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viernes, 2 de diciembre de 2011

La extinción del incendio. Un favor del Lignum Crucis y la Dolorosa. Recuerdos de un día trágico X

Querido lector, antes de seguir con la narración del asalto y quema de Casa Baleztena no puedo dejar de detenerme en la fecha de mañana, 3 de Diciembre, día de San Francisco Javier, Patrón de Navarra, de las misiones, de los deportistas, de los pelotaris en concreto y mi santo por cierto. Nuestro navarro más ilustre era uno de los santos más queridos por el aitacho y mañana seguro que organizan juntos unas buenas mezetas celestiales. Y en homenaje a este día te propongo la lectura de todo lo que ya he metido en este blog al respecto, y luego continuamos con la quema de la casa en esta misma entrada. No te despistes que bajo este listado de entradas javieranas seguimos con la historia donde la dejamos.

Ignacio Baleztena y la primera Javierada

Peregrinación a Javier en 1932
Precisamente esta de 1932 ocurrió poco antes de la quema de Casa Baleztena


El cólera de 1885. La peregrinación a Javier I

El cólera de 1885. La peregrinación a Javier II

El cólera de 1885. La peregrinación a Javier III

El cólera de 1885. La peregrinación a Javier IV

El III centenario de la canonización de San Francisco Javier en 1922 I

El III centenario de la canonización de San Francisco Javier en 1922 II

El III centenario de la canonización de San Francisco Javier en 1922 III

Otras historias del III centenario

Y tras haber recordado y saboreado algunas entradas referidas a nuestro santo patrón, podría introducir muchas iruñerías del aitacho sobre San Francisco Javier, pero vamos a centrarnos y prosigo con el asalto y quema de Casa Baleztena:

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Manuscrito de la tía Lola Baleztena "Recuerdos de un día trágico"


“Pronto, a casa Baleztena, que la están quemando”

Siete guardias echaron a correr impresionados por aquella demanda, pero la policía les contuvo advirtiéndoles que no había orden.

            Camino, con la elocuencia que el cariño aumentaban, obligó por fin al gobernador a coger el teléfono para dar la orden de salida a los bomberos. Juan Pedro le apremiaba, y la voz de la sangre le hacía decir:

            “Pronto, que es la casa de mi madre”

Los bomberos acogieron la orden precipitadamente, porque la estaban deseando, y salieron con el salvamento.

            Entonces culminó la barbarie de la plebe. Se lanzaron contra las escaleras y las rompieron vociferando

            - ¡Que se quemen todos, que es la casa de un carlista!

            - ¡Qué importa eso, si peligra toda la manzana! - Gritaban los bomberos entre aquellos desalmados. Uno de ellos sacó un puñal y fue a metérselo a un bombero, pero éste pudo esquivar el golpe y el arma quedó clavada en el carro. Quiso dios, que llegaran, a pesar de todo, y la guardia civil, que por fin salió a la calle, facilitó su actuación. Imposible parece que cincuenta litros de gasolina ardiendo en la entrada de una casa vieja no terminara rápidamente con ella.

            Pero aquel día, escogido por los malvados para cometer inaudita barbarie, era también el designado por la Divina Providencia para realizar prodigios de amor sobre quienes en ella confían.

El Lignum Crucis, reliquia tan venerada por nosotros, que es llevada a la cabecera de los miembros de la familia cuando están enfermos, fue en esta ocasión colocada por Santita en lo alto de las escaleras. Las llamas que ascendieron precipitadamente por ellas fueron como ahogadas, y la labor de los bomberos, extinguió rápidamente el incendio[1]. Estos se lanzaron por la casa para prestar auxilio y llegaron a la habitación donde se encontraba María Isabel.

Relicario con el "Lignum Crucis" (Una astilla de la Cruz de Nuestro Señor) en el oratorio de la casa.

            “¡Qué infamia, qué horror -repetían indignados-, salga pronto de aquí, el humo es horrible!”

            María Isabel acababa de rezar el Angelus que tocaban las campanas de las torres: sus voces eran, más que nunca, una llamada al corazón para elevarlo hacia quien es Madre de Misericordia, justicia y amor. Estaba muy tranquila, y ella misma indicó a los bomberos por donde tenían que abrir brecha para pasar a la casa próxima. Oímos los martillazos salvadores; cayo la pared y aparecieron entre los escombros María Isabel y Joaquín.

            Este, como el heroico capitán de un barco que se hunde, no había abandonado la casa hasta asegurar la suerte de todos. Desde la terraza presenció nuestro salvamento y marchó después en busca de Maria Isabel.

            Cuando nos vimos todos reunidos ¡qué abrazos! ¡qué emociones! ¡qué alto de relativa tranquilidad en aquellas horas de tragedia! Poco duró este respiro. Un grupo de desarrapados subía las escaleras del Cisne y nos gritaban imperiosamente que saliésemos con ellos, que querían salvarnos… (tuve una imagen de las turbas en Versalles)

            ¿Quiénes son ustedes? –les preguntamos.

            - Somos comunistas y acompañaremos a ustedes, aquí corren peligro con estos cochinos de socialistas; no teman, somos hombres.

            -Pues lo disimulan a veces –les replicó Silvita.

            Ignorando la extinción total del incendio, Angeles y Chan, penetraron por el boquete abierto por los bomberos y cogieron la Virgen del Oratorio para salvarla de las llamas. Junto a ella estábamos los hermanos y sobrinos, más Carlos y Patro[2] que habían llegado trémulos: Gozábamos de vernos con vida. Pello tenía la cara ensangrentada, todos la teníamos negra por el humo, especialmente los labios.[3] 
La Dolorosa de Casa Baleztena con el "Lignum Crucis" a sus pies (a la izquierda de la foto)

¡Qué escenas las que íbamos viviendo!, y aún nos faltaba camino para recorrer el calvario que nos tenían preparado.

Continuará en las próximas entradas si Dios quiere

[1] Al sacar el Lignum Crucis del oratorio a lo alto de la escalera se rompió la cristalera que da luz a la misma formando un efecto “chimenea” que hizo que las llamas ascendieran por ella formando un efecto de vacío que extinguió el incendio por la falta de aire. En la familia ante esta providencial “coincidencia” siempre hemos considerado el hecho un favor de dicha reliquia (una astilla de la Cruz de Cristo) y de la Dolorosa del oratorio.
[2] Carlos Lizasoain, marido de tía Josefina; Patrocinio Sagües, esposa de tío Pello
[3] Pasado un rato al comprobar la extinción del incendio y dado que el humo iba despejándose, no fiándose demasiado de las intenciones de los comunistas que decían querer salvarlos, decidieron volver a casa por el boquete de la pared en vez de salir al exterior donde seguían los asaltantes concentrados.

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