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jueves, 9 de enero de 2014

Ignacio Baleztena crea el Museo de Recuerdos Históricos



            Querido lector, como estamos viendo a lo largo del blog la imaginación del aitacho no tenía límites, y a cada momento, se le ocurría alguna idea, que curiosamente solía llevar a la práctica involucrando, eso sí, a toda la familia.

            Así pues, una vez terminada la guerra y viendo que ya los veteranos de las guerras carlistas iban desapareciendo, y con ellos los testimonios vivos de esas épocas, pensó en recoger todos los recuerdos que pudiera y montar con ellos un museo, y se puso, o mejor dicho, nos puso a todos manos a la obra. Ya introduje una entrada al respecto que puedes leer pinchando aquí, para seguir ahora el hilo de la historia.

            Dicho y… a hacerlo, mi padre localizó un gran caserón que se alza a un lado de la calle Mercaderes, con traza de palacio, de ladrillo rojo, de estilo navarro-aragonés. Balcones de hierro volantes se abren en la fachada, y en la portada, barroca, labrada en piedra, sobre el gran portón, se alza una estatua de San Juan Bautista, rodeada de escudos nobiliarios y con esta inscripción:

“Este colegio de San Juan Bautista lo fundaron los señores don Juan Bautista Iturralde y doña Manuela Munárriz, su mujer. Año 1734”.
           
            Los señores Marqueses de Munárriz fundaron este seminario, con sus becas, para que en él cursaran la carrera eclesiástica los hijos del valle del Baztán. Al pasar esta antigua fundación al gran Seminario Diocesano, quedó convertido el edificio en el Museo de Recuerdos Históricos, que debió llamarse Museo de las Guerras Carlista, pero por mor de la famosa Unificación, y en evitación que se apoderara de él el Movimiento (para los más jóvenes era el principio motor del Estado en tiempos de Franco y el partido único), con las consecuencias que ello acarrearía, al aitacho se le ocurrió poner el nombre de Recuerdos Históricos.

Fachada del Museo de Recuerdos Históricos. En la entrada pueden verse las figuras de Ignacio Baleztena y su hermana Dolores.

            Mi padre fue el director y su hermana Dolores, tía Lola, “su secretaria”, como le gustaba llamarse, y todos los demás de comparsas, que trasladábamos objetos, clavábamos clavos, chinchetas, poníamos vitrinas, maniquíes… etc. Recorríamos todas las casas en las que se suponía había algún recuerdo, tanto en Pamplona como en los pueblos de Navarra, Guipúzcoa, Vizcaya, Alava, etc. y se llevaban, donde los propietarios lo cedían en depósito a Ignacio Baleztena para el Museo.

            Había un problema importante, el económico. Pidió una ayuda a la Diputación, que se la concedió; por cierto bastante por no decir muy pequeña, pero algo es algo, y quiso que saliera adelante como por una especie de suscripción popular, así que creó los amigos del Museo, socios que pagaban cuotas que iban desde una peseta, las más, hasta 25 pts., las menos, pasando por un duro, dos duros, tres… incluso dos reales o uno, eso sí, de agujero. Lo recuerdo perfectamente, porque por navidades mi tía Lola, que como ya he indicado, hacía las funciones de “secretaria” del aitacho, como decía ella, nos daba a los hermanos pequeños un talonario con los nombres de los benefactores, y allá que nos lanzábamos nosotros casa por casa a recolectar el dinero; claro, siempre caía algún céntimo que otro, algún dulce…

            Después de esta ingente labor, con casi ninguna ayuda de nadie, incluso con la animadversión de muchos, se consiguió inaugurarlo oficialmente el día 1 de julio de 1940, y abrirlo al público. En él se podía visitar: la Sala de Zumalacárregui, la Sala de los Reyes, la Biblioteca, la Sala de Irache, la Sala del Cura de Santa Cruz, la Sala de la Legitimidad, la Sala del Requeté, la Sala de las Banderas, la Sala de la Generalísima, la Capilla, todas ellas repletas de interesantes y valiosos recuerdos, de interesantes y valiosas historias, todo ello desaparecido posteriormente en circunstancias que prefiero no recordar ya que este blog tiene que ser el antídoto de la amargura.

Ya tenía el local, aunque los dineros…, escasos, muy escasos, pero… ¿quién paraba a mi padre? Y empezó la zarabanda. Comenzando por los objetos de la propia casa, de los amigos, conocidos, correligionarios, recorriendo todos los pueblos de Navarra y de los alrededores, incluso de Francia e Italia, escribiendo cartas a todas partes consiguió un abundante material para su proyecto que de una manera somera y con la escasa memoria que me queda voy a intentar explicarlo, haciendo un breve recorrido por sus salas, con fotos de las mismas, en la próxima entrada si Dios quiere.

Ignacio Baleztena Ascárate con la boina y la espada de Carlos VII asomado a un balcón del Museo de Recuerdos Históricos con la Condesa de París. Más adelante hablaremos la relación de la familia Baleztena con los Condes de París.

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