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(Se sientan)
Zulima.- Yo, señor mío, soy, aunque me está mal el decirlo, artista de varietés, reina del “Exotique dance”.
Cirilo.- ¡Anda! Resulta ahora que es reina de un pueblo que no trae la geografía.
Zulima.- Atraída por el renombre de mi fama, la empresa del alón de Berichitos me contrató, en unión con mi marido, para treinta funciones a razón de veinte duros por función, lo que suman 3.000 pts. por la temporada.
Cirilo.- Bueno, y a mí qué.
Zulima.- Cuando ya nos faltaba más que una función para cumplir el contrato, a mi marido le da la triste ocurrencia de morirse sin mi permiso, dejándome...
Cirilo.- ¿Viuda?.
Zulima.- Y martir, caballero, porque no existe martirio comparado con el que yo estoy pasando. La empresa, fundándose en que el contrato era para dos personas por treinta funciones, me advierte, que si hoy mismo no bailo con uno que me haga pareja, se desentiende del compromiso. Ya ve usted en que situación me encuentro: viuda, sin dinero, con siete hijos...
Cirilo.- ¡Rediez!. Han aumentau.
Zulima.- Con mi marido muerto, de cuerpo presente, casi, en estado de putrefacción, sin poderlo enterrar por falta de dinero, ni tener con que comprar un traje de luto..., y sin poder cobrar esas 3.000 pesetas; y todo por no encontrar un alma caritativa que se apiade de mí y se comprometa a bailar conmigo esta noche... Si usted caballero fuera tan bueno...
Cirilo.- ¡Yo! Ca, hombre. ¿Bailar yo?. Si en la vida no he bailao más que una vez aquello de: María Magdalena pecádora fue y ahora está en el cielo tomando café (baila).
Zulima.- ¡Oh!. Magnífico, colosal, si usted tiene unas aptitudes insospechadas. Usted es mi hombre.
Cirilo.- Quite usted, quite usted. Si yo no valgo pa eso.
Zulima.- Mire señor. Con dos lecciones que yo le dé, bailará mejor que el difunto.
Cirilo.- Eso, sí lo qu’es, ni que decir tiene. P’a bailicos estará el pobrico.
Zulima.- ¿De modo que no se compadece usted de mí?, ¿me abandona a mi desgracia?
Cirilo.- Pero no ve usted, que si por casualidad ha venido alguno del pueblo y me ve y lo cuenta allá, la Joshepa Anthoni no va ha encontrar suficientes platos en todo Burdindogui para rompérmelos en la cabeza.
Zulima.- Es que saldrá usted con una careta negra y no lo conocerá ni su abuelo.
Cirilo.- ¡Claro! Ya se murió, pues, antes de que yo pensase ser de Burdindogui.
Zulima.- Caballero, véame de rodillas a sus plantas; Su negativa ocasionará mi suicidio; dentro de breves momentos mi cadáver sangriento interceptará el paso de los transeuntes de la calle de Pellejería. ¡Adiós hijos míos!.
Cirilo.- Pero..., ¿va usted a tirarse de cabeza a la calle?.
Zulima.- Si usted continua en su negativa, ¡sí!.
Cirilo.- Pero..., que si se enteran en el pueblo que el organista ha bailao vestido de moro, el abad, el sacristán, los monaguillos y hasta la serora me echan la excomunión.
Zulima.- Yo respondo que no lo sabrá nadie..., y además, le daré doscientas cincuenta pesetas.
Cirilo.- Eso ya empieza a tocarme el corazón. Pues...,. mire usted, no se crea pues que es por el dinero, no; es que me da mucha, mucha pena lo que le pasa... (doscientas cincuenta pesetas). ¡Pobres hijicos con un padre sin enterrar!. Y para que no crea usted que soy interesau, le daré una peseta de lo que me corresponde, pa que le compre un chupete a ese que está usted esperando, y..., bailaré, sí señor..., pero con careta ¿eh?.
Zulima.- Bendita sea tu madre, salao. Que si el ayuntamiento sabe hacer las cosas como se merecen, debe de poner a una calle el nombre de su mamá, por haber echao al mundo de los vivos al hombre más bueno, más castizo y más barbián que ha tocao el órgano desde Nabucodonosor a nuestros días. Permítame que le abrace.
Cirilo.- No, no, eso no. ¡Demonio!..., que me va usted a espachurrar todos los piperropiles que llevo en el colco..., aunque, dar un abracico, no es faltar mayormente a la Joshepa. Bueno, démelo usted, pero que sea suavico.
Zulima.- ¿Así?
Cirilo.- Ni tanto ni tan calvo, mujer.
Zulima.- Pues, a no perder tiempo. Pase usted a esa habitación y yo le aseguro que con dos lecciones le hacen rey del “Exotique Dance”. Ahora verá Tolique el caso que hago de sus fachendas.
Agapita.- Pero, ¿no le he dicho a usted que no vuelva a poner los pies en esta casa?.
Tolique.- Señora, no sea usted súpita, que si vuelvo a honrar esta mansión con la presencia de mi físico, es no más que pa llevarme lo que me corresponde en estricta justicia.
Agapita.- ¿Su mujer?.
Tolique.- No, mi equipaje; que respective a mi cónyuge le hago a usted grata donación de ella para que elabore salchichas, si le acomoda. En cuanto a lo que de pupilaje debo, temiendo en cuenta lo que usted debe abonarme por el cartel que le he proporcionao a su casa, dignándome permanecer en ella durante veinte días, sale a mi favor un saldo de cero cuarenta y cinco, cantidad que exijo sea entregada en mi nombre con destino a las cantinas escolares. ...¡Ah!, se me olvidaba, póngame usted a los pies de su esposo.
Agapita.- Lo que voy a poner es a la policía en tu persecución, ¡so ladrón!.
(Entra la Joshepa Anthoni)
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