Querido
lector, hemos visto en las anteriores entradas cómo el aitacho y su hermano el
tío Joaquín lucharon contra la represión de retaguardia. Hoy vamos a centrarnos
más en mi padre. Para saber lo que hizo Ignacio Baleztena Ascárate durante la
guerra la respuesta es bien fácil. Además de su testimonio basta con mirar su
ficha de combatiente, que se encuentra en el Archivo General de Navarra junto
con la de miles de navarros que lucharon en el bando rebelde.Por cierto, cuando yo trabajaba en el Archivo
de Navarra, todas esas fichas se guardaban antes en un viejo mueble con cajones
metálicos.
Ficha de combatiente del aitacho
Dice su ficha:
“Salió el 18 de julio con la columna del
Comandante Tutor. El 22 se unió al tercio de María de las Nieves saliendo el 25
de Zaragoza a Huesca. El ¿7? Nbre. ingresó como teniente en el tercio de Cristo
Rey en Leganés. Se retiró del frente enfermo el 20 de julio de 1938. Ingresó en
la columna de recuperación de Barcelona en marzo de 1939, retirándose enfermo
en abril del mismo año.”
En realidad solo
duró unas semanas en la columna de recuperación de Barcelona ya que no era
propiamente carlista, sino que se debía a FET (Falange Española
Tradicionalista, el partido “unificado” y único creado por Franco). La contienda
había acabado y no quería colaborar con el régimen franquista.
Como en todas
las guerras y especialmente las civiles, cobardes de retaguardia aprovecharon
para a río revuelto, resolver de la peor manera viejas rencillas, venganzas y
represión. En esto último participaron gentuza a título individual sin
afiliación política para dirimir cuentas propias con la excusa de la guerra,
indeseables de otras formaciones políticas no carlistas, y desgraciadamente también
carlistas que empañaron el nombre de aquellos que dejándolo todo y jugándose la
vida se encontraban en el frente. Ocurrió en ambos bandos, ya que miles de
navarros fueron torturados y asesinados en la retaguardia roja, pero eso no
justifica ni un ápice esas atrocidades.
En primer
lugar debes de saber que Casa Baleztena fue tiroteada y quemada por los rojos
durante la II república y la familia exiliada de Pamplona (pinchar aquí). Bien podían haber aprovechado el aitacho y el
tío Joaquín para haberse tomado venganza de ello al comienzo de la guerra, pero
esa no era su manera de pensar y proceder, como cristianos ya habían perdonado.
Asalto de Casa Baleztena durante la II república
Es más, a la
cabeza de los asaltantes iba una mujer muy revolucionaria que les dirigía y
señalando a los balcones gritaba “¡ahí me he de sentar yo!”. Pues cosas que
tiene la vida ocurrió lo siguiente años después. En 1964 tuve la suerte de
casarme con Mª Jesús Gurrea, hija de Paco Gurrea, propietario de una pequeña fábrica
de cartonajes en la Plaza de San Francisco[1].
Resultó que el hermano de aquella asaltante, Primitivo Bandrés, era muy amigo
de mi suegro Paco y por ello fue invitado a nuestra boda, que se celebró en el
oratorio de Casa Baleztena con posterior almuerzo en los salones de la misma[2].
Boda de Javier Baleztena y Mª Jesús Gurrea en el oratorio de Casa Baleztena. El celebrante es D. Jesús Arraiza. Detrás Paco Gurrea, padre de la novia
No hubo ningún inconveniente por parte de mi familia, porque además mi padre
tras la guerra se trataba cordialmente con él, olvidando todo lo sucedido. El
asunto acabó con una emotiva carta de Primitivo Bandrés en la que agradeciendo
mucho la invitación explicaba que no se sentía digno de entrar en dicha casa
que había sido ultrajada por su hermana. Esta anécdota que no tenía pensado
incluirla aquí sirve para ilustrar el espíritu del aitacho y resto de familia, bien
lejano de revanchas y venganzas.
Banquete de boda de Javier Baleztena y Mª Jesús Gurrea en los salones de Casa Baleztena.
La cosa es que
lo que iba a demostrar documentalmente con la ficha de combatiente era que el aitacho no pudo participar en represalias de
retaguardia, ya que estaba de voluntario en el frente. Pero aún más la familia
Baleztena y especialmente el tío Joaquín y mi padre Ignacio Baleztena Ascárate,
evitaron todos los actos de represalias que pudieron. Pero al final esto se nos
ha quedado para la próxima entrada si Dios quiere.
[1] Entre
las listas de los que tenían pensado represaliar y asesinar los de la UGT de
haber triunfado figuraban Paco Gurrea y familia (mujer y niñas) por ser un
empresario.
[2] La única
boda que se ha celebrado en esa casa. Tengo el pequeño honor de ser el único que
se ha casado en el oratorio de Casa Baleztena en una boda oficiada por nuestro
primo Jesusico Arraiza.
Querido
lector, la mejor presentación de esta entrada es que leas la anterior pinchando aquí, o no entenderás nada porque son dos iruñerías del aitacho que van
seguidas una de otra, en torno al Privilegio de la Unión, así que sin más
preámbulo vamos a ello:
“EL PRIVILEGIO DE LA UNION – II
Rivalidades de los barrios
Todos los habitantes de cualquier
que fuesen eran muy brutos y un tantico majaderos ; por la cuestión más
insignificante la emprendían a zartakos[1]
y muturrekos[2] los unos
contra los otros, y ni al rey ni a los guardias de la porra[3]
les era posible separarlos, ni hacerles entrar en razón. Además eran chatos en
su inmensa mayoría; pues como siempre andaban a ñeque[4]
limpio y a mamporro sucio, se ponían las narices como castañuelas (sicut
crótala[5],
dice el original).
Cuando los de un barrio jugaban
contra otro al foot-ball[6],
no terminaban nunca el partido, pues, antes de finalizar el primer tiempo, la
mayoría de los jugadores se hallaban en la Casa de Socorro luciendo una rica
variedad de contusiones, heridas, fracturas, erosiones, moraduras, cardenales y
otros mil deterioros epidérmicos. En cierta ocasión un delantero de la
Navarrería, de un puntapié “incaló” al árbitro en el pararrayos de la torre
izquierda de la catedral. Mirando bien con unos prismáticos, aún puede verse en
la punta del pararrayos el silbato del árbitro que quedó allá enchufado y que
no ha podido ser extraído por más esfuerzos que para ello hizo el
despachaperros de la catedral.
Si los mocés[7]
del barrio jugaban al “chis”[8],
iban callandico los de otro y les choraban[9]
el carrete y las ochenas[10].
Pero la más gorda se armó en ocasión en que estando jugando barios mukizus[11]
del barrio de San Miguel al irulario[12]
en lo de Argaray, sacaron un ojo al alcalde de San Cernin, que se paseaba tan
orondo por aquellos contornos. Los chicos se acercaron al interfecto dándole
excusas mil y augurándole que no era nada lo del ojo; pero, ¡que si quieres!,
la deteriorada autoridad municipal, sin atender a las justas razones del
moceterío[13], empezó
a quejarse y a berrear como un energúmeno. A sus alaridos fueron “reuniéndosen”
todos los vecinos del Burgo y empezaron a dar mueras y a mentar de mala manera
a los árboles genealógicos de los de San Miguel, diciendo que lo del ojo había
sido intencionado; y armándose de palos y piedras, la emprendieron contra las
farolas y escaparates del barrio, no dejando vidrio sano en toda la vecindad.
Los de San Miguel pidieron auxilio
a sus vecinos de la Navarrería, y los de San Cernin a los de San Nicolás; y un
domingo, después de misa parroquial, salieron todos fuera de puertas[14]
dispuestos a deteriorarse el físico y a romperse la crisma, según el gusto del
consumidor.
La gran batalla de Erleteguieta
A los de la Navarrería y San Miguel
les dirigía un caballero muy bruto y majadero llamado García Almoravid, y a los
del otro bando, un francés que se llamaba, o mejor dicho, a quien llamaban
Eustaquio de Beaumarché; que en lo de majadero y bruto en nada se dejaba
aventajar del primero. Lo único que les diferenciaba era que uno lanzaba
interjecciones vasco-hispánicas, y el otro parloteaba en provenzal.
Empezó la batalla tirándose a las
cabezas pedruscos y arricozcorres[15].
Un ladrillo lanzado por un caracolero de la calle de Lindachiquía vino a dar de
lleno en el ojo izquierdo del presidente de la comisión de Gobierno del barrio
de San Miguel, quien al frente de los ministros, serenos y perrero del barrio,
todos ellos con cascos emplumados, se habían adelantado imprudentemente a sus
demás compañeros. Salió el ojo disparado como un cohete y vino a encajarse como
anillo al dedo, en el hueco que dejó el irulario de marras en la rubicunda faz
del alcalde de San Nicolás; quien, merced a este incidente, dejó de ser tuerto,
aunque quedó con un ojo azul y otro castaño, como esos perricos de rabo en
interrogante que acompañan a los curas viejos de pueblo cuando pasean por la
carretera.
Agotadas las piedras la
emprendieron a garrotazos, y rotos los garrotes se acometieron a cabezada
limpia como los carneros. Y así, de esta manera tan entretenida, arreándose
zartakos, mamporros, ñeques, trompazos, ostikos[16],
coces y patadas les cogió la noche y se fueron todos a descansar y curarse los
chichones y cazcatacos[17]
que se hicieron durante la refriega.
Hoy día, cuando en el ensanche se
hacen los cimientos de las construcciones y viviendas, suelen aparecer por
doquier dientes, muelas, algún peroné que otro y otros artefactos corpóreos,
rotos y desprendidos ¡ay! de sus alvéolos en aquel día memorable.
El Privilegio de la Unión
Así pasaron varios años sin que las
cosas llevaran camino de amigable arreglo, hasta que vino a reinar en Navarra
un gran rey, sabio, justo y bueno, llamado Carlos el Noble, a quien con tantos
ruidos y pendencias le tenían asaz fastidiado, pues no le dejaban dormir
tranquilo la siesta, y aún había veces, en que las piedras que se tiraban a
honda de barrio a barrio, llegaban hasta palacio y le rompían los cristales del
mirador y las macetas de geranios que su mujer, doña Leonor, cuidaba para ganar
el premio de balcones engalanados.
Por todo lo cual, y sobre todo
porque un día le mataron de un tirabecazo[18]
un tarín[19] por el
que sentía gran cariño y que pensaba cruzarlo con una cardelina, decidió poner
coto a tanto alboroto y tanta pendencia; y llamando a los alcaldes de todos los
barrios a su real y soberana presencia, les armó el gran trépele; item más,
ordenó que se les diese a todos ellos una gran zurra a pajarero limpio[20]
en plena plaza del Castillo, mientras interpretaba la Pamplonesa el conocido
vals de Astrain, vulgo el ¡riau, riau! Otro sí, ordenó y mandó que desde
entonces se uniesen todos los barrios formando una sola ciudad, con un solo
Ayuntamiento, un solo alcalde, con unas mismas leyes y ordenanzas, las cuales,
fueron conocidas con el nombre de “Privilegio de la Unión”.
Les señaló también el escudo de
armas oficial de la Ciudad, que no paso a describir, pues todos los años
aparece en los carteles de San Fermín, aunque las más de las veces erróneamente
interpretado. Y en memoria y recuerdo de haber puesto verdes a los alcaldes en
la bronca que les armó, dispuso que la bandera de la Ciudad, que tan
jacarandosamente lleva el síndico en las procesiones y otros actos oficiales,
fuese del susodicho color.
Aunque no consta en el texto del Privilegio,
se sabe también, que dio varias disposiciones, hoy no cumplidas, sobre la forma
y manera en que la Corporación municipal había de ir el día 6 de julio a San
Lorenzo para oír devotamente las vísperas de García con acotaciones de Remacha.
En un principio dio órdenes muy terminantes
sobre si era lícito o no corear el público al ¡riau, riau! y hasta se dieron
terminantes órdenes al jefe de municipales Lasheras, para que denunciase a
quienes quebrantasen dicha orden, sobre todo si eran señoritos. El varias veces
citado palimsesto, que de todo esto había, trae un romancillo que se adaptaba a
dicha música y que era entonado por la jolgoriosa juventud en dicho día y ocasión:
Qué majos y qué
elegantes
marchan nuestro
concejales
precedidos de gigantes
gaitas, chistus y
timbales.
Os recomiendo de
veras
que tengáis mucho
cuidau
de que no os multe
Lasheras
por gritar fuerte
¡Ria,riau!”
En vista de que los bandos editados
a este efecto eran sistemáticamente desobedecidos, con gran aplauso del
vecindario consciente, se dejaron de publicar, y quedó entonces el pueblo
soberano en libertad de riaurrizar cuanto le viniese en ganas, sustituyendo el
romancillo que hablaba de prohibiciones por otro de loa y alabanza a la
Corporación:
Estos tubos
relucientes
y estos fraques tan
planchaus
al verlos dice la
gente
¡rediez lo que habrán
costau!
ni en París ni en los
Madriles
ni en San Luis de
Potosí
se encuentran unos
ediles
más majos que los de
aquí.
Esta es señores y señoras, y no
otra, la historia de las luchas barricidas, y de su feliz terminación durante
el reinado del gran Carlos III, en el año de gracia del 1423, que en realidad
lo fue de gracia y de justicia; sin embargo, existen sesudos historiadores que
relatan esta verídica historia de muy diferente manera.
Tiburcio de Okabío
(13/8/1953 – D.N.)”
Y
hasta aquí la apócrifa historia del Privilegio de la Unión según Ignacio
Baleztena y su imaginativo cacumen. Para entender las referencias al riau riau
te recomiendo que pinches aquí.
Y así con tan poco juicio acaba
mezclando su invento del Riau riau, con el Privilegio de la Unión, con los
churros de la Mañueta, con los choriarrapazales y los pisatinteros, el despachaperros de la catedral… en un
relato que sigue exhaustivamente un pintoresco método científico de investigar
en Historia.
Es curioso
cómo en los escritos del aitacho se mezclan palabras de origen vasco, latín,
términos locales, francés, inglés, expresiones de su época, jerga particular… y todo ello
escrito para divulgación popular, con lo cual entendible al gran público de aquella época. En este aspecto es especialmente interesante el trabajo titulado "Ignacio Baleztena "IRUÑERÍAS"" de M Teresa Alcocer Saz, dirigida por Pedro Lozano Bartlozzi, en 1983 (Alcocer Saz, MT. Ignacio Baleztena "IRUÑERÍAS". Pamplona 1983). Sería
un reto seguir profundizando en el saco sin fondo que son las "iruñerías" desde el punto de vista histórico, periodístico y filológico. Entre otras cosas se aportaría mucho al lenguaje que se hablaba en Pamplona en el siglo
XX y a un estilo perióstico muy peculiar.
Para finalizar
la entrada para ahondar de forma popular y entretenida en el Privilegio de la
Unión te dejamos este vídeo de una representación teatralizada del mismo,
realizada por el grupo de danzas y teatro de la Peña Mutilzarra. Hasta la
próxima entrada si Dios quiere.
Querido lector, comenzábamos la anterior entrada la particular versión de la historia de los burgos de Pamplona y el Privilegio de la Unión en versión del aitacho. Nos habíamos quedado en que:
"Mucho han escrito sobre estas
cuestiones sesudos y graves historiadores; pero pocos, muy pocos son los que
han leído y tenido en cuenta la relación manuscrita que hoy voy a dar a conocer
a mis eruditos lectores.
Empieza por la concienzuda
descripción de los antiguos barrios que va a continuación
LOS ANTIGUOS BARRIOS DE PAMPLONA
El barrio más antiguo, el primitivo, era
conocido por la Ciudad de la Navarrería. Eran sus habitantes los más
alborotadores y pendencieros. Estaban muy orgullosos porque en el recinto de su
población se encontraban la Catedral, el Palacio del Rey, el del Obispo, San
Fermín de Aldapa y la gran churrería de la calle de la Mañueta, cuyos churros
fueron muy apreciados por los legionarios romanos que aquí trajo el gran Cneo
Pompeyo, y no despreciados por los bucelarios de Gundemaro, cuando
momentáneamente en cierta ocasión ocuparon la Ciudad.
Aseguran los navarreríacos, y con
mucha razón, que ellos eran los primitivos habitantes de Pamplona, y que los de
los otros barrios eran unos hambrones que habían venido de fuera-puertas a
establecerse cerca de la Navarrería por el olor de la sopa boba que repartían a
los mendigos los canónigos de la Dormitalería.
Los de los otros barrios los
llamaban Blusas Blancas, pues eran muchos los vecinos, que por ser pintores,
doradores y santeros llevaban esa vestimenta. Contiguo a este barrio se hallaba
el del Burgo de San Miguel. Este no tardó en fusionarse con el anterior
formando un todo homogéneo con él.
Eran los más zarratracos[1]
de aquellos tiempos, pero también los más habilidosos. Nadie les ganaba en el
arte de atrapar cardelinas y tarines con liga; eran en esto unos hachas. Todos
los domingos y fiestas de guardar y muchos días que no eran ni una ni otra,
salían los del barrio a lo del Sario, Arranchiquis, Lezcairu, Ochandazubi,
Arriurdineta, Irunlarrea y otros términos de Pamplona y volvían con las botas
vacías y las jaulas y morrales llenos de
pajaricos cogidos con liga, costas, tirabeques y no pocas veces a repalo. Luego
el fruto de sus hazañas cinegéticas era pregonado por todas las calles y plazas
al grito de: ¡Cardelinas a diez céntimos, tarines a rial! Por este motivo se
les llamaba Choriarrapazales[2],
mote que más tarde se hizo extensivo a todos los irunshemes[3].
Dentro de este barrio se hallaba enclavada la Judería. Cuando fueron expulsados
los habitantes de este barrio, quedaron sin embargo muchos que se camuflaron e
hicieron vida común con el resto de los pamploneses. De ellos, los más
inofensivos son los que van en la procesión de Viernes Santo, con unas barbas
largas y un estandarte que dice: “Crucifige, crucifge, evm”. Pero hay eruditos
historiadores que sostienen que son falsificados y que sus barbas no son
originales[4],
sino alquiladas en casa Errazquin. También existía en este burgo el famoso
trinquete de San Agustín, de muchísima más importancia –aunque los de San
Cernin sostenían lo contrario- que el de la Pellejería. En aquel Trinquete, y
en el frontón llamado el Ancho, el rey de Navarra Sancho el Fuerte y el de
Aragón Pedro I se jugaron el pueblo de Gallipienzo contra el de Petilla de
Aragón. El partido fue muy reñido. Estuvieron cuarenta a treinta, a dos,
cuarenta a treinta para partida, a dos, lo menos dos horas, hasta que al fin
ganó el navarro, gracias a una zirika que pegó en el fraile y desorientó por
completo al monarca aragonés. Desde entonces, Petilla pertenece a Navarra, a
pesar de hallarse muy adentrada en el reino aragonés.
Estos dos barrios son los que
podrían llamarse indígenas, pues los otros fueron poblados por gentes de
diferentes comarcas. De estos últimos el principal era el conocido por Burgo de
San Cernin, que ocupaba las actuales parroquias de San Saturnino y San Lorenzo.
Sus habitantes eran los más satisfechicos, pues se enorgullecían en guardar en
su recinto el pozo del que sacó San Saturnino el agua con que bautizó a San
Fermín y a los primeros cristianos de Pamplona. Se daban además mucha
importancia porque en su jurisdicción existían diez y siete personas que sabían
leer el Catón[5] y aun
escribir con falsilla. Los de los otros barrios les llamaban, en burla,
pisatinteros, lo cual les ponía de un humor de perros.
Los de la Población de San Nicolás,
que era el otro barrio, eran los más presumidos y vainicas[6]
y se daban mucho postín porque a la misa de doce de los domingos asistía lo principalico
de Pamplona y muchos pollos[7]
gastaban tirilla de celuloide. También tenía su mote correspondiente. Se les
llamaba caracoleros, porque salían a tomar el sol los días de invierno en la
acera derecha del Paseo de Valencia[8].
Y así estaban las cosas hasta que
en 1423 el buen rey Carlos III de feliz memoria otorgó el Privilegio de la
Unión, modelo de fuero municipal, que desgraciadamente fue abolido en tiempos
en que ondeó en la Península Ibérica un pabellón exótico en el que destacaba el
mote de “Constitución o Muerte” – “Viva la Libertad”.
Tiburcio de Okabío
(Diario de Navarra, 6/8/1953)”
Y tras esta erudita y bien documentada
descripción de los “barrios” –burgos- de Pamplona antes de 1423 el aitacho pasa
a describir con todo lujo de detalles los hechos históricos en la siguiente
iruñería que podrás leer en la próxima entrada si Dios quiere.
En realidad Pamplona ya existía previamente. Fue fundada por el general romano Pompeyo hacia el año 75 aC, en torno a un poblado vascón llamado Iruña. Con el Privilegio de la Unión se produjo una especie de refundación de la Pamplona que ha llegado hasta nuestros días.
Querido lector, hace pocos días
los irunshemes vivimos un intenso fin de semana de celebración del 600
aniversario del Privilegio de la Unión. El 8 de Septiembre, festividad de la Natividad
de Nuestra Señora, es un día grande para nuestra ciudad porque conmemoramos el
fin de las guerras entre los cuatro burgos que formaban Pamplona (La ciudad de
la Navarrería, El burgo de San Miguel, La Población de San Nicolás y el burgo
de San Cernín), que finalmente quedaron en tres porque San Miguel pronto se
unió a la Navarrería. Tras años de guerra el gran rey de Navarra, Carlos III el
Noble, decidió cortar el problema de raíz el 8 de septiembre de 1423 otorgando el
Privilegio de la Unión mediante el cual se unen las tres jurisdicciones en un
único ayuntamiento, con un único escudo y unas únicas rentas.
En este pequeño vídeo puedes ver
cómo fue el origen y significado del escudo de Pamplona. Uno de los intereses menos citados
de este documento es que Carlos III el Noble nos reporta que ya en 1423 las armas de Navarra, es decir
el escudo, ya estaba compuesto de cadenas que su nieto Carlos Príncipe de
Viana en torno a 1454 explica que hacen referencia a la batalla de Las Navas de
Tolosa (1212).
Pero volvamos a la historia del
Privilegio de la Unión, que nos la explica “inmejorablemente” el aitacho.
Siguiendo su estilo peculiar, siendo posiblemente uno de los mejores
conocedores de aquellos hechos por su labor investigadora aporta datos serios e
históricos de forma divulgativa, pero pronto su imaginativo cacumen que de todo
tenía que hacer chanza, pasa a narrar la más pintoresca historia que jamás se
haya escrito sobre estos acontecimientos, y que publicó en dos iruñerías que
transcribo a continuación:
“EL PRIVILEGIO DE LA UNION - I
Se acerca a pasos agigantados (el
tiempo tiene la mala costumbre de caminar siempre de esa manera) la gloriosa
fecha para Pamplona, del 8 de septiembre. En dicho día, y año de 1423, el buen
Rey de feliz memoria don Carlos III el Noble otorgó a su ciudad de Pamplona el
Privilegio de la Unión, por el que desaparecen los antiguos barrios, y quedaba
Pamplona unificada y sujeto a unas mismas leyes y reglamentos.
Nadie ignora, que desde los
antiquísimos tiempos de Maricastaña, u aun antes de que la Coja de Cuatro
Vientos volase sobre su escoba alrededor del Gallo de San Cernin[1],
estaba Pamplona dividida en cuatro barrios distintos, con jurisdicción aparte,
y las más de las veces, estaban en plan de enemigos irreconciliables.
Así
estaban las cosas en 1422, cuando la princesa heredera doña Blanca, hija del
Rey Carlos III, hizo traer a Navarra a su hijo Carlos, Príncipe de Viana, desde
Castilla donde se hallaba. Reuniéronse las Cortes para salir a recibirlo a la
frontera, a la parte de Corella, y el Rey, su hija, el príncipe y toda la corte
llegaron hasta Pamplona donde estuvo a pique de ocurrir una marimorena de
órdago a causa de las preferencias que cada barrio reclamaba en el orden de los
obsequios. Papeles de la época hacen constar que: “en los tiempos pasados había
habido debates, contiendas, escándalos de que se habían seguido muchos
homicidios por razón de la división de las jurisdicciones y por hacer la administración
de la justicia cada uno por su lado; e posteriormente en la entrada del rey, e
en la buena venida de su nieto el príncipe don Carlos, quiso acaecer en el
pueblo gran escándalo, por ocasión e causa de la división; por lo que el dicho
rey había deliberado reunir las tres jurisdicciones en una”. Ya para esa época
el barrio de la Navarrería y el de San Miguel se habían fundido en uno.
Mucho han
escrito sobre estas cuestiones sesudos y graves historiadores; pero pocos, muy
pocos son los que han leído y tenido en cuenta la relación manuscrita que hoy
voy a dar a conocer a mis eruditos lectores.
Empieza
por la concienzuda descripción de los antiguos barrios que va a continuación…
Tiburcio de Okabío
(Diario de Navarra, 6/8/1953)”
Y a partir de aquí el aitacho
empieza a narrar su peculiar versión que espero que disfrutes en las próximas entradas si Dios quiere. Mientras tanto puedes entretenerte con este resumen de
la recreación histórica de la coronación de Carlos III el Noble que organizó el
Ayuntamiento de Pamplona en la Catedral el pasado 9 de septiembre.
[1] Si
alguien tiene noticias de quién era “la coja de Cuatrovientos” agradeceríamos
que nos lo comunicara