Querido lector, antes de entrar en materia,no puedo dejar esta entrada sin dejar de mencionar que mañana 29 de Noviembre es día grande en nuestra querida Pamplona, ya que celebramos la festividad de nuestro patrón, San Saturnino, o San Cernin, tan querido por el aitacho. Este año se cumplen además cuatro siglos desde que el Ayuntamiento hizo el voto que Tiburcio de Okabío nos explica con su particular estilo en esta “iruñería”. Feliz fiesta de San Saturnino, nos vemos por mañana a las diez y media en esa procesión que conserva el encanto de ciudad pequeña y recoleta. Cómo lo celebrará el aitachó desde el cielo, con cohetes, echauegos y zezenzuskos, gigantes, danzaris y demás cosas que hubiera organizado aquí abajo.
Pocico de San Cernín. Tomado de aquí |
Pero para no desviarnos demasiado seguimos con la narración del asalto y quema de Casa Baleztena:
Mientras ocurría todo lo visto en las anteriores entradas, el aitacho se hallaba en su domicilio de la calle San Ignacio (actual Trinidad Fernández Arenas), casa también familiar, donde vivía con su mujer Carmen (la Mamita) que estaba embarazada de su cuarto hijo. También estaban en el edificio sus tres hijos: Silvita, Joaquincho y Rosarito, todos ellos de corta edad. Mi padre Ignacio permaneció allí para protegerlos y preparando la defensa de la casa que también corría serio peligro de ser asaltada.
Inquieto, sin saber qué pasaba en realidad y sin poder salir de casa, subió al tejado del edificio, y arrastrándose por él y por los de las casas próximas consiguió llegar hasta los que dan al Paseo de Valencia, y desde allí, agazapado entre las tejas, observaba impotente los acontecimientos que estaban acaeciendo. Figuraos la desesperación que tendría de ver lo que veía y no poder hacer nada. Lo narra la tía Lola en sus “Recuerdos de un día trágico”
Manuscrito de la tía Lola Baleztena. "Recuerdos de un día trágico" |
“Mientras esto ocurría, el pobre Ignacio, que se había quedado sin venir para defender su familia, muy amenazada también, asistía impotente, con la angustia que es de suponer, al salvamento de los suyos, desde un tejado lejano, al que llegó trepando desde el de su casa. Alternativamente, veía una persona ponerse en pie en la pared de la terraza y enseguida desaparecía en el vacío. Como los que quedaban no daban muestras de terror, pensaba que uno por uno, todos se iban salvando”
Volviendo sobre sus pasos, regresó a su casa, donde se dedicó a preparar la defensa de su familia. Solo tenía una escopeta de caza con los cartuchos que le había hecho llegar su hermano el tío Joaquín a través de la niña Silvita Jaurrieta. Pareciéndole poca esa defensa y queriendo reservarla solo para un último momento irremediable, organizó un plan consistente en llenar botellas de agua para arrojarlas por el hueco de la escalera en el caso de que asaltaran la casa para que al chocar contra el suelo parecieran explosiones como si de una bomba se tratara. Mientras tanto ya comenzaba a congregarse gente frente a la misma provocando excitación en los alrededores. A la vez que preparaba la defensa encomendaba a su mujer e hijos, al igual que al resto de la familia que se hallaban entre las llamas, a Nuestra Señora del Chaparro.
Y así estuvo, sólo, esperando el transcurso de los acontecimientos con la doble preocupación de proteger su mujer e hijos y pensando que estaría ocurriendo con el resto de la familia mientras ardía Casa Baleztena… lo cual veremos en la próxima entrada si Dios quiere.
Continuará en la próxima entrada si Dios quiere
Una familia encantadora que tuve la gran oportunidad de conocer en Madrid mientras trabaje para ellos durate los 70 y 80. Aun les recuerdo con anoranza despues de casi 3 decadas.
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