"Mientras esto ocurría, el pobre Ignacio, que se había quedado sin venir para defender su familia, muy amenazada también, asistía impotente, con la angustia que es de suponer, al salvamento de los suyos, desde un tejado lejano, al que llegó trepando desde el de su casa. Alternativamente, veía una persona ponerse en pie en la pared de la terraza y enseguida desaparecía en el vacío. Como los que quedaban no daban muestras de terror, pensaba que uno por uno, todos se iban salvando.
Chan y Apico nos ayudaban a descolgarnos[1] y al encontrarnos en el tejado, nos abrazábamos emocionados. Angeles andaba muy torpe por su reuma, pero también resultó ilesa del salto, así, como la señora Pía, con sus setenta años a cuestas; y Josefina tuvo el rasgo de presumida la precaución de unos zapatos de lagarto y unas medias muy finas para no estropearlos.
¡Pero qué angustia al notar la falta de María Isabel y de Santita!
Santita, que fue la primera en saltar, se dirigió al borde del tejado y llamó fuertemente a las ventanas de una buhardilla. Como nadie le abriera pasó a la casa próxima, siempre en el mismo alero. Golpeaba las ventanas inútilmente; desde la calle gritaban con regocijo
“Esa se tira, ha perdido la cabeza”
y se gozaban de antemano con el espectáculo. Miguel Tuero la vio desde el Casino, y como la casa en cuyo tejado estaba era la suya, corrió desalada a socorrerla.
Manuscrito de la tía Lola Baleztena "Recuerdos de un día trágico" |
María Isabel, siempre magnánima, al sentir el peligro inmenso que corría, marchó al oratorio pensando ofrecer su vida por la de todos y morir al pie de la Dolorosa. Pero el humo, cada vez más denso, le hizo casi desvanecerse y salió buscando respiro. No pudo llegar hasta la terraza pues el humo le ahogaba, y tuvo que asomarse a un balcón de la galería. Y el infame Garbayo, que se decía nuestro amigo, que nos saludaba en la calle, y que conociendo lo que contra nosotros se tramaba en la casa del pueblo, no había hecho nada para impedirlo, le gritaba hipócritamente, así como Larache, amigo de Ignacio y autoridad entre aquella canalla:
“¡Calma María Isabel! ¡calma, por favor!
Un grupo de comunistas, más humanos que los miserables de la U.G.T., trepó por los balcones hasta llegar al tercer piso. Una vez allí, le animaban a que se descolgase que ellos la recogerían. Esto era imposible, al pretenderlo se hubiera estrellado en la calle. Alfonsito Gaztelu le gritaba preguntando qué podía hacer por ella. Cara le costó esa muestra de compasión. Unos cuantos se abalanzaron contra él y le golpearon la cabeza contra las piedras de la Diputación.
Mientras todo esto ocurría en el tejado y en el balcón, Camino Jaurrieta, que vivía encima de la habitación del gobernador[2], al ver llegar la vida de sus primos a tal extremo peligroso, acompañada de Juan Pedro[3] y de sus hijas irrumpió en el despacho del Poncio[4] airadamente. El gobierno, sus pasillos y escaleras estaban materialmente llenas de guardias civiles. Al pasar junto a ellos Camino les gritó:
“Pronto, a casa Baleztena, que la están quemando”
Continuará en próximas entradas si Dios quiere
[1] Desde el tejado de Casa Baleztena hasta el edificio contiguo (Hotel el Cisne)
[2] El Gobierno Civil se encontraba entonces junto a lo que hoy es la iglesia de los Redentoristas. En el edificio anexo vivían Juan Pedro Arraiza, primo de Ignacio, y su mujer Camino Jaurrieta
[3] Arraiza, primo de Ignacio, y esposo de Camino Jaurrieta
[4] Así llamaban al gobernador civil en referencia a Poncio Pilatos