pase fronterizo era algo
así como “poner una pica en Flandes” y, aún conseguido este, encogía un tanto
el ánimo atravesar la increíble proliferación de controles que había
establecidos. A esto debe añadirse que, emprender la aventura con los
escasísimos medios de la Administración de PREGÓN y las dificultades de
transporte (casi nadie tenía entonces vehículo de cuatro ruedas), era algo más
que coadyuvaba a encoger un poquito más el ánimo. Pero, en fin, se le echó
coraje al asunto y dada la calidad de las personas y el motivo del viaje, no fue
muy difícil convencer al Gobernador Civil para que nos diese los
correspondientes salvoconductos.
El viaje, como diría un político de hoy, resultó positivo. Obtuvimos
bastante publicidad y la valiosa colaboración de prestigiosos escritores con la
tales como Pierre Etchandi, Louis Inchauspe y otros más. Al regreso, tras haber
pasado los varios controles que había entre Behobia y Mugaire, cuando subíamos
el puerto de Velate por la noche, con shirimiri y niebla cerrada, observamos
los guiños de una linterna mortecina. Era un nuevo control sorpresa. Una
patrulla de la Benemérita nos dio el alto con un impresionante despliegue de
metralletas y perros policía. Paramos obedientemente y, antes de que se nos la
requiriera, comenzamos a buscar nuestra documentación.
Se acercó a la ventanilla del conductor un Cabo de la Guardia Civil y
preguntó que de dónde veníamos. Hubo un momento de duda. Creo que a todos
nosotros se nos pasó por la cabeza la idea de contestar que de Elizondo o de
Santesteban, para evitar posibles suspicacias. Pero preferimos ser honestos y
contestamos que veníamos de Francia.
-
¿De
Francia? –dijo el Cabo con sequedad y casi colérico-, ¿de Francia?, ¡Bajen
todos del coche!, ¡Venga, rápido! ¡Abajo todos!
Supimos más tarde que la guardia civil había recibido un “soplo” sobre
un alijo de armas, pero en nuestra ignorancia ignorancia nos desconcertó –y
preocupó- la actitud del Cabo y de uno de los números de la Guardia Civil que
vino a situarse junto a él portando amenazadoramente un subfusil. Menos mal que
yo no me di cuenta de que otro de los números se apostó tras nosotros sujetando
por el collar a un perrazo que parecía ser archivo de las peores intenciones.
El asunto se puso, en unos segundos, pero que muy feo.
Vicente Galbete tuvo una idea que nos salvó del trance. Llevaba encima
a su carnet de oficial del ejército y, aunque ya estaba licenciado, se lo
alargó con gran serenidad al encrespado Cabo, mientras se presentaba
reglamentariamente:
-
Teniente
de infantería Vicente Galbete. Permítame, Cabo, que de la novena al Coronel
Baleztena que viene de paisano en el otro coche.
Nos quedamos de una pieza. Pero Galbete, con la mayor seriedad del
mundo, se dirigió al otro coche, que conducía Masito López, y dando un taconazo
se cuadró militarmente ante la ventanilla trasera y le espetó al bueno de
Ignacio:
-
¡A sus
órdenes, mi Coronel!. Un control volante que la Guardia Civil en misión
especial al mando de un Cabo. Le he dicho que venía a informarle de lo que
ocurre.
Ignacio Baleztena, que tenía un empaque marcial indiscutible y era por
aquel entonces el decano de los pregoneros debido a su edad, podía pasar
perfectamente por un Coronel auténtico. Y como era hombre muy agudo, cogió onda
en el acto.
-
Dígale al
Cabo que se presente
El pobre guardia civil avanzó unos pasos y se cuadró ante Ignacio
-
¡A la
orden de Usía, mi Coronel!
-
Dígame,
Cabo, ¿que ocurre?
Y el Cabo informó al “Coronel Baleztena” de que había información sobre
un alijo de armas, procedente de Francia, que venía precisamente en dos
turismos del mismo tipo y marca que los nuestros. ¡También fue coincidencia!.
Pero, bueno, la cosa parecía que iba a quedar perfectamente arreglada.
Sin embargo, el bueno de Ignacio, que se lo estaba pasando lo grande y
gozando más que un chico con una tiza, no tuvo mejor idea que la de ponerse a
rizar el rizo. Con gesto entre campechano y autoritario, alargó por la
ventanilla una bota de vino que llevaban en el coche de él para alivio de
viajeros resecos, y espetó:
-
Muy bien,
Cabo. Descanse y échese un trago, que la noche está muy fría.
-
Gracias,
mi Coronel; pero estamos de servicio.
-
No importa.
Considérelo como una orden. Beba.
Se nos puso a todos un nudo en la garganta. El buen Cabo hecho un trago
y, al ir a devolver la bota Baleztena dijo:
-
Que beban
también los demás. La noche es mala para todos y hay que calentarse
En ese momento, José María Iribarren me dijo por lo bajo:
-
¿Pero qué
está haciendo Ignacio?
-
¡Nos van a
fusilar a todos!
Mientras los otros números de la guardia civil bebían de la bota,
Ignacio Baleztena mantuvo un rato de charla con el cabo, elogiando la estampa
del perro. Reintegrada finalmente la bota al coche del supuesto Coronel, y tras
desear éste el acostumbrado “¡buen servicio!”, se dirigió enfáticamente al
conductor y dijo:
-
Sargento
López, ¡adelante! continuemos el viaje
Nada más arrancar, José María Iribarren, suspirando hondamente,
comentó:
-
Lo mato. A
Ignacio, lo mato. Si dura esto dos minutos más, creedme que me da algo.
No fue Iribarren el único que lo pasó mal. Todos estábamos muy
nerviosos y acongojados, hasta tal punto que hubiéramos de parar en las Ventas
de Ulzama para echar un trago con el que aliviar el susto.
Al descender en los coches, el propio Vicente Galbete se dirigió a
Ignacio Baleztena y le dijo:
-
¡Ignacio,
por Dios! ¿Pero, estás en tu sano juicio?
E Ignacio, el bueno de Ignacio, adoptando un porte marcial increíble
con un tono autoritario, replicó:
-
¡Usted se
calla, Teniente!
Yo, entonces, le interpelé:
-
¿No te das
cuentas, Ignacio, de qué hemos podido terminar todos de muy mala manera?
Y Baleztena, me contestó:
-
¡Qué vamos
a terminar, Faustino!. Todos los de la Guardia Civil son buenos chicos.
Y con esta anécdota, real como la vida misma, doy por terminada la intervención.
Muchas gracias por vuestra paciencia y buenas noches.
Faustino Corella Estella”
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Excursión con Pregón 9 años más tarde. Visita a la Catedral de Tarazona en 1959. De izda. a dcha.: Vicente Galbete, Ignacio Baleztena, Faustino Corella, José Arteche, José Mª Muruzabal. Publicada en Pregón Siglo XXI. n65 |
Esta anécdota contada por Faustino
Corella es reflejo de lo que eran aquellas cosas que comúnmente llamaban cosas
de Baleztena. La rapidez de reflejos, el tomarse todo a chirigota, y por qué no decirlo esa imprudencia que solía
tener en situaciones límite y que precisamente le salvó en otras ocasiones de
consecuencias nefastas. Espero que “te” hayas disfrutaron tanto como yo cuando
la leí, y en la próxima entrada seguiremos con la biografía del aitacho también
de la mano de Pregón.