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jueves, 8 de diciembre de 2011

Arrestados en el Gobierno Cívil. Recuerdos de un día trágico XII

Ave María Purísima

Querido lector, antes de seguir en esta misma entrada con el relato del asalto y quema de Casa Baleztena, tengo que explicarte por qué he comenzado así: esta jaculatoria es el tradicional modo de saludar repetido de generación en generación al entrar en una casa navarra, respondiéndose desde dentro"sin pecado concebida" para indicar que hay alguién y que se puede pasar. Pues precisamente en honor de esa María Purísima, concebida sin pecado, hemos estado viviendo miles de navarros las novenas y vigilias a la Inmaculada, que hoy celebramos. Que impresionante estaba esta mañana la catedral de Pamplona, abarrotada de fieles devotos de Nuestra Señora. Como curiosidad que me da la impresión de que es poco conocida tengo que decirte que la verdadera patrona de España es la Virgen Inmaculada, ya que la del Pilar es de la Hispanidad. Pero en lo que atañe a la celebración de esta festividad en Navarra, puedes saber sus pormenores leyendo  una "Iruñería" escrita por "Tiburcio de Okabío", es decir el aitacho Ignacio Baleztena.

Carteles como este que da la bienvenida a quien entre en Petrorena, la casa familiar de Leiza, se pueden encontrar en muchos hogares navarros.
Y sin más dilación paso a seguir con la narración del asalto y quema de Casa Baleztena, en la que también se saludaba con esta bonita jaculatoria, por cierto.


"El infame Andrés, muy pálido y nervioso, nos veía entrar desde la puerta de su despacho.

-¿Ya están todos aquí?

Y fijándose en el luto de Luisa, pensando que no era de la familia, le preguntó

            -Y usted, ¿por qué viene aquí?

            -Porque estaba en la casa con mis hermanos y con mi hijo –le contestó.

            -Los señores se quedarán aquí y las señoras pueden subir a casa de sus primos, los señores de Arraiza, y queriendo aparecer amable y servicial, añadió

            -No tienen por qué salir a la calle; les pasaré por mis habitaciones particulares.

            Desde el teléfono del secretario, avisé a Ignacio y Josefina que todos habíamos llegado con bien[1]. Los pobres nos habían visto salir de casa y pasar por aquella calle de amargura, con la angustia que es de suponer.

            Cuando volvía del teléfono, tropecé con Andrés que me dijo bruscamente

            -¿Todavía está usted aquí?

            -Sí, he ido a comunicar a los otros hermanos nuestra llegada, ¡qué día señor gobernador!

            -¡Se pensará usted que yo lo estoy pasando mejor!, me contestó airado.

            -Es muy distinto, añadí. Dese una vuelta por nuestra casa y verá cómo ha quedado.

            -Sígame y no salga de casa sin advertírmelo.

            Y me llevó por un pasillo sin añadir palabra. Iba muy nervioso.

            ¿Por qué tendrá una educación y conciencia en ciertos momentos? Aquel hombre que iba delante de mí, con la autoridad y fuerza en la mano, nos había dejado desamparados y expuestos a la muerte durante horas y horas angustiosas.

            Juan Pedro y Camino nos recibieron con enormes pruebas de cariño. Nos sirvieron una comida exquisita, pero justamente pudimos probarla.

            Aquella tarde fue una verdadera pesadilla. El cansancio físico, después de tantas emociones, se dejaba sentir al fin. Pensar en el peligro del que acabábamos de escapar, y que todavía nos perseguía, era para estremecerse de horror. Las gentes amigas desfilaban llorosas, nos abrazaban, nos ofrecían sus casas. Con Ignacio y Josefina nos comunicábamos continuamente.

El primero, por lo que pudiera ocurrir, pues voces corrían que ya nuestra casa vacía, la suya iba a ser asaltada, estaba preparado para la defensa, acompañado de unos muchachos de la juventud Jaimista que fueron a ofrecérsele. Carmen[2], animosa de veras, no se apartó de él. Los niños los habían mandado a casa de Juan Pedro.[3]

            También comunicábamos con los hermanos y sobrinos detenidos en el gobierno. A ellos, los atacados y perseguidos, se les tomaba declaración sobre si habían o no disparado, mientras la chusma pistolera, dueña de la calle, volvía a amotinarse porque se dijo que nos habían puesto en libertad. La guardia civil tuvo que dar una carga para dispersarla.

            Los que venían de ver a los hermanos, nos decían que iban a ser llevados a la cárcel. Pero, ¿por qué delito? Nos repetíamos en aquel día desconcertante.

            A las diez de la noche, se formó una manifestación ante nuestra casa mutilada y abandonada

            -¡Muera la familia de Baleztena! ¡asesinos! ¡que los arrastren! –gritaban.

            Las pobres Josefina, Silvita y Patro oían aterradas desde El Cisne las infamias que contra su familia se decían impunemente..."

Continuará en próximas entradas si Dios quiere. Mientras tanto repetimos la oración que tanata veces rezó el aitacho: "Ave María, graziaz betea..."

Manuscrito de la tía Lola Baleztena "Recuerdos de un día trágico"


[1] Ignacio Baleztena se había quedado a defender su familia en su casa de la Calle San Ignacio (Actual Fernández Arenas) que también corría riesgo de asalto. Precisamente por debajo de esa casa pasaron en los automóviles sus familiares detenidos.
[2] Esposa del Ignacio embarazada de su cuarto hijo
[3] Los niños a los que se refiere eran mis hermanos Silvita, Joaquincho y Rosarito, hijos de Ignacio y Carmen, de corta edad. Para que estuvieran más protegidos pensaron que era mejor evacuarlos de la casa de Fernández Arenas, donde vivían, y que también estaba siendo hostigada.

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