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lunes, 1 de agosto de 2011

Cirilo por San fermín pasó aventuras sin fin (VIII). Cirilo y la bella Zulima

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(Entra Cirilo por el foro)

Cirilo.- ¿Se puede?
Aga.- (Un huesped). Adelante caballero.
Cirilo.- ¿Están ustedes buenas?.
Aga.- Caballero, ¿viene usted a pasar las fiestas?. ¿Necesita usted una habitación?. Aquí las encontrará usted limpias, cómodas, elegantes, higiénicas, sin chinches ni otras porquerías que tanto abundan en otras similares. En cuanto a la comida, la tendrá usted abundante, sana nutritiva, bien condimentada, cualidades que las hago extensivas a la cena. ¿Pues el desayuno?. Café con leche, con azúcar a discreción o chocolate según el gusto del huésped. Y todo, caballero, por doce cincuenta. ¡Ah!, hay timbres, luz eléctrica y waters clos con agua corriente.
Cirilo.- Bueno, bueno. Lo que yo necesito por ahora es lavarme la cabeza, porque para que los consumeros no me quitasen unos requesones que me dio mi mujer para el misacantano, me los puse muy bien arregladicos endrededor de la boina. El macho va, se asusta de un automóvil, agacha las orejas y ¡cataplún! Me tira de cabeza. ¡Jobar!, menudo susto que se ha llevau la gente creyendo que se me salían los sesos escachaus.
Aga.- Pues se le conoce poco.

Cirilo.- ¿Sabe usté?. Es que mientras me estaba atontau en el suelo, han venido unos perros y se han puesto tibios lambiéndome.
Zuli.- Ja..., ja... Tiene gracia.
Cirilo.- (Aparte) La que tiene gracia por almutes, eres tú. ¡Rediez, qué mujer!. Pero no... Cirilo, Cirilo. Que has   prometido no faltar a la pobre Josepa Anthoni...
Aga.- Bien caballero, bien. Pase usted a ese cuarto y hallará cuanto necesite para desrequesonarse. ¡Vaya, ya cayó un huésped!. (Salen por la izquierda)
Zuli.- Ese hombre tiene cara de tonto; y que le he causado buen efecto, salta a la vista. Si consiguiese yo convencerle para que me acompañe en mis danzas, en un par de ensayos le pondría en condiciones de poder debutar esta misma noche, por encima de todas las bravatas y amenazas de Tolique, que así le coja la..., iba a decir una enfermedad muy gorda, pero creo que no hay ninguna que no la haya pasado seis o siete veces. Sí. Yo le pintaré con los colores más negros una situación horrible, espantosa, de la cual él sólo podrá sacarme; le ofreceré una propina crecidita, y poco corazón ha de tener, o ha de ser muy desinteresado, si no se convence. Aquí está él; discreción y labia
Cirilo.- Vaya, ya estamos arreglaus. Algún estropicio gordo he debido hacer en ese cuartico, porque he tirau de una cadenica que estaba cincilicando de un balde, y se ha empezaú a caer agua y más agua, con unos ruidos y unos chiflidos, que buena se va a poner la echecuandre cuando se entere. ¡Jesús, María eta José! Ya está ahí la de antes. Cirilo, Cirilo; no la mires, que eres prágil.
Zuli.- ¡Caballero!
Cirilo.- Eso no será para mí, que no soy más que organista. Machero si habría dicho aún...
Zuli.- ¡Caballero!
Cirilo.- Pero... ¿a quien estará llamando?
Zuli.- ¿No me entiende usted?. ¿Es usted extranjero de Francia por un casual?
Cirilo.- No señora; soy de Burdindogui por nacimiento.
Zuli.- ¡Ah! Creí, usted dispense.
Cirilo.- Lo habrá creído usted por el traje. Es que en el pueblo tenemos una costurera muy buena, como que nos hace la ropa a todos los señoritos de la cendea, al palaciano, al hijo del cabo, al estudiante... (aparte) ¡Rediez, cómo me mira y qué requetéguapísima es!. Pero Cirilo, Cirilo, cierra los ojos y no los abras, aunque te hagan cosquillas.
Zuli.- ¡Ay!
Cirilo.- ¡Qué suspiro!. A ver si a lo mejor es por mí.
Zulima.- ¡Ay Dios mío! ¡Qué desgracia más grande la mía!. (continúa suspirando y llorando).
Cirilo.- No, pues no debe ser por mí... Señora, por Dios, no se ponga usted así, que me da mucho duelo verla tan triste, y yo, antes de ver llorar a una mujer, prefiero tocar a fuego con la cabeza.
Zulima.- ¡Ay, caballero!. Yo soy la mujer más desgraciada que hay en el mundo. Usted no sabe lo que es sufrir, usted no sabe lo que es padecer como yo lo hago, usted no sabe...
Cirilo.- Esta se cree que yo no sé nada. Me ha tomado por analfabeto.
Zulima.- Usted no sabe lo que es quedarse viuda con cinco niños y esperando otro... No, usted no puede saber eso.
Cirilo.- Señora, que nadie puede decir de este agua no beberé.
Zulima.- ¡Ay! ¡qué desgracia!, qué desgracia la mía.
Cirilo.- Mire usted.  Cómo siga con esas geremíadas, agarro el macho y me voy con el misacantano.
Zulima.- ¡Sí! Caballero, sí. Lo que me pasa es horripilante, y cuando se lo cuente no podrá usted menos de conmoverse. Porque, si es verdad que los ojos son el espejo del alma, por los suyos se echa de ver que la suya es grande, generosa, bella...
Cirilo.- Ahora, sí que los cierro y no me los abren ni con una grúa.
Zulima.- ... y buena y hermosa... y por lo tanto se ha de apiadar de mi triste situación, y tengo seguridad de que me ha de sacar de ella; porque yo..., pero siéntese usted, caballero.
Cirilo.- No, no, es comodidad.
Zulima.- No, siéntese usted..., no, ahí no, más cerca, aquí.
Cirilo.- ¡Ay, Dios mío!.

(Se sientan)

Continuará

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