Premín de Iruña

IGNACIO BALEZTENA ASCÁRATE "PREMÍN DE IRUÑA" (PAMPLONA 1887-1972): SU PERSONA, SU VIDA Y SU OBRA

viernes, 9 de agosto de 2013

Ignacio Baleztena, los santiburcios y los toros en Leiza



            Querido lector, en esta época estival me he tomado un descanso para escribir el blog, pero de nuevo, de fiesta en fiesta como ocurre en verano en Navarra, vuelvo al ataque ante la inminencia de los santiburcios de Leiza. Cuánto disfrutó el aitacho de estas fiestas: organizándolas, apoyándolas, animándolas. Precisamente sus primeros pinitos como “gigantozale” comenzaron en 1906, con motivo de las fiestas patro­nales de Leiza. Mi padre Ignacio fabricó y paseó dos gigantes y un cabezudo, y desde en­tonces éstos fueron compañeros casi in­separables.

Programa de fiestas de San Tiburcio, de Leiza, realizado por Ignacio Baleztena en 1903

            También en el “Teatro Chopical” que él mismo construyó en la ganbara de la casa familiar -Petrorena- estrenó en 1907, con motivo de las fiestas patro­nales de Leiza, su comedia "Bromicas de Cupido", en donde todo era artesano, desde los decorados hasta el vestuario. Desde entonces solía organizar y dirigir en fiestas (y el resto del verano) obras de teatro abiertas a todos los leizarras y veraneantes que quisieran. 




Ignacio Baleztena caracterizado en una obra de teatro

Y por supuesto se encargó de investigar como archivero e historiador todo lo relacionado con las fiestas de San Tiburcio, y como fruto de estas investigaciones publicó esta iruñería en la que narra el origen de los encierros de toros que tantas veces corrió (sí toros novillos, no vacas ni vaquillas) en Leiza:

Ignacio Baleztena corriendo el encierro de toros de Leiza (Gentileza de Pablo Feo)


“TOROS EN LEIZA


            Van llegando a mi poder programas de las fiestas, religiosas y profanas, que las villas y pueblos de Navarra proyectan celebrar en honor de sus santos patronos.

            Entre los programas, me encuentro con el que anuncia las mezetas de la muy noble, muy leal villa de Leiza. Tras una cubierta, en la que un artista local ha plasmado regocijantes peshtales, viene el texto del programa de festejos que nos habla de celebración de partidos de pelota, concurso de lasterkaris y bersolaris, bailes del país a los sones de la bancha, chistus y acordeones, tales como la sokadanza, zorziko, ingurucho, espatandanza…, fuegos artificiales…, etc., etc. Y entre estos y otros variados festejos, más o menos folklóricos, destacan los encierros y capeas de novillos, que se verificarán los días comprendidos entre el 11 y 14 de agosto, día éste último, dedicado a los casados, o sea el ezkondu-eguna.

            Muchos se extrañan, y aun los hay puritanos, que se rasgan las vestiduras al ver que esta simpática villa, enclavada en el rincón de la montaña Navarra, celebra las mezetas de su glorioso patrón con novillos, pues creen, que este acto, es contrario a las costumbres y usos de nuestros venerables aitonas.

            Los que tal piensan y creen están en un error por demás craso, pues la mocina de esta simpática villa, tan euskaldún, al correr, brincar y zinzilipurdiar ante los novillos, no hacen más que seguir las huellas que les dejaron marcadas sus tatarabuelos.

            Basta con ojear los libros del archivo de la villa para convencerse, que desde el siglo XVI, cuando menos, los toros constituían el número principal de los festejos de la villa.

            Cojamos al azar algunas cuentas. En las del año 1578, tropezaremos con la siguiente partida:

            “Dan por cuenta (los rexidores) haber dado y pagado a Joanes de Plaza, el mediano, dos ducados por hacer las justas y maderamientos que hizo para las barreras y coso de los toros…”

En las de 1732, leemos: “Primeramente dio en data y descargo (el tesorero) ciento y siete reales y ocho maravedís gastados con los vaqueros por tiempo de la mezeta…, como también un cántaro de vino que se consumió en la plaza la tarde de los toros…” y sigue luego el vino gastado en festejar a los danzantes y tres “julares” o chunchuneros que amenizaron las fiestas.

            Este mismo año, festejó la villa la “Victoria del Rey contra el Turco” repartiendo dieciséis cántaros de vino de Ilzarbe y pan, por valor de 127 reales y ocho maravedís. Se echaron “ocho reales en cornados a rebucha entre los muchachos”, y hubo su correspondiente corrida, para la que se destinaron, entre otras cantidades, 5 reales para pagar a “cuatro mozos que fueron al monte Ariaz a coger un novillo”.

            Cuando el Real Consejo pidió a los pueblos de Navarra relación de sus gastos ordinarios, la villa de Leiza le hizo saber, con fecha 13 de junio de 1784 que…

                        “Los gastos ordinarios que la villa tiene, con todos sus artífices públicos y demás sirvientes, como médico, cirujanos, boticario, maestros de primeras letras, salario del depositario, guarda montes, costiero de las vegas, contadores de cuentas, jular tambor, limosna de la Santa Casa de Jerusalén, Hospital General de Nuestra Señora de la Gracia de Zaragoza, San Gregorio Hóstiense, misas en la basílica de Santa Cruz, bendición de montes y campos, entrega de molinos, archivo, reconocimiento de setos de las vegas, pesquisas de gitanos y vagabundos, réditos de censos, cuarteles y alcabalas y FUNCION DE TOROS, todo mediante a reglamento confirmado por el Real Consejo que asciende a 4.496 reales y 2 maravedís”.

            Y así, de esta manera, continúan las cuentas de la villa, siendo así comprensible, que los buenos leizarras, siguiendo añejas costumbres, hagan correr en su plaza novillos de la acreditada ganadería de Lastur y que practiquen con ellos suertes variadas y originales, no comprendidas en los libros taurómacos de Pepeillo y Paquiro. Entre éstas, la más notable, es sin duda, la creada y practicada hace tres años por el gran Urto-Chiki, que muy bien podría denominarse la suerte del irulario.

            Colocábase el susodicho diestro en medio de la plaza, a pié firme, armado de una colosal tranca, (en el sentido verdadero de la palabra) y allá, esperaba la embestida del bravo novillo; cuando éste penetraba en el terreno del lidiador, Urtochiki, le arreaba con todas sus fuerzas el gran garrotazo en los cuernos, de arriba abajo, que obligaba al cornúpeta a salir dando volteretas, por los aires, como un irulario lanzado por un mocete experto en este difícil deporte.

            Entre los mil conthu-contharis que circulan sobre aventuras taurinas, está la del seminarista que quiso colgar el manteo.

            Cuentan, pero de su veracidad no respondo, que allá por los años 1700 y pico, había en la villa un estudiante, que convencido de su falta de vocación deseaba colgar sus hábitos talares, y no encontraba ocasión, ni se hallaba con suficiente valor para comunicárselo a sus padres, por esas mil razones, que tal vez alguno de mis lectores sabrán y comprenderán, por experiencia.

            Celebrábanse las fiestas de San Tiburcio, y el buen seminarista se animó a salir a la liza, después de recogerse la sotana haciendo pasar los faldones a través de los bolsillos. Citó al novillo que acudió como un chimiste, y como el buen estudiante no supiese dar a tiempo la remoncha, salió enganchado, sufriendo el mayor vapuleo y revolcón de que no se tiene noticia haya sufrido otro igual, doctrino, gramático, filósofo ni teólogo del país vasco. Al volver a su casa a comer, molido y cariacontecido, fue recibido por su padre, que con cara de feroche y asarre le largó la gran filípica.

            -Padre,- dijo el taurómaco seminarista-. Pequé contra la disciplina eclesiástica y contra vos; pero en el vapuleo purgué mi falta. ¡Ah!, pero no son los golpes los que me duelen.

            -Pues qué te duele, hijo mío, le dijo solícita su compasiva madre.

            -Que me he enterado ahora, de una rigurosa disposición del gran San Pío V que literalmente dice…

            (Y aquí, el fresco de él largó un latinajo por demás de macarrónico): “Estudiantis que toreabit taurus in Plaza Pública, seudo cosus taurinus, non potes dicerem mesam.

-Vetmsuan-Mesam, mesam… Latín poco entendemos, dijo el padre, pero eso sí, ya hemos comprendido. Que el estudiante que ha salido a torear, no puede sentarse a la mesa, así que ¡jope!, y después de añadirle, con el pié en las posaderas, un golpe más a los propinados por el torete, puso de patitas en la calle al colgador de manteos, para que de allí en adelante se las compusiese como Dios le diese mejor a entender.

            Tiburcio de Okabio”

Diario de Navarra 5-6-1951

Bueno, pues ya solo me queda desear que San Tiburcio conceda a todos los leizarras y forasteros unas muy felices fiestas de gozo y paz, donde la noticia sea la alegría de las mismas. Y en la próxima entrada seguiré contando cosas del aitacho si Dios quiere.