Querido lector, dejábamos al aitacho en los funerales de DAlfonso Carlos, y como cuenta su hermana tía Lola:
“Finalizó el año 36, dejando tras sí reguero de lágrimas y sangre, pero también saturado de vibraciones de entusiasmo, de actos de generosidad y valor, como para sublimar una época y pasar a la historia... si algún día llega a escribirse imparcialmente”.
Pues bien, el aitacho, siguiendo su carácter y forma de ser, no podía pasar por el frente quietico sin meterse en líos y no se le ocurrió mejor idea que organizar sus consabidas actividades, muy poco ortodoxas para la gravedad de una guerra, pero que ayudaban a alegrar un poco el ambiente incluso en medio de tan dramática situación. Así en las Navidades de 1937, después de haber estado en 1936 en los frentes de Zaragoza y Huesca con el Tercio María de las Nieves, acabó destinado en Leganés con el Tercio de Requetés de Cristo Rey y allí precisamente es donde organizo uno de sus festejos preferidos. Viendo mi padre, Ignacio Baleztena, aquellos niños que estaban sufriendo sin culpa los horrores de la guerra pensó que tras 5 años de república en la que habían estado privados de la ilusión de disfrutar de los Reyes Magos, la mejor manera de alegrarles la penosa situación, aunque fuera por un día, era contar con los especialistas en transmitir ilusión, es decir SSMM Melchor, Gaspar y Baltasar. Para eso puso manos a la obra y en una reunión celebrada en el “Club Golfin” de Leganés mi padre Ignacio, encargado de la intendencia, propuso trasladarse a Pamplona en un camión facilitado por el General Rada para proveerse de juguetes, ropas de niños, turrones, caramelos y cuantas cosas pudieran servir para paliar la triste situación de miseria en que habían quedado los niños de aquellos pueblos que vivían entre las ruinas de sus casas, independientemente de ideologías y bandos.
Dip. y Junta de Guerra Carlista en Leganés |
Llegados a Leganés, se nombraron a los representantes de los tres Reyes Magos, pajes y séquito que se vistieron con los trajes de la Cabalgata de Pamplona, generosamente cedidos por la Asociación de la Prensa que era la que organizaba la Cabalgata en Pamplona; el General Rada facilitó los caballos y hasta una Compañía de moros para acompañar al Rey Baltasar cuyo representante lógicamente era mi padre, siguiendo la costumbre que él mismo había instaurado con anterioridad en Pamplona (pinchar aquí para conocer el origen de la cabalgata de Pamplona). La fiesta había de comenzar en Getafe, continuar en Leganés y luego, en días sucesivos, en los pueblos del frente.
Muy de mañana, después de haber salido con el Rosario de la Aurora, magistralmente cantado por un grupo de requetés del Tercio de la Virgen del Puy, y oída la misa, se emprendió el viaje a Getafe en la camioneta que llevaba la carne para los que guarnecían el Cerro de los Angeles.
Y como no podía ser menos, el organizar una cabalgata de reyes en pleno campo de batalla tiene sus riesgos y lo que tenía que pasar pasó, porque se llevó un buen susto que le hizo comentar con su acostumbrado humorismo: "¡Qué ocasión me he perdido tan estupenda de ser recibido en el Cielo con esta mortaja!. Cualquiera se atrevería a cerrar las puertas del Cielo al Rey Baltasar".
Pero en la próxima entrada entrada si Dios quiere veremos como el propio aitacho nos cuenta tan singular cabalgata en una de sus iruñerías, que para variar no tiene desperdicio.[2]
De momento hoy también muy de mañana vengo del Rosario de la Aurora magistralmente cantado por los Auroros de Santa María, tan bonito como siempre, como todos los domingos de Octubre por las calles de Pamplona, con las biznietas del aitacho. Y después churricos de la Mañueta, como es menester. Que siga la Tradición.
De momento hoy también muy de mañana vengo del Rosario de la Aurora magistralmente cantado por los Auroros de Santa María, tan bonito como siempre, como todos los domingos de Octubre por las calles de Pamplona, con las biznietas del aitacho. Y después churricos de la Mañueta, como es menester. Que siga la Tradición.
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