Páginas

miércoles, 28 de septiembre de 2011

Defendiendo iglesias y conventos

Querido lector, al inicio de la República la actitud del aitacho era un poco expectante; a ver como transcurrían los acontecimientos. Como hemos visto en una entrada anterior, en un mes se pudo ver por dónde iba la cosa con el comienzo de la violenta persecución religiosa. 

Petrorena, casa de la familia Baleztena en Leiza, fue testigo de muchos acontecimeientos en los convulsos años de la II república y la guerra civil

Ante esta situación, en Petrorena, la casa familiar de Leiza, el tío Joaquín (Joaquín Baleztena, jefe de la Junta Regional Carlista de Navarra) convocó una reunión con representantes de varias provincias a la que asistió, obviamente, mi padre Ignacio Baleztena, también miembro de la Junta Regional. De este acontecimiento se hace eco Antonio Lizarza en sus “Memorias de una conspiración”. Hubo intervenciones y discursos. Desde uno de los balcones de la casa Antonio Pagoaga arengó a los concentrados. Como el motivo de la convocatoria era valorar la actitud a tomar ante la ola de quema de iglesias y conventos, al término de la misma se decidió organizar grupos de jóvenes, denominados decurias por estar compuestos por diez personas, que se turnarían para vigilar y proteger edificios religiosos, círculos y la sede del Pensamiento Navarro. Los acontecimientos serían los que decidirían si era necesario seguir con esos grupos o dejarlos morir por inactividad. 

Joaquín e Ignacio Baleztena estaban muy unidos. En la foto están cazando en las cercanías de Leiza (Joaquín era muy aficionado, Ignacio sospecho que solo llevaba la escopeta para la foto). Precisamente ahora, cuando escribo esto (Septiembre y Octubre) estamos en época de "pasa", y muchos leizarras suben a los puestos aunque ya no entran las palomas como antes.
 La propuesta se concretó posteriormente en el Círculo Jaimista (carlista) de Pamplona como nos cuenta la tía Lola Baleztena en su inédito libro “Memorias de una chófer”:

Para que Pamplona no se viera envuelta en aquella vergonzosa y sacrílega quema, se organizó en el Círculo Jaimista una defensa. Grupos de muchachos, obreros en su mayoría, repartidos por porterías de conventos y sacristías de iglesias velaban por las noches. A los Jaimistas se unieron también los nacionalistas.

Con objeto de reforzar en caso de apuro esas defensas, llevé a mi hermano Ignacio, organizador de ellas, a Villava, pueblo bravo y leal entre los más. Los de allí se comprometieron a subir a Pamplona si veían en la torre de la catedral encender una luz roja, y el anuncio general sería los toques de la “María”, la campana mayor, muy sonora. En Villava quedaría un retén para la defensa del pueblo.

Fue muy emotivo un episodio ocurrido allí. Vigilaba un grupo de muchachos el convento de las Madres Redentoristas. Las religiosas, a altas horas de la noche, estando en coro, oyeron voces quedas y pasos sospechosos a rededor de las tapias del convento, pero observadoras del “gran silencio” guardaron para sí sus temores y siguieron rezando el Oficio. De pronto, al entonar un himno eucarístico, con gran alivio y dulce consuelo, pudieron escuchar cómo desde fuera se elevaban unas voces, que uniéndose a las suyas, cantaban las alabanzas del Señor. Eran los carlistas, socios de la Adoración Nocturna, que estaban velándolas.

En aquellos tristes y agitados días, mi sobrina Santita con su auto y yo con el de casa sacamos a religiosas ancianas de sus conventos por lo que pudiera ocurrir. Ello nos dio ocasión para presenciar escenas tiernas y desgarradoras. Se nos permitió, en alguna ocasión, franquear las puertas de la clausura en virtud de los extraordinarios acontecimientos.

Tras la puerta llamada del “Entrático”, veíamos a toda la comunidad reunida. ¡Con qué amor se daban el adiós de despedida!. La Madre Superiora bendecía a las que abandonaban el santo retiro, y ellas se arrodillaban llorando para recibir la última bendición. Y las pobres religiosas, desposeídas del hábito asustadas, derrotadas y lamentablemente vestidas, volvían a pisar el mundo que un día, en arranque de sublime inmolación, para siempre abandonaron.

¿Por qué aquella saña contra seres tan buenos, inocentes e indefensos?.

El malestar iba en aumento. Las propiedades asaltadas, las gentes de orden perseguidas, llegando algunas veces a registrarse asesinatos de patronos y propietarios. Lo dicho: proclama el hombre sus derechos, y sin el freno de la religión, ante nada se detienen.”

Y en medio de este ambiente al aitacho se le ocurrió un ingenioso sistema de combatirlo venciendo la censura republicana mediante… lo que te contaré en la próxima entrada si Dios quiere.

No hay comentarios:

Publicar un comentario