Premín de Iruña

IGNACIO BALEZTENA ASCÁRATE "PREMÍN DE IRUÑA" (PAMPLONA 1887-1972): SU PERSONA, SU VIDA Y SU OBRA

martes, 29 de octubre de 2013

Época de caza en Leiza.... en tiempos antiguos (Demborazko Naparrak)





Querido lector, hemos comenzado el mes de difuntos con la fiesta de Todos los Santos, en la que miles de navarros hemos visitado los cementerios para rezar por nuestros difuntos.


Biznietos de Ignacio Baleztena en la tumba dede su bisabuelo el año pasado el día de Todos los Santos. Este año se ha repetido esta imagen.


Pues bien, de todos es sabido que durante el mes recién finiquitado, en Leiza todo cazador que se precie sube al puesto a ver si pasan palomas, eso sí, con un buen hamarretako para que si el morral vuelve vacío al menos la andorga retorne llena. Pues bien, aunque el aitacho no era muy aficionado a la caza al revés que sus hermanos, en cambio sí que escribió este curioso artículo en el semanario Radica, fundado y dirigido por él en la juventud (pinchar aquí):


Artículo de Ignacio Baleztena en el semanario Radica, por él fundado.

“DEMBORAZKO NAPARRAK


            Si algún irunsheme choriarrapazale, de esos que los domingos salen a tirotear codornices por los rastrojos, se le ocurre venir hoy por estos montes de Aitor, en la creencia que en ellos ha de encontrar algo con que llenar el morral, se equivoca de medio a mitad; pues por muy contento puede darse el cazador, que después de pasar todo el día subiendo y bajando estos montes, vuelva a su casa llevando en su morral un inocente zozoa o algún “esquirishu” con qué sazonar el pucherico familiar.

            En aquellos tiempos en los que a pesar de no haber jelquides todo quisque hablaba vascuence, no era cosa extraña al doblar un seto o saltar un “athácole”, verse frente a frente de un oso, lobo o algún “coleóptero” por el estilo; pues abundaban de tal modo, que por muy contentos podrían darse muchos rotativos, “La Tradición” inclusive, de tener tantos suscriptores como lobos y osos se cazaban en la montaña al cabo de cada año.

            Abro uno de los libros de cuentas de la villa de Leiza y a cada momento me encuentro con partidas como las que a continuación copio.

            Año 1577.- “Iten más, dan por quenta (los del Concejo) aber dado y pagado a un onbre de Igoa, quatro reales y a dos onbres de Arrarás otros quatro reales, porque mataron siete ossos y un lobo”.

            1578.- “Iten más, por descargo aber dado y pagado a unos de Veruete y Arrarás por dos ossos que tomaron quatro reales”.
            “Iten más, dan por cuenta aber dado y pagado siete reales y una tarja y seis cornados a Lorenz de Solano por un osso que mató en los términos de Leyça”.

            1582.- “Otro sí, dan por descargo haber dado y pagado a Lope de Erasun baquero seys reales por aber tomado tres cryas de lobos, en los términos de Leyça.”
            Otro si, dan por descargo aber pagado a Martino de Leiça, vecino de Goyçueta, dos ducados por aber muerto un osso grande y tiempo que en ello se a ocupado, por el daño que hazía en los ganados.”
           
Muy grande y temible debía ser este oso, y considerables los daños que causaba, a juzgar por lo que por él pagaron los jurados y bolsero de Leiza. Un ducado equivalía a once reales, o sea, que el tal Martino de Leiça cobró veintidós reales; dieciocho más de lo que por regla general se acostumbraba a pagar por cada oso.

            Según las cuentas del 1594, se mataron en dicho año 47 crías de lobos y osos, 11 lobos grandes y tres osos. Gastando la villa en gratificar a los cazadores que los mataron, 103 ducados, 3 reales y 2 tarjas. Siendo de notar la partida 48 que dice: “Iten, a un onbre provinciano que tomó seys cryas de lobos se pagaron seys reales”. Por ella vemos que el llamar provincianos a los de Guipúzcoa, viene de lejos.

            Y poco más o menos así venían las cuentas de los demás años.

            Pero como en aquellos tiempos cien ducados y pico eran gasto de no poca consideración, se pensó que en el batzarre, que según costumbre se celebraba todos los años para rendir cuentas los del ayuntamiento saliente a los del entrante, se trató la manera de disminuir la partida de gastos, pero, esa era la dificultad, cómo disminuir esta partida de gastos.

            Y en efecto, llegado el día del batzarre el sacristán dio las tres campanadas reglamentarais, y al oírlas fueron zapla, zapla los vecinos a la endrecera de Elitz-echea, lugar usado y acostumbrado para la celebración del batzarre o sesiones públicas.

            Leyéronse las cuentas públicas del año anterior; fueron aprobados los cargos y descargos de los jurados y bolsero; firmaron en el acta, a una con el escribano, los pocos que sabían escribir, pues maldita la falta que en aquel entonces hacía el saber poner garabatos en un papel; y luego púsose a discusión el asunto de la caza y gastos por ella ocasionados. Se habló mucho para no haber comido todavía.

            Johanes de Miaqueorena, alcalde saliente, que durante el debate se estuvo con la cabeza baja; calladico, calladico, venga errascar y rescar su buru-zurie como para obligarle a brotar una idea, por fin levantó la cabeza, se puso despacio la mano izquierda en la cara, mientras que con el brazo derecho hacía como que se estiraba y dijo, que pues a los vecinos de Leiza, por la cuenta que les traía, igual perseguirán a las fieras hubiese o no gratificación, sólo se debería dar el premio a los cazadores de los pueblos comarcanos, como hasta entonces se había hecho.

            La ideíca fue aprobada por unanimidad.

            Tan solo, Miguele de Apochisco, tan infatigable cazador como alperra en los trabajos del campo, puso mal “mutur”. Ensanchó el largo compás de sus piernas, metió las manos hasta el codo en los bolsillos de las pracas, levantó los hombros, encogió el hombro y murmuró con gesto “asarre”:

            -¡Au arrayoa!

            El acuerdo que se asentó en el libro de actas dice así:

                        “Después de acabadas estas quentas de dicho alcalde Johanes de Miqueorena, alcalde de la dicha villa de Leyça, y jurados y verificadores y volsero arriba nombrados en conformidad dixieron que la costa y salario que se da a los que toman y matan a los ossos y lobos y otras fieras es excesibo y que para remediar aquello ordenaban y ordenaron por capítulo y ordenanza espresa que de aquí adelante no se de cosa alguna a los que toman y matan las dichas fieras y sus cryas sino solamente a los cazadores de los pueblos confinantes con la dicha villa de Leyça, y a ellos se les pague por las cryas de los lobos quatro reales, dos de los propios y dos de las baquerías, y por los ossos y lobos grandes ocho reales, quatro del pueblo y quatro de las baquerías, y no más y lo mandaron asentar a my, pasó ante my, Martín de Leyça, essno.”

            A continuación del batzarre y según costumbre tomaron el amarretaco alcalde, jurados, escribano, almirante, verificadores y vecinos, y el coste de él ascendió a unas 500 tarjas, que vienen a ser 120 reales, por ahí, por ahí.

            Por cierto, a nadie le pasó por las mentes en el dicho debate, suprimir el “amarretaco” para alivio de gastos.

            Durante el almuerzo, si en el batzarre el alcalde se había rascado la cabeza y manoseado la cara, no se rascó y manoseó menos las suyas el dicho Miguele de Apochisco, cazador de fama, a quien el acuerdo del batzarre perjudicaba en una no pequeña porción de ducados. Los más viejos no recuerdan, que nadie supiera, si fue el masaje antedicho o los lanos que echó al coleto lo que trajo a sus mentes alguna buena idea. Ello es, que de repente su cara cambió de aspecto, se sonrió socarronamente y al ir hacia su borda le pegó cuatro o cinco irrintzis que retumbaron por todo el valle despertando a los shausharras de las selvas de Okabyo, y según también, asustar y todo se hicieron las sorguiñes guardadas que se estaban en la cueva de Ulí.

            Al año siguiente, no fue poca la sorpresa de Martino de Enelope, bolsero de la villa, al ver que se le presentaban con lobos muertos, cabezas de oso y lobillos y oseznos vivos el vaquero de Saldías, Cosme de Chartico, ferrón de Ezcurra, el sacristán de Beruete y otros guizones, de que jamás se había dicho supieran poner una piedra en el arcabuz o empuñar un chuzo, como no fuera en los alardes, que por mandato de su Excma., el Virrey, se hacían en los dichos lugares.

            Pero todo se sabe en la vida, y también se supo y llegó a ser del dominio público, que los dichos baquero, ferrón y sacristán, antes de volver a sus lugares, pasaban por Apochisco-borda, en donde después de echar un trago con Miquele, dejaban los reales y ducados sobrados, recibiendo por la comisión algunas tarjas y cornados.

            Y Pedro de Arraiago, vecino de Areso, llegó a decir una vez en Ubidea, taberna de la dicha villa, haber oído decir a Miguele de Apochisco, un día que se andaba un poco “moshcorra”:

            -¡Alajincoa! Nacer no ha hecho no todavía en Miqueorena, ningún Johanes erreventar a mí que me haga.
P.
Del Radica”

            Como curiosidad vemos que todavía no firmaba Premín de Iruña, ni siquiera P. de I., sino solo P. Espero que hayas disfrutado con este pequeño regalo que he querido introducir en el blog como celebración del tercer cumpleaños del mismo. Y en la próxima entrada seguiremos con la biografía del aitacho si Dios quiere. Mientras tanto ruego una oración por su alma en este mes de difuntos.


Recordatorio de difuntos de Ignacio Baleztena Ascárate. La foto con la que se realizó era un recorte seleccionado por mi mismo del aitacho feliz bailando la jota. Con esta alegría que caracterizó su vida se habría presentado cuando le dijeron "vamos a la Casa del Señor"

1 comentario:

  1. Preciosa historia.
    Gracias por compartirla!
    Felicidades por el blog.

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