Querido lector, hoy 8 de Septiembre, festividad de la Natividad de Nuestra Señora, es un día grande para Pamplona porque celebramos el fin de las guerras entre los cuatro burgos (finalmente tres) que formaban Pamplona (Navarrería, San Nicolás y San Cernín) mediante el Privilegio de la Unión dictado por Carlos III, que decide cortar el problema de raíz el 8 de septiembre de 1423 otorgando dicho Privilegio (valga la redndancia) mediante el cual se unen las tres jurisdicciones en un único ayuntamiento, con un único escudo y unas únicas rentas.
Pero todo esto nos lo explica mucho mejor el aitacho, aportando desconocidos datos, absolutamente fiables y verídicos, como podrá desentrañar cualquier sesudo lector, en dos iruñerías que transcribo a continuación:
“EL PRIVILEGIO DE LA UNION - I
Se acerca a pasos agigantados (el tiempo tiene la mala costumbre de caminar siempre de esa manera) la gloriosa fecha para Pamplona, del 8 de septiembre. En dicho día, y año de 1423, el buen Rey de feliz memoria don Carlos III el Noble otorgó a su ciudad de Pamplona el Privilegio de la Unión, por el que desaparecen los antiguos barrios, y quedaba Pamplona unificada y sujeto a unas mismas leyes y reglamentos.
Nadie ignora, que desde los antiquísimos tiempos de Maricastaña, u aun antes de que la Coja de Cuatro Vientos volase sobre su escoba alrededor del Gallo de San Cernin, estaba Pamplona dividida en cuatro barrios distintos, con jurisdicción aparte, y las más de las veces, estaban en plan de enemigos irreconciliables.
Así estaban las cosas en 1422, cuando la princesa heredera doña Blanca, hija del Rey Carlos III, hizo traer a Navarra a su hijo Carlos, Príncipe de Viana, desde Castilla donde se hallaba. Reuniéronse las Cortes para salir a recibirlo a la frontera, a la parte de Corella, y el Rey, su hija, el príncipe y toda la corte llegaron hasta Pamplona donde estuvo a pique de ocurrir una marimorena de órdago a causa de las preferencias que cada barrio reclamaba en el orden de los obsequios. Papeles de la época hacen constar que: “en los tiempos pasados había habido debates, contiendas, escándalos de que se habían seguido muchos homicidios por razón de la división de las jurisdicciones y por hacer la administración de la justicia cada uno por su lado; e posteriormente en la entrada del rey, e en la buena venida de su nieto el príncipe don Carlos, quiso acaecer en el pueblo gran escándalo, por ocasión e causa de la división; por lo que el dicho rey había deliberado reunir las tres jurisdicciones en una”. Ya para esa época el barrio de la Navarrería y el de San Miguel se habían fundido en uno.
Mucho han escrito sobre estas cuestiones sesudos y graves historiadores; pero pocos, muy pocos son los que han leído y tenido en cuenta la relación manuscrita que hoy voy a dar a conocer a mis eruditos lectores.
Empieza por la concienzuda descripción de los antiguos barrios que va a continuación.
LOS ANTIGUOS BARRIOS DE PAMPLONA
El barrio más antiguo, el primitivo, era conocido por la Ciudad de la Navarrería. Eran sus habitantes los más alborotadores y pendencieros. Estaban muy orgullosos porque en el recinto de su población se encontraban la Catedral, el Palacio del Rey, el del Obispo, San Fermín de Aldapa y la gran churrería de la calle de la Mañueta, cuyos churros fueron muy apreciados por los legionarios romanos que aquí trajo el gran Cneo Pompeyo, y no despreciados por los bucelarios de Gundemaro, cuando momentáneamente en cierta ocasión ocuparon la Ciudad.
Aseguran los navarreríacos, y con mucha razón, que ellos eran los primitivos habitantes de Pamplona, y que los de los otros barrios eran unos hambrones que habían venido de fuera-puertas a establecerse cerca de la Navarrería por el olor de la sopa boba que repartían a los mendigos los canónigos de la Dormitalería.
Los de los otros barrios los llamaban Blusas Blancas, pues eran muchos los vecinos, que por ser pintores, doradores y santeros llevaban esa vestimenta. Contiguo a este barrio se hallaba el del Burgo de San Miguel. Este no tardó en fusionarse con el anterior formando un todo homogéneo con él.
Eran los más zarratracos de aquellos tiempos, pero también los más habilidosos. Nadie les ganaba en el arte de atrapar cardelinas y tarines con liga; eran en esto unos hachas. Todos los domingos y fiestas de guardar y muchos días que no eran ni una ni otra, salían los del barrio a lo del Sario, Arranchiquis, Lezcairu, Ochandazubi, Arriurdineta, Irunlarrea y otros términos de Pamplona y volvían con las botas vacías y las jaulas y morrales llenos de pajaricos cogidos con liga, costas, tirabeques y no pocas veces a repalo. Luego el fruto de sus hazañas cinegéticas era pregonado por todas las calles y plazas al grito de: ¡Cardelinas a diez céntimos, tarines a rial! Por este motivo se les llamaba Choriarrapazales, mote que más tarde se hizo extensivo a todos los irunshemes. Dentro de este barrio se hallaba enclavada la Judería. Cuando fueron expulsados los habitantes de este barrio, quedaron sin embargo muchos que se camuflaron e hicieron vida común con el resto de los pamploneses. De ellos, los más inofensivos son los que van en la procesión de Viernes Santo, con unas barbas largas y un estandarte que dice: “Crucifige, crucifge, evm”. Pero hay eruditos historiadores que sostienen que son falsificados y que sus barbas no son originales, sino alquiladas en casa Errazquin. También existía en este burgo el famoso trinquete de San Agustín, de muchísima más importancia –aunque los de San Cernin sostenían lo contrario- que el de la Pellejería. En aquel Trinquete, y en el frontón llamado el Ancho, el rey de Navarra Sancho el Fuerte y el de Aragón Pedro I se jugaron el pueblo de Gallipienzo contra el de Petilla de Aragón. El partido fue muy reñido. Estuvieron cuarenta a treinta, a dos, cuarenta a treinta para partida, a dos, lo menos dos horas, hasta que al fin ganó el navarro, gracias a una zirika que pegó en el fraile y desorientó por completo al monarca aragonés. Desde entonces, Petilla pertenece a Navarra, a pesar de hallarse muy adentrada en el reino aragonés.
Estos dos barrios son los que podrían llamarse indígenas, pues los otros fueron poblados por gentes de diferentes comarcas. De estos últimos el principal era el conocido por Burgo de San Cernin, que ocupaba las actuales parroquias de San Saturnino y San Lorenzo. Sus habitantes eran los más satisfechicos, pues se enorgullecían en guardar en su recinto el pozo del que sacó San Saturnino el agua con que bautizó a San Fermín y a los primeros cristianos de Pamplona. Se daban además mucha importancia porque en su jurisdicción existían diez y siete personas que sabían leer el Catón y aun escribir con falsilla. Los de los otros barrios les llamaban, en burla, pisatinteros, lo cual les ponía de un humor de perros.
Los de la Población de San Nicolás, que era el otro barrio, eran los más presumidos y vainicas y se daban mucho postín porque a la misa de doce de los domingos asistía lo pricipalico de Pamplona y muchos pollos gastaban tirilla de celuloide. También tenía su mote correspondiente. Se les llamaba caracoleros, porque salían a tomar el sol los días de invierno en la acera derecha del Paseo de Valencia.
Y así estaban las cosas hasta que en 1423 el buen rey Carlos III de feliz memoria otorgó el Privilegio de la Unión, modelo de fuero municipal, que desgraciadamente fue abolido en tiempos en que ondeó en la Península Ibérica un pabellón exótico en el que destacaba el mote de “Constitución o Muerte” – “Viva la Libertad”.
Tiburcio de Okabío
(Diario de Navarra, 6/8/1953)”
Los gigantes pasan por delante de Casa Baleztena en la celebración del Privilegio de la Unión hace dos años |
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