Querido lector, como hemos visto la familia Baleztena estaba expulsada de Pamplona por el gobernador civil de la II república. Pero el aitacho no podía vivir mucho tiempo lejos de su querida ciudad, y afrontando los riesgos del incumplimiento de la orden dictada por el gobernador Andrés y la posible repetición de los ataques contra él, decidió que unos sanfermines en San Sebastián era demasiado suplicio para su cuerpo, y se plantó en su vieja Iruña dispuesto a disfrutar las mezetas de este año de 1932. Además obviamente su misión era servir de “enlace” entre los carlistas y su hermano Joaquín, que era el Jefe Regional Carlista en Navarra, el cual hubiera sido aun más arriesgado que volviera.
Cuando llegó a Pamplona no era prudente que fuera ni a su piso de la Calle San Ignacio ni a Casa Baleztena, con lo cual se refugió en la casa de un amigo canónigo que vivía con una hermana en la Calle Dormitalería. Así la mujer hacía de "ama de cura" y de patrona del aitacho. No es la única vez que tuvo que refugiarse allí, como veremos más adelante.
Casa Baleztena había quedó abierta, abandonada, pero nadie se atrevió a franquear su puerta quemada. ¿Fue por miedo?, ¿por una mezcla de confusión, vergüenza y remordimiento?. Realmente la visión de la misma era desoladora, cerrada, con los cristales y los marcos rotos, con señales del incendio… Pero algo ocurrió que le emocionó al aitacho en gran manera: al pasar los gigantes por delante de la misma, se detuvieron y bailaron en su honor, ante la casa vacía, sin saber que los observaba a lo lejos, igual que solían hacerlo todos los años, como si aun se asomaran a esos balcones él y su familia. Esto le hizo olvidar las penas y con saltos y jeribeques se unió al ilustre cortejo, con gran alegría por parte de los que lo formaban. Y de nuevo bailó a Joshepamundi, su reina europea. Sabía que entre los que le rodeaban estaban algunos de los autores del asalto y quema de la casa, pero en ese momento era igual. Cosas de los sanfermines.
Casa Baleztena había quedó abierta, abandonada, pero nadie se atrevió a franquear su puerta quemada. ¿Fue por miedo?, ¿por una mezcla de confusión, vergüenza y remordimiento?. Realmente la visión de la misma era desoladora, cerrada, con los cristales y los marcos rotos, con señales del incendio… Pero algo ocurrió que le emocionó al aitacho en gran manera: al pasar los gigantes por delante de la misma, se detuvieron y bailaron en su honor, ante la casa vacía, sin saber que los observaba a lo lejos, igual que solían hacerlo todos los años, como si aun se asomaran a esos balcones él y su familia. Esto le hizo olvidar las penas y con saltos y jeribeques se unió al ilustre cortejo, con gran alegría por parte de los que lo formaban. Y de nuevo bailó a Joshepamundi, su reina europea. Sabía que entre los que le rodeaban estaban algunos de los autores del asalto y quema de la casa, pero en ese momento era igual. Cosas de los sanfermines.
De este modo, mientras estaba disfrutando de las fiestas, el mejor momento para contactar con sus correligionarios era, precisamente el día 7 de Julio, en la Misa carlista que se celebró en la capillica de San Fermín. Tras la misma, según nos narra Lizarza en sus “Memorias de una conspiración” le transmitieron unos rumores sobre un posible movimiento militar, a producirse al día siguiente, comandado por el General Barrera que posiblemente estaba en Biarritz. ¿Qué debían hacer?. Para dilucidarlo tuvieron una reunión esa misma tarde en Oricain varios representantes de Navarra, Zaragoza, Logroño y el hermano de la Condesa de Guenduláin venido desde Biarritz.
Pese a que no le sobraban motivos al aitacho para estar “caliente” tras el asalto y quema de Casa Baleztena y su expulsión de Pamplona, según cuenta Lizarza fue precisamente el que apaciguó los ánimos:
“Ignacio Baleztena impuso la cordura y disuadió a los reunidos de aquella temeridad”.
Vamos, en plenos sanfermines con estas historias. Ni hablar, no había nada preparado, era una idea peregrina y además como sentenció mi padre: “¿Qué le iba al Carlismo en un movimiento como aquel?”
Tras conseguir parar esa descabellada historia se dedicó a disfrutar de lo lindo de lo que quedaba de la tarde y la noche, como le gustaba a él hacerlo, hasta terminar corriendo el encierro. De paso además de divertirse como era su costumbre, despistaba a la policía de sus actividades políticas.
Ignacio Baleztena difrutaba los sanfermines a tope. En esta imagen se le ve años antes en tendido de sol, de pie, con una "pamela sanferminera". Me ha llamado especialmente la atención porque está entre los blusas blancas y precisamente él lleva una blusa blanca y pañuelo rojo al cuello. Esta foto de principios de siglo es un curioso testimonio sobre la posible antigüedad y origen de la vestimenta blanca y el pañuelo rojo. |
Desde este momento su vida discurrió entre Pamplona (donde volvió a fijar su residencia), Leiza y San Sebastián (donde se encontraba el resto de la familia expulsada). Pero de sus andanzas durante este año trataremos en la próxima entrada si Dios quiere.
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