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lunes, 9 de enero de 2012

El Bicharracus Asquerosus de la Cabalgata de Reyes de Pamplona

Querido lector, como hemos visto estos días el aitacho fue iniciador de la Cabalgata de Reyes de Pamplona e íntimo amigo de Baltasar. Pues bien, como lo prometido es deuda te paso a transcribir una iruñería que publicó en enero de 1955, con motivo de la primera aparición del conocido "mono de la cabalgata", que fue famoso durante años por asustar a los niños al escaparse de su jaula, y que no era ni más ni menos que... lo que nos cuenta a continuación:


"EL ALMA DE HERODES Y EL BICHARRACUS ASQUEROSUS

Iruñería sobre el Bicharracus Asquerosus

             La maldita coqueluche[1], que se complace en visitarme más a menudo de lo que yo deseara, me impidió asistir al emocionante acto de la llegada de los Reyes Magos y a su triunfal entrada en el Frontón Labrit[2].

            Pero me dijeron que durante el acto hizo su aparición un ser horripilante; que los más sabios no sabían si se trataba del hombre de las cavernas, de un gorila, de un marciano o de alguno de aquellos antiguos ministros que perseguían a cañazo limpio a los mocés que jugaban al irulario o al hinque en la plaza del Castillo.

            Yo sí sé de qué se trataba[3]. Era nada menos que el Bicharracus Asquerosus, el repugnante Kakazarra, en cuyo cuerpo se halla encarnada el ánima de aquel cruel Herodes, enemigo de los niños y aspirante a verdugo del Niño Jesús.

            Contaré su historia, tomándola desde sus principios, aunque tal vez resulte un tanto tabarrosa.

            Hace años, muchos años, tantos, que aún no había nacido la gallinita que puso el huevo del que nació jolgorioso y quiquirriante ese simpático gallico que, desde la torre de San Cernin, vigila y vela porque Pamplona sea, sin llegar a la sesudez, modelo de poblaciones cultas, optimistas y caritativas.

            Existían en aquel entonces tres estados enclavados en el lejano e ignoto Oriente, regidos y gobernados por tres reyes buenos, sabios, generosos y sobre todo amantes de la mocetería, a pesar de lo revoltosos e insoportables que se ponían a veces los mocés de sus vastos estados. Eran tan sabios, que sabían serlo sin ponerse palmas ni darse postín, como lo hacen tantos que se creen sabios porque en su juventud, a fuerza de recomendaciones y pelotillas sacaron algunos sobresalientes y tal o cual matriculica.

            En sus repletísimas bibliotecas se apilaban los libros más caros, los más valiosos documentos y palimpsestos, excepción hecha del Espasa, pues como se sabían de memoria todas las palabras y su verdadero significado, no necesitaban recargar las estanterías con esa obra tan imprescindible para todos cuantos nos hacemos la ilusión de militar en las literarias filas de la sapiencia barata.

Aseguran las crónicas, que Gaspar jamás utilizó diccionario enciclopédico alguno para descifrar el más complicado Crucigrama. También se dice, que la sabiduría de Melchor llegaba a tal grado, que podía descifrar a la perfección la Tabla de Logaritmos y a traducir por activa y pasiva todo el Latinitates Autoribus, dando a cada palabra su verdadero significado y a cada sílaba su exacta pronunciación. Baltasar, a pesar de ser tan sabio como sus compañeros, cuando no le veían sus sesudos ministros y los tabarrosos y magníficos rectores de las universidades, se encerraba en su despacho y se empollaba la Codorniz[4] y se desquijarraba leyendo las aventuras de Carpanta, de Doña Urraca, del Reporter Tribulete, la Familia de Ulises, el Loco Carioco[5] y otros héroes infantiles. Sin embargo, le cargaban las aventuras de esos pollos de ojos lánguidos, boca de aburrida sonrisa, sin más misión que la de arrear directos uppercuts y zartakos a gansters, jefes de sociedades secretas y cuantos se dedican a perseguir a una niña cursi, rubia, de largas pestañas postizas y gesto inexpresivo, gretagárbico, que en vez de estarse formalica en su casa, se mete, vestida de explorador, donde maldita la falta que hace.

            Estos tres sabios monarcas no se conocían personalmente, pero sí por correspondencia y por la fama que de sí mismos irradiaban. Perfectos conocedores de la astronomía sabían al dedillo los nombres de todas las estrellas, astros, planetas, satélites, cometas y hasta las andanzas sidéreas del más humilde bólido.

            Conocedores de cuantas profecías y libros sagrados trataban del misterio de la Redención del género humano; sabían que algún día había de nacer un Niñico portador de la paz y felicidad para los hombres de buena voluntad. Esperaban, y creían firmemente, que ese Niño Dios les daría a conocer su llegada al mundo por medio de algún prodigio extraordinario, así es que se pasaban horas y horas en sus observatorios mirando el espacio a través de sus catalejos por ver si veían en él aparecer algún astro que les anunciase la buena nueva.

            Y efectivamente, una noche pudieron observar cómo en lo más lejano del horizonte aparecía un puntito luminoso, diferente en un todo a todas las demás estrellas que figuraban en el cielo.

            Un astrólogo de los que ahora estilamos, tal vez, hubiera pensado en un platillo volante, pero, ¡vaya usted con esas insensateces a aquellos sabios para quienes el firmamento tenía menos secretos que una bicicleta!

            Comprendiendo enseguida de qué se trataba, los tres, sin ponerse de acuerdo, se dispusieron a emprender la marcha a Belén, llevando al Niño Jesús los más ricos presentes que producían sus estados. A los pocos días de marcha se encontraron en una encrucijada a la que afluían las carreteras principales de sus reinos, y allá, se abrazaron emocionados, alabaron al Señor dándole gracias por el enorme beneficio que les dispensaba al hacerles conocer tan gran misterio, permitiéndoles ser testigos presenciales del mismo. Emprendieron felices su marcha hacia Belén guiados siempre por la estrella misteriosa, repartiendo por cuantos pueblos y ciudades pasaban bienes espirituales y consuelos corporales, sanando enfermos, repartiendo bienestar y alegría entre los mocetes, que jamás pudieron soñar en ser poseedores de juguetes tan valiosos.

            Tan sólo en una ocasión estuvieron a punto de tener un pequeño disgusto, y ello fue con motivo a la visita de un Asilo de Niños, en el que había unos mocetes la mar de buenicos y guapos. Baltasar no pudo resistir la tentación de darles una sesión de curriños. Sus compañeros protestaron pues toda parada se les hacía un siglo dada la ansiedad que les dominaba por adorar al Niño Jesús. Pero luego resultó que fueron ellos los que más se la gozaron con las aventuras del “Pucherero”[6] y otros héroes curriñescos, tan magistralmente movidos por el regocijado monarca.

            Y así, repartiendo salud, bienestar, alegría, llegaron a Jerusalen, donde… (Esto se ha hecho demasiado largo, tendré que dejar su histórica continuación para más tarde)


Tiburcio de Okabío"
Iruñería, Diario de Navarra. 9 de Enero de 1955
Y efectivamente el relato continuó a la semana siguiente, y yo te lo contaré en la próxima entrada si Dios quiere. Ya se que me he vuelto a desviar de la biografía cronolócica del aitacho, pero la Navidad y SSMM los Reyes Magos se lo merecían. Tras finalizar el relato del Bicharracus asquerosus retomaré la "vida y milagros" de Ignacio Baleztena, al que dejamos desterrado de su querida Pamplona. Atento y no pierdas el hilo.Y por cierto igual no te has dado cuenta de que he metido varias fotos de las cabalgatas de antaño, que puedes ver pinchando aquí.

[1] Gripe, vulgar y corriente
[2] Obviamente la “coqueluche” no le mantuvo en cama. Era una manera de justificar su “ausencia” en beneficio de Baltasar, que si estuvo presente.
[3] Claro que sabía de que se trataba, fue otra de sus aportaciones a la cabalgata. Otra “cosa de Baleztena”
[4] Periódico semanal cómico
[5] Comics famosos de la época
[6] Obra para curriños hecha por el propio aitacho

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