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martes, 30 de septiembre de 2014

"Sonrisas y lágrimas" en la familia de Ignacio Baleztena



Querido lector, retomo la vida del aitacho con algunos episodios familiares antes de seguir con su actividad social, cultural y política. Porque el valor de la familia era fundamental para mi padre Ignacio. Así se iba formando un hogar navarro, transmisor de la fe y la tradición de nuestros mayores, reducto de libertad y célula básica de la sociedad, como él nos enseñó.

De nuevo como en todas las familias se sucedían las alegrías y las tristezas y voy a comenzar esta entrada con lo primero. Todavía estábamos en plena posguerra con todas las penurias que llevaba acompañadas cuando en 1943 nació Luis Baleztena Abarrategui, el noveno hijo de Ignacio y Carmen, es decir mi hermano “Bollo”, trayendo la alegría a casa como siempre había sido el nacimiento de un nuevo hijo hasta en las circunstancias más desfavorables. Cierto es que eran tiempos de estrecheces, pero Dios proveería.
Mi hermano Luis Baleztena Abarrategui, "Bollo"



Y como suele ocurrir poco más de un año después vino la contrapartida negativa de esta manera. Estaba yo muy enfermico en fase terminal, tras una escarlatina complicada con un fallo de los riñones. La situación era irreversible en aquella época. Me ofrecieron darme la primera Comunión en la cama, y yo cual niño inconsciente que era, no me daba cuenta ni de la importancia del sacramento ni de que me estaba muriendo así que dije que quería esperar a curarme para celebrarlo.

El aitacho y la mamita se turnaban para estar en la cabecera. Lo que más recuerdo era la terrible sed que tenía, porque no podía beber ningún líquido según el médico de la familia, D. Bernardino Tirapu, había prescrito debido a que no me funcionaban los riñones y no orinaba. Hasta el asqueroso jarabe que tenía que tomar me apetecía con tal de aplacar algo la sed. Una tarde dijo D. Bernardino a mis padres.

-         Ignacio, Carmen, la situación es muy mala. No pasará la noche. Intentad que esté tranquilo hasta que se produzca el desenlace. Lo siento mucho, medicamente no se puede hacer más.

Tras recibir la no por esperada terrible noticia mi madre, acongojada y desolada, acudió a la iglesia de San Ignacio y ante la Virgen del Perpetuo Socorro, de la que era muy devota, le suplicó con esa fe tan fuerte y tan sencilla que ella tenía:

-         Madre, tú sabes mejor que nadie como Madre la congoja y el dolor que se siente ante la muerte de un hijo; Confío en ti, si es tu voluntad pese a mi dolor, Madre, te lo ofrezco, pero, por favor al menos quítame esta angustia tan grande que tengo.

En ese momento según ella contaba le entró una gran paz. Volvió a casa y quedó con el aitacho que él hiciera la primera guardia, pues ella se encontraba muy cansada. Yo dormía, en una cuna, al lado de la cama de mis padres, en la parte de mi madre; el termómetro marcaba temperaturas muy altas, yo ardía como el fuego, y ocurrió justo en esa situación lo que no había ocurrido durante todo el mes que me encontraba enfermo, ya que se quedaron los dos dormidos como troncos.

Allá por la madrugada, el carro del chirrión despertó a mi madre y ésta acongojada puso rápidamente la mano sobre mi frente que la notó fría, y pensó con fuerte dolor: ¡ya se ha muerto!
-         ¡Ignacio, Ignacio! Ya se ha muerto.

Entonces desconcertados oyeron una voz que decía

-         ¡Mamita, mamita!

La emoción que les entró fue tan grande que no daban crédito. Se levantaron rápidamente y vieron cómo mis ojos bien abiertos les miraban sonrientes. El aitacho no podía articular palabra y la mamita no pudo contener la emoción y rompió a llorar diciéndome:

-         Javier, tómate el jarabe

-         Mamita no me apetece, no tengo sed.

Enseguida, a primera hora, apareció el Dr. Tirapu decidido a firmar el acta de defunción y cual fue su sorpresa al comprobar que el niño, presunto difunto, estaba plácidamente, sin fiebre, ni ninguna molestia y manifestó:

-         ¡Carmen! El niño, incomprensiblemente, está curado.

Siempre hemos sabido que aquello fue un favor de la Virgen ante la confiada fe de mi madre. Ella pedía así, con total sencillez. 

 
Mi madre Carmen Abarrategui conmigo (con boina) y con Tatito (Ignacio) subiendo a rezar a la Virgen del Chaparro. Detrás Joaquincho y las Lecue (amigas). En la familia siempre hemos tenido mucha devoción a Nuestra Señora, transmitida por nuestos padres.
Otro ejemplo de ello es que como hemos dicho estabamos en pleno racionamiento y la vida era muy complicada con eso de los cupos, y no digamos nada, para una familia con nueve hijos (enseguida llegaría el décimo). Nunca se podía llegar a fin de mes. Pasábamos hambre del que duele. Y aquí vemos otro ejemplo de este abandono confiado en la Providencia.

            Un día, la mamita se encontró con que no tenía aceite para hacer la comida de su familia, ni de donde sacarlo, así es que fue, como siempre, a misa a su parroquia de San Nicolás y le comentó al mencionado Santo:

-         Mira San Nicolás, no tengo ni una gota de aceite para hacer la comida de mis hijos, ni de dónde sacarlo, aquí se han bautizado todos, bajo tu protección. Échame una mano.

Y con la tranquilidad de haber puesto el problema en buenas manos volvió a casa. Cuando llegó le comunicaron enseguida: “ha venido un señor de un pueblo que dice que estuvo en la guerra con D. Ignacio y le ha traído como agradecimiento una lata de aceite”. Nunca supimos quién era ese señor que había traído precisamente aceite. Pero lo curioso es que mi madre lo vio como lo más normal. ¡Si se lo había pedido a San Nicolás!

Esta entrada igual puede tener poco interés “histórico” pero refleja que la familia del aitacho era como otra cualquiera, con sus preocupaciones, alegrías, dificultades, sufrimientos pero en medio de todo era siempre un hogar alegre gracias a una arraigada fe y confianza en la Providencia impregnada por ese buen humor del aitacho y resto de la familia que se tomaba todo a chirigota (de todo tenían que hacer bromas y chascarrillos socarrones en las amenas tertulias familiares).

Si algo no le faltó a mi padre Ignacio Baleztena es el sentido del humor. Como él diría era un sinfundamento (a la foto me remito)

Así en medio de las cosas del día a día de vez en cuando ocurrían cosas más especiales como lo que... veremos en la próxima entrada si Dios quiere.

2 comentarios:

  1. ¡¡Emocionante!!

    Gracias tío Javiercho

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  2. Imagino que, por pudor, no relatas cosas del "Jave", pues bien, aunque se en una entrada de "Bollo" quiero transcribir parte de una carta de tu prima Roshary a mi madre, fechada en Pamplona, el 3 de mayo de 1938: «la Baleztenada se ha aumentado con un sobrino más que se llama Javier. Te voy a contar el bautizo pues merece la pena. Se le hizo cristiano siendo padrinos la Princesa y el Requeté de la casa y luego se le hizo Carlista, llevándolo a la Virgen del Pilar y se lo ofrecieron y se le puso una boina roja muy pequeña con borla e insignia de Requeté y luego la comitiva con el niño fueron al cuartel de Requetés a afiliarlo. La cosa no creas que fue con toda calma, pues hubo muchos incidentes, entre ellos uno de tantos que la tía tenía que llevar los dulces, pero como nadie le avisó no se había puesto las botas buenas ni el refajo mejor y por lo tanto agarró un mono que de enfadada que estaba se cayó rodando con dulces y todo. Qué más quisieron los críos para echarse encima, de ella no, de los dulces. La pobre se quedó tan humillada que huyó con vela y demás utensilios y por fin se la encontraron escondida en un confesonario [¿…?]».

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