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lunes, 14 de marzo de 2011

El colera de 1885. La peregrinación a Javier IV

Querido lector, ya ha pasado la Novena de la Gracia y transcurido las javieradas con gran éxito de asistencia y sobre todo grandes frutos espirituales, que es de lo que se trata porque si no le podíamos llamar las castilladas o la caminata del año. Quien iba a decir en 1940 a la recién fundada Hermandad de Caballeros de la Cruz, de la que formaba parte Ignacio Baleztena, que más de 70 años después su iniciativa iba a movilizar a tantos miles de navarros año tras año. No obstante no me parecía serio dejarte sin saber como finalizaba el "aitacho" la historia de la peregrinación a Javier de 1885. Además así aprovecho para ponerte al final un listado de todo lo escrito en el blog sobre S Francisco Javier, la javierada y otras peregrinaciones al castillo. Todavía quedan más escritos muy curiosos de Ignacio Baleztena sobre San Francisco Javier, pero de momento los dejo para próximas ocasiones. Y sin más dilación cedo el paso a "Tiburcio de Okabío":


"EL COLERA DE 1885 – LA PEREGRINACION A JAVIER

Manuscrito de Ignacio Baleztena redactando esta "iruñería"

            Dejamos en nuestra última entrada a los peregrinos de Javier pletóricos de entusiasmo al par que empapadísimos de agua y barro. Chirriados, en una palabra.

            Según me comunica una simpática devota del Santo, que muy jovencita estuvo con su madre en la peregrinación. Fue tal el número de romeros que se congregó en la capilla del Cristo milagroso, que el pavimento acabó por venirse abajo, con “fragor horrísono”, sin que, por verdadero milagro hubiese ocurrido la menor desgracia.

            Bromicas del Santo, que parece complacerse en poner a prueba el amor y devoción de sus paisanos, a fin de que las visitas que le hacen no degeneren en juergas místicas. Porque no hay romería a Javier en que no llueva, nieve y se desaten las furias de los elementos todos. Parece que al Santo le molestan las visitas y que muy a gusto le diría al hermano porter: -Si viene alguno preguntando por mí que no estoy en casa. Pero no le vale, porque cada vez acuden a visitarlo sus paisanos en mayor número, más ternes y con centuplicado entusiasmo.

            Los peregrinos llegaron de vuelta a Sangüesa hechos una verdadera lástima. Allá, los hospitalarios sangüesinos se deshicieron en amabilidades llevando a las señoras a sus casas para colmarlas de atenciones. ¡Qué de jugosos caldicos, cafés hirviendo, vinos generosos con bizcochos, chocolates con bollos… sirvieron aquellas caritativas gentes a las ateridas peregrinas para ver de desentumecerlas y hacerlas entrar en reacción! La población, toda ella, estuvo a pique de arder a causa de las enormes fogatas que ardieron en las cocinas para intentar secar las vueludas faldas y complicadas enaguas de las aguachinadas romeras.

            La señora que en nuestro número anterior vimos colarse de “polizón”, con todo su golpe de polisón y abarrocado traje de paseo, le hicieron, quieras que no, , meterse en la cama mientras le secaban y quitaban el barro de sus ropas, pero antes, tuvieron la curiosidad de pesar la falda, sobre falda y enaguas, que tan empapadas de agua, tan cargadas de barro se hallaban, que la báscula del almacén marcó la friolera de treinta libras: nada de exageración, señores míos.

            La vuelta a Pamplona fue caótica pues si los viajeros con sus vestidos secos a fuerza de grandísimas dificultades lograron colocarse en los ómnibus, figúrense lo que sería con los trajes húmedos y embarrados. Ni con calzador resultaba posible tan complicada operación. Yo creo que el mayor de los milagros de San Francisco Javier consistió en que por fin pudieron todos acomodarse en sus respectivos vehículos.

            Una vez en los coches, apretujados los unos contra los otros, empezaron a desprender agua y más agua como si se tratara de unas esponjas exprimidas por un Javier Ochoa, dejando por la carretera un reguero, que talmente parecía que los coches iban ocupados por todos los niños inocentes, antes de ser degollados por Herodes.

            Pero, no por eso el entusiasmo decreció en lo más mínimo, ni dejaron un momento los peregrinos de enlazar rosarios y más rosarios, intercalando entre misterio y  misterio estrofas del famoso himno de Desplán.
            El, ¡Vamos a Javier!, ¡sí, a Javier! repiten todavía los ecos de la foz de Lumbier y los recovecos de la Higa de Monreal los días en los que se repica gordo en los fastos de Navarra.

            Y a propósito del himno, su música se halla archivada en la parroquia de San Nicolás, donde hasta tiempos muy recientes se cantaba. El popular e inolvidable párroco de ella, Don Francisco Guillén, gran entusiasta de este himno, lo mandaba interpretar a penas se presentaba la menor festividad que tuviera relación con el glorioso santo navarro. La música es sencilla, muy pegadiza y fácil de cantar a dúo y con gorgoritos a estilo popular: es muy entrenante y a propósito para ser cantada por los mozos que anualmente marchan en peregrinación a Javier durante la Novena de la Gracia.

            El ilustre patricio Don Juan Iturralde y Suit, allá hacia el año 1870, escribió una interesantísima relación de su primera visita al castillo. Nos cuenta, que teniendo intención de visitar las ruinas de Leyre, iba a caballo precedido de un guía, cuando a las dos horas de marcha “divisamos, dice, un grupo de campesinos que lentamente caminaban en la misma dirección que nosotros. Componianlo dos robustos jóvenes, un anciano que se apoyaba con trabajo en un nudoso palo, un rapazuelo que llevaba del ramal a un asno, y una mujer, en cuyo demacrado rostro se retrataba el sufrimiento: iba sentada, o mejor dicho, echada sobre el manso animal”. Dice a continuación, que al llegar a un altozano se detuvieron para dar descanso a los caballos y contemplar el paisaje, y estando así, llegó a donde él se hallaba el dicho grupo de aldeanos: el anciano, “alargando el brazo hacia delante, y descubriéndose, exclamó con voz fuerte:

¡El castillo!, a esta voz se incorporó la enferma, quitándose todas las boinas, e hincaron en tierra sus rodillas… El anciano rezaba en voz alta: su familia le contestaba fervorosa y las miradas de todos se dirigían a un mismo punto. Los ojos de la pobre enferma brillaban con la luz de la esperanza, y su semblante, hasta entonces triste, reflejaba un inmenso júbilo”.

“Descubrámonos también nosotros: escuchamos silenciosos las oraciones de aquellas pobres gentes y unimos nuestras plegarias a las suyas.”

“Después de haber concluido el rezo, -¡Que San Francisco Javier te sane”- dijo el anciano levantándose y dirigiéndose a la mujer”.

“- ¡Amén!, exclamó el grupo de campesinos.

“- ¡Amén!, repetimos nosotros conmovidos.

Las primeras palabras que oímos al llegar a aquel sitio y las que el viejo acababa de pronunciar, nos dieron la clave del enigma, Efectivamente, a corta distancia se divisaba un vetusto castillo, cuyos muros, festoneados de almenas, revelaban la morada feudal, al pie de la cual se agolpaban algunas casas de pobre apariencia:

Este es el pueblecillo de Javier: el castillo la cuna de San Francisco, Apóstol de las Indias y el Japón”.

Va a continuación dando a conocer sus impresiones y el estado que en aquel entonces se hallaba el histórico castillo, con ese estilo fácil, de emocionante sencillez y poético entusiasmo que caracterizaba a Don Juan, una de nuestras más destacadas glorias literarias.

Terminaremos esta, un tanto incoherente crónica, recordando, que en el museo del castillo se conservan las banderas de la famosa peregrinación, y que una lápida de mármol, colocada en un lado de la fachada de la torre de San Agustín, por la parte de la antigua calle Angletina, hoy de Javier (San Francisco), recuerda a los pamploneses la fecha de la peregrinación realizada en reconocimiento del señalado favor de haber sido librados, por la intercesión del glorioso Santo de Javier, de los horrores del cólera morbo."

"Tiburcio de Okabío"
Iruñerías. Diario de Navarra. 6-Abril-1952

Pues rogando a San Francisco Javier porque vele por Navarra y todos sus habitantes, que sean fieles a la Fe que él vivió y propagó por el mundo, que cuide a los enfermos y de fuerzas a los misioneros, acabo esta serie relativa al tema que ha tenido el siguiente orden:

Ignacio Baleztena y la primera javierada

Peregrinación a Javier en 1932

Peregrinación a Javier con motivo del III centenario de su canonización en 1922

El cólera de 1885. La peregrinación a Javier I

El cólera de 1885. La peregrinación a Javier II

El cólera de 1885. La peregrinación a Javier III

El cólera de 1885. La peregrinación a Javier IV

Y en la próxima entrada si Dios quiere, volveremos a meternos en harina social y política en una época que cada vez era más turbulenta. Y conforme avancemos habrá sorpresas, no lo dudes.

7 comentarios:

  1. Permítame que le repita una pregunta que le hice en un comentario anterior que quizás no ha leído.Puesto que dice usted que en las próximas entradas,usted va a vover a "la harina social y política",aprovecho para preguntarle cómo se elegían los diputados de la Diputación después de 1839-1841.¿Y antes,cuando Navarra era reino,cómo se elegía el gobierno navarro?. En la época de su padre,¿cómo se elgían los diputados?. Lo digo porque,salvo en tiempos recientes, la Diputación de Navarra siempre ha tenido buena fama como gestor de la "cosa pública" navarra. Y al percibir la gran "categoría" de aquellos diputados,se supone que el sistema de elección sería bastante acertado.Saludos,y perdón por repetir la pregunta.

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  2. Respondiendo a la pregunta realizada anteriormente por otro comentarista: Cuando Navarra era todavía un reino, hasta la Ley Paccionada de 1841, las Cortes Navarras no eran elegidas en elecciones, sino que eran estamentales, con representantes de la Iglesia, la nobleza y las localidades del reino. La Diputación trabajaba en el intervalo en el que las Cortes no estuviesen activas, pues estas no se reunían con mucha frecuencia, y estaba compuesta por siete miembros, pertenecientes a los tres estamentos o brazos de las Cortes, bajo la presidencia del obispo de Pamplona.

    Cuando desapareció el Reino de Navarra, en 1841, y por tanto también las Cortes, permaneció la Diputación. Sin embargo, pasó a estar formada de nuevo por siete miembros, pero esta vez estos eran elegidos (supongo que de acuerdo con las normas electorales del resto de España, no estoy seguro), por cada una de las merindades o regiones de Navarra, una por las tres de menor población y dos por las de mayor. El presidente teórico de la Diputación era el gobernador civil de la provincia, nombrado desde Madrid, aunque la presidencia efectiva la ocupaba el vicepresidente, el diputado electo de mayor edad. Me imagino que Ignacio Baleztena también fue elegido diputado de acuerdo a esos parámetros, porque creo que la Ley Paccionada estuvo en vigor desde 1841 hasta el Amejoramiento de 1982.

    Espero que te haya quedado más claro. Un saludo.

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  3. Gracias por las explicaciones,pero...¿los diputados de cada merindad los elegían los concejales?

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  4. La verdad es que no lo sé. Por un mecanismo similar se elegían algunos de los miembros del Consejo Foral, un órgano consultivo, pero los de la Diputación tal vez lo fuesen por sufragio popular. De todos modos en el artículo 9 de la Ley de 1841 dice: "La elección de vocales de la Diputación deberá verificarse por las reglas generales conforme a las leyes vigentes o que se adopten para las demás provincias, sin retribución ni asignación alguna por el ejercicio de sus cargos." Así que los diputados serían elegidos igual que en el resto de provincias.

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  5. Queridos lectores, me alegra que con vuestra participación se enriquezca el blog. La respuesta de Anónimo es acertada y bastante completa. Mientras fue reino el sistema electoral no era uniforme para todos los ayuntamientos. Se producían “insaculaciones” (meter nombres de candidatos en saquicos… y otros variados sistemas).
    Creo que cara al blog lo más interesante es cómo se elegía en tiempos del “aitacho” y la ley electoral decía: “Son electores todos los españoles varones, mayores de 25 años, que se hallen en pleno gozo de sus derechos civiles”… “en los distritos (merindades) en que deba elegirse un diputado cada elector no podrá dar válidamente su voto más que a una persona; cuando se elijan a más de uno cada elector tendrá derecho a dar su voto a uno menos que ese número”.
    Respecto a lo que pensaba mi padre no le importaba tanto tanto el sistema de elección como la representatividad del mismo. Abogaba por una democracia representativa basada no en partidos políticos que llevan a una “partitocracia”, sino en los cuerpos sociales, donde las personas puedan participar realmente en la sociedad y no limitarse a depositar un voto con el que luego los partidos hacen lo que quieran (sistema liberal). Para empezar defendía el voto a las personas en vez de a los partidos, proponía el mandato imperativo (el representante o cargo electo, como se dice ahora, está al servicio de sus representados y si no cumple con ellos cesa de su cargo). Entendía la política como un acto de servicio a la sociedad, no como un instrumento de poder del estado. No obstante los carlistas decidieron participar en el sistema liberal de partidos políticos, sin estar de acuerdo con él, por ser la única manera de participar en las instituciones y así servir en lo que se pudiera a la sociedad.
    Una cosa que no soportaba era el caciquismo y el aprovecharse de la política para fines propios como deja constancia en su artículo publicado en el primer libro de la revista Joshe Miguel. Ver la entrada en este blog al respecto:
    http://premindeiruna.blogspot.com/2010/11/mi-saludo-semanario-joshe-miguel-2-11.html
    De nuevo os agardezco vuestra participación y os animo a seguir haciéndolo.

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  6. Esto publicaban los liberales en un comunicado en “El Eco”: “En las elecciones todos los medios son buenos para conseguir el fin, y si no basta la súplica, se emplea la oferta y la amenaza, que siempre han dado buenos resultados, y sobre todo a todo el que se le ha prometido nombrarle juez, magistrado o canónigo, es porque merecen serlo, y en cuanto a las amenazas solo las emplearemos con quienes nos deben algún favor como renteros o deudores” (El Eco 1886). Sin comentarios.

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  7. Bien dice Javier Baleztena. En la paz, los carlistas, que profesan una doctrina propia sobre la persona, la sociedad y el papel del estado, no han dudado en servirse de las leyes electorales que estuvieran vigentes con el objeto de introducirse en las estructuras del estado y hacer valer sus principios ideológicos al servicio ciudadano.

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