Querido lector, tras celebrar el día de la Virgen del Pilar nos encontramos en pleno octubre, mes del rosario, en el que existen bonitas devociones centenarias al respecto en nuestra querida Pamplona, como destacan el Rosario de la Aurora y el de Los Esclavos. Se han transmitido desde hace generaciones de padres a hijos y así como a mí me las enseño el aitacho yo se las enseño a mis hijos y nietos.
Pues bien, al calor del hogar en la sukalde[1] asando castañas en el tamboril, esta época se presta a contar pequeñas historias sencillas y cotidianas como la que vamos a ver hoy.
Asando castañas con el "damboril" en Leiza |
Este pequeño episodio nos lo contó mi hermano Luis[2] recientemente. Yo no recuerdo haberlo vivido, posiblemente porque estaba estudiando en Javier en esa época.
Normalmente siempre que se podía
nos reuníamos toda la familia para comer o cenar en el comedor de Casa
Baleztena.
Mi padre Ignacio tenía múltiples
cualidades, muchos conocimientos, un ingenio muy agudo y una capacidad de
improvisación rápida, con un humor socarrón. Pero entre ellas, aunque parezca
mentira, no se encontraba la de tener gran fluidez de palabra a la hora de
contar historias, con lo cual si perdía el hilo de una narración le costaba mucho
volver a retomarlo, y en esas reuniones era frecuente que le interrumpiéramos y
se quejara de que no le dejábamos hablar. Ahora me apena no haberle escuchado
más todo lo que sabía y “haberle aprovechado” más en sus paseos por Pamplona,
sus ofrecimientos a enseñarme cosas curiosas que él conocía, rincones,
historias...
Pues bien, nos contaba Luis
(Bollo para la familia) en una celebración en casa de mi hijo y su familia que “en la sobremesa de una de aquellas comidas
familiares mi padre estaba contando una de sus interesantes anécdotas con las
que amenizaba la mesa, y precisamente en ese momento la mamita[3], más
pendiente de atender la mesa y a todos los hijos que de escuchar lo que estaba
diciendo mi padre, interrumpió para decir algo acerca de la comida o de algún otro
tema. El aitacho perdió el hilo y le dijo:
-
Carmen por
favor, ya sabes que no me gusta que me interrumpan porque pierdo el hilo de la
conversación y se me va la historia de la cabeza.
Mi madre contestó inesperadamente
-
Pero
Ignacio, es que no callas nunca, eres un pesado – cosa con la que por cierto estaban bastante de acuerdo el resto, cada
cual hablando de sus cosas.
Esto hizo que mi padre mesuradamente se levantara, se limpiara con la
servilleta y se fuera del comedor, acto que causo esta vez sí silencio y
conmoción porque no era su forma de actuar. Ante esta inusual conducta la mamita
rompió el silencio y empezó a llorar diciendo que era la primera vez que habían
reñido de esa manera desde que se casaron, y eso hizo que todos los hijos
presentes comenzaran a aplaudirle, lo cual produjo otra reacción aún más
inesperada:
-
Pues que
sepáis que no le cambio a él por ninguno de vosotros – dijo mi madre.
Y esta afirmación indujo que le aplaudieran aún más fuerte ante ese
testimonio de claridad de ideas respecto a la familia que valía más que mil
conferencias sobre el tema.”
Posteriormente supongo que lo
habrían arreglado entre ellos a solas, pero lo cierto es que esta pequeña
anécdota íntima refleja el ambiente de familia que vivíamos en casa y puedo
testimoniar que aunque parezca increíble en esta sociedad actual nunca les vi
pelearse ni tener un desprecio del uno hacia el otro.
Agradezco mucho a mi hermano Luis que nos contara esta sencilla anécdota. Comenzábamos diciendo que tenía un ingenio muy agudo y una capacidad de improvisación rápida, con un humor socarrón, que en muchas ocasiones le libró de apuros serios y menos serios, como veremos en la próxima entrada si Dios quiere.
No hay comentarios:
Publicar un comentario