Querido lector, Feliz y Santa Navidad. Que pases
una gran Nochebuena celebrando el nacimiento de Dios, con la alegría con que lo
celebraba el aitacho, o más.
Aprovecho para escribir un relato acerca de cómo
se vivía los previos de Navidad en la zona de Leiza, que tía Lola nos dejo
escrito en su libro “La Casa”. Por recurso literario lo sitúa en un pueblo
imaginario del Baztán.
Leiza Nevado en tiempos de Ignacio Baleztena |
“Caravanas
de chiquillos, subían al monte para traer musgo, ramas de gorostiak (acebo) y
de pinos. Salían de sus cajones, donde los colchones de serrín, durmieron un
sueño durante todo el año, las deliciosas figuritas del Misterio divino, de los
Reyes y los pastores.
En
las casas se procedía a la importantísima ocupación de poner el Belén, lo cual quiere
decir, que imperaba en ellas un desorden terrible. De los desvanes eran
bajados, dejando regueros de polvo a su paso, tablones, leñas, cajones viejos,
jaulas fuera de uso, ratoneras inservibles, para con todos los objetos tan
dispares, formar parte de la topografía de Judea.
La
audacia infantil, ante nada se detenía; vaciaba cajones, requisaba mesas,
machacaba bombillas para convertirlas en polvo escarchado, sustraía puñados de
harina de la despensa, para cubrir de nieve los montes palestinos, aunque en
realidad, rarísima vez se ven revestidos de esa capa helada.
Quizá
de ese desconcierto que reina en las casas para colocar el Nacimiento, venga la
frase empleada cuando algún jaleo viene a perturbar el orden y la paz: “¡Se armó el Belén!”
Colocaba
María Dolores (la
protagonista de la novela) el suyo,
ayudada por algunos chiquillos del pueblo, aunque eso de ayudar, era relativo,
pues todos los chiquillos enredaban con las figuras y se quedaban estáticos
ante ellas, cuando la aldaba de la puerta anunció el correo…
Todo
resplandecía de alegría en Aizeleku (pueblo imaginario extraido de sus vivencias en
Leiza). El sol lo iluminaba
suavemente. De los balcones de algunas casas, colgaban grandes figurones
rellenos de hierba, llamados “orantzaros”. Estas figura representan
la antiquísima tradición en el pueblo vasco, a quienes unos seres que vienen a
traer prosperidad a la tierra. Se les designa así, porque son portadores de la “oratza”,
es decir de la levadura, y su presencia en la casa asegura, que no faltara en
ella harina con que mezclarla.
Los chiquillos recorrían el
pueblo cantando los versos acostumbrados:
Emen eldu gerade
Berri on batekin
Gure embajadore
Orantzaro rrekin
(Venimos aquí con noticias
buenas, con nuestro embajador el Orantzaro)
Repicaban alegres las campanas, y el canto,
no del cisne, pero si de gallinas y capones, se dejaba de oír en los corrales,
antes de ser sacrificados en aras del convite navideño.
Llegaba la Noche Buena: noche divina, saturada en profundas
emociones, en las que el cielo se funde con la tierra, noche al parecer, igual
a todas, y sin embargo, aún en los pueblos que ya abandonaron sus santas
creencias, renueva puras alegrías, infunde ternura y deja sentir como un noble
impulso que lleva los corazones hacia la indulgencia, la compasión, la paz, el
amor.
Y con este
bonito relato de Nochebuena os dejo para celebrarla en familia con los
villancicos acostumbrados junto al Belen, que tanto nos ha costado poner un año
más. Y el aitacho estará cantándole al Niño en el Cielo
Yo
soy Chopico Ignacio que viene a cantar
al
Niño que llora a hacerle callar…
¡FELIZ NAVIDAD!
EGUBERRI ON!