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miércoles, 11 de enero de 2012

El Bicharrakus Asquerosus de la cabalgata de Reyes de Pamplona (II)

Querido lector, para entender de que va este lío del aitacho tienes que leer la entrada anterior pinchando aquí o no te enterarás de nada. Pues bien al grano, seguimos con la historia del Bicharrakus Asquerosus:


"EL “BICHARRAKUS ASQUEROSUS”

Iruñería de Tiburcio de Okabío, Premín de Iruña o Ignacio Baleztena

 (Continuación)

            Al llegar los buenos Reyes a Jerusalén se llevaron la gran desilusión. Esperaban encontrar la ciudad toda engalanada, gallardeteada, colgadurazada, tapizada y reposterada. Baltasar esperaba poder asistir a grandes procesiones, Te Deums y festividades de carácter religioso. Gaspar se hacía la ilusión de que iba a contemplar grandes desfiles militares al son de músicas mil, cornetas cinco mil y otros tantos tambores. Baltasar no cabía de gozo en su túnica, sólo de pensar que iba a ver bailar los gigantes de Jerusalén con su acompañamiento de kilikis, zaldikomáldikos y cabezudos… En una palabra, esperaban encontrar un Jerusalén parecido a las Pamplonas en días de San Fermín.

            Y el motivo no era para menos. ¡Haber nacido nada menos que el Rey de Israel, el Salvador del género humano a unos pocos kilómetros de la ciudad, en Huarte, cabe Pamplona como si dijéramos, y allí no se notaba nada!

            Se veían a los zarrapastrosos judíos de siempre acurrucadas a las puertas de sus tiendas, o con tenderetes de castañas asadas y dátiles, vendiendo de estraperlo en los atrios del templo palomas para los sacrificios, tapices, pebeteros, lamparicas de siete brazos y otras chucherías orientales. Por calles y plazas gentes del pueblo, hechos unos zánganos, tomaban el sol tumbados en el cochino pavimento rodeados de moscas, cargados de piojos y de mil otros insectos, que por allí pululaban aún en pleno invierno.

            -¡Jamebik kunda Barasoain! –dijo Baltasar en su lengua-.

            -¡Kuskurreo roken gamuchi! –repitió Gaspar en la suya-.

            -¡Espelunkan proteo garren muru! –exclamó el venerable Melchor-, frases, que traducidas a nuestro idioma, significan las tres:

            -¡No hay derecho! Y efectivamente no lo había.

            Preguntaron a varios noticias del nacimiento del Salvador, sin recibir más contestación que un encogimiento de hombros, y a lo más, un:

            -Eso se lo pregunta usted a un guardia; pero dicho en Arameo.

            Reinaba a la sazón en Jerusalén y sus comarcas un mal bicho llamado Herodes, a quien los romanos invasores, conociendo su carácter pelotillero y bajuno, lo pusieron en el trono contra la opinión y modo de pensar de todo el pueblo judío. Llegó a oídos de él la llegada de los tres reyes y del objeto que les había traído por aquellas tierras; y al enterarse de ello, fue presa de la mayor bildurra y furor; pues se decía: -Si es cierto que ha nacido el rey de los judíos y el pueblo se levanta por él, ya puedo hacer la maleta y largarme hacia la estación de autobuses, dado que las gentes me dejen llegar a ella incólume.

            Llamó a los reyes a su palacio, los agasajó espléndidamente, y el granuja de él fingió una gran alegría al saber la noticia del Nacimiento del Rey de Israel. Suplicó a los reyes, que a la vuelta para sus reinos, pasasen otra vez por Jerusalén para decirle donde estaba el Niño Dios, pues también él quería ir a adorarle; y los reyes, hechos unos guizajos, se lo creyeron a babuchas juntillas; pobres incautos si hubieran cumplido este encargo, pero se les apareció un ángel que les hizo saber las verdaderas intenciones del hipócrita monarca. Así es, que los buenos reyes, después de adorar al Niño Jesús y ofrecerle sus presentes, cogieron un atajo, y sin pasar por Jerusalén, se volvieron a sus tierras, con lo cual, las regias narices del cruel Herodes quedaron desde aquel día aumentadas en un palmo.

            El berrinche que pasó el majadero coronado fue de los que hacen época: se dedicó a recorrer todo el palacio y calles de Jerusalén arreando patadas a cuantos transeúntes tropezaba por el camino, y después de esta expansión, tan natural en casos parecidos, se encerró en su despacho donde redacto un ukase por el que ordenaba que fueran degollados todos los niños de Belén menores de dos años; pues así, creía el gran majadero que iba a hacer desaparecer al Niño Jesús. Pero como todos ustedes lo saben muy bien, un ángel reveló este propósito a San José y le ordenó se refugiase en Egipto donde debería permanecer hasta la muerte de Herodes.

            Cuando llegó ese día, hubo el gran regocijo en los infiernos. Todos los demonios se disputaban el honor de llevarse a su departamento el alma del cruel infanticida, y estuvo a pique de armarse en el Averno un zipizape de dos mil demonios (nunca mejor empleada la frase) que tuvo que resolverlo Satanás por el socorrido procedimiento de “zurrón butón de la buta butera zirrikili fuera”. La suerte favoreció a Astaroth, el demonio de más fecunda imaginación en lo de inventar suplicios regocijantes. A él se deben, además de todos los que aparecen en la puerta del Juicio de la catedral de Tudela, el originalísimo de enchufar a los condenados a un pararrayos al que se aplica una corriente eléctrica que lo pone al rojo, abrasando así las entrañas de las víctimas y dándoles, al par, unas sacudidas eléctricas que les obligan a realizar movimientos de ranas epilépticas. Ese era el suplicio al que pensaban someter a Herodes, pero, eh ahí, que cuando venía a la tierra para apoderarse de su hedionda alma, le salió al paso el gran mago de Baltasar, que le dijo, que aquel alma le pertenecía a él, pues era el encargado de vengar la muerte de los niños inocentes, y que para ello tenía ideado tal suplicio, que a su lado todos los demás eran tortas y pan pintado. Consistía en encarnar el ánima en el repulsivo cuerpo del Kakazarra o “Bicharracus Asquerosus” para tenerlo encadenado toda la eternidad en el misterioso Mendillorri para que desde allá sufriese lo indecible viendo lo majos y buenicos y alegres que son los mocetes de Pamplona y lo que se divierten por San Fermín corriendo ante el zezenzusko, el día de Reyes siguiendo y aclamando a la cabalgata de los Magos, el Domingo de Ramos sacando los ojos de los devotos que van a la catedral con las puntas de sus palmas, etc. etc. Pues a Herodes, el enemigo número uno de los niños, lo que más le hace sufrir es ver niños buenos, alegres y felices.

            Y desde aquella época tenemos el alma de Herodes encarnada en el Bicharracus asquerosus, pidiendo a gritos a Belcebú y otros diablos que lo lleven al infierno, pues prefiere estar una eternidad metido en una sartén, a tener que estar siendo testigo de la felicidad y alegría de los mocetes irunshemes.

            Pero llegó el día de Reyes y aprovechando un descuido de su guardián rompió la cadena y bajó de Mendillorri, haciendo aquella pavorosa aparición en el Frontón Labrit que tanto asustó a los papás de la alegre mocetería. ¡Ah! Pero él no contaba con el valor y bizarría de los guerreros de Baltasar que, a golpe de lanza y churrazos bien administrados, consiguieron volverlo a encadenar y llevarlo otra vez a la cueva de Mendillorri, donde continuará en su cruel suplicio per in secula seculorum.

            Esta, y no otra, fue la causa de la aparición de aquel ser a quien los sabios zoólogos tomaron por la fiera corrupta unos, por el hombre de las cavernas otros, y que no era otro que el Bicharracus Asquerosus, estuche del alma del repelente degollador infantil.

Tiburcio de Okabío"

Iruñerías, D.N., 16-I-1955

Pues bien, con esto acabo las entradas postnavideñas y  desde la próxima entrada retomo su biografía con los coletazos del asalto y quema de Casa Baleztena, el destierro a San Sebastián y los sanfermines de 1932... bueno pero en orden, que me precipitó. Hasta la próxima entrada si Dios quiere.

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