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jueves, 4 de julio de 2013

La terrible historia de Joshemiguelerico y Joshepamunda, ilustrísimos gigantes de Pamplona, por Ignacio Baleztena

Querido lector, metiéndonos ya en harina presanferminera, ya sabes la auténtica pasión que tenía el aitacho por los gigantes. Fue él precisamente el que les puso nombre, les escribió una aleluyas, investigó sus orígenes editando el libreto con su historia que ha servido de base para la mayoría de los estudios posteriores, los bailó, los siguió... Era un auténtico "gigantólogo, gigantozale y gigantolari".

Pero lo que pocos conocen es que por extraños cauces consiguió la verdadera historia de Joshemiguelerico y Joshepamunda (según el nombre que él puso a los reyes europeos) y la escribió en uno de esos papelajos que estoy venga investigar saliéndoseme los ojos de las cuencas. Ahora vas a tener la suerte y fortuna de conocer este escrito de Ignacio Baleztena, mucho sospecho que inédito hasta hoy, en el que narra la desconocida y turbia historia de estos queridos gigantes (no apta para mocetes ni cardiacos).

"HISTORIA DE JOSHEMIGUELERICO Y JOSHEPAMUNDA
 
Entre aquellos pueblos bárbaros que asolaron la Europa y el mundo todo, allá por los años 400 y pico, sobresalía por su ferocidad y salvajismo el de los Lomgobombardinos, cuyo jefe y rey don Joshemiguelerico, era tan majadero y bruto, que a su lado Atila el rey de los Hunos, resultaba un tímido chanchalán.
Para que os forméis una remota idea de hasta que punto llegaba su ferocidad, os contaré la inocente bromica que le ocurrió darle a su esposa el día mismo de la boda.


Los reyes Joshemiguelerico y Joshepamunda pasan por debajo de Casa Baleztena
Había vencido en cruel guerra al rey de los Borgoñoncetes; se apoderó de todas sus tierras y obligó a su hija la bella Joshepamunda a casarse con él. Después de la ceremonia nupcial, en el banquete, ofreció Joshemiguelerico a su esposa en una extraña copa un líquido rojo, vino al parecer. La real consorte al probarlo puso una cara más difícil que la que vosotros ponéis cuando os dan aceite de ricino, pues el brebaje sabía a demonios machacados. El majadero del rey soltó la gran carcajada celebrando su gracia y explicó a su mujer, que lo que acababa de beber era la sangre de su padre a quien acababa de matar, y que la copa estaba hecha con el cráneo del difunto. La pobre señora empezó por desmayarse y terminó por ponerse loca perdida; desde entonces le quedó esa cara que todavía luce bajo su regia diadema.

Este tío, después de vencer y humillar a cuantos reyes y emperadores ceñían corona y empuñaban cetro por Europa quiso meter en cintura al rey de los navarros llamado Iñigo Arista porque se negó a entregarle un tributo de mil kilos de chanchigorri al año. El rey Lomgobombardino juntó un numerosísimo ejército, y al frente de él vino a Navarra, jurando que con la piel de Iñigo Arista había de hacer el forro de un balón con el que jugasen al fut-bol los mocetes de las cantinas escolares de su pueblo.

Llegó a Pamplona y puso sitio a la capital. La ciudad se resistió heroicamente, pero sucumbió al fin, y el majadero de Joshemiguelerico la arrasó y pasó a cuchillo a todos sus habitantes, salvándose tan sólo unos pocos que se refugiaron en el subterráneo del Paseo de Valencia. Gracias a que a Joshemiguelerico no tuvo necesidad de entrar en él para…, que si lo hace ¡menudo salchucho que lleva a cabo!

Iñigo Arista después de estar jugando con él al aludí, alaluví por todas las calles de Pamplona gritándole en cada esquina:

Kirikotan, chapetan
eperrakuketan
baliotez

pudo escaparse. Una vez en las montañas empezó a tocar como un desesperado su cuerno de guerra
y a los belicosos sones
de la trompeta de Iñigo
acudieron los vascones
pa vencer a su enemigo

Al verse el valiente Arista rodeado de sus bravos navarros, los colocó en el desfiladero de Roncesvalles por donde debían pasar los lomgobombardinos, sitio en el que había ya su abuelo arreado la gran paliza al rey Carlomagno. Cuando las tropas invasoras pasaron por el lugar de la emboscada, les salieron al paso los guerreros navarros dando grandes alaridos. Los soldados de Joshemiguelerico se defendieron como tigres, pero los de Iñigo, aunque menores en número, atacaban como leones. La sangre corría a torrentes, por todas partes se veían sesos desparramados, intestinos que culebreaban por el suelo, cabezas que rodaban lanzando ayes lastimeros, como las bochas de casa Cholo, narices desperdigadas que estornudaban como las bocinas de gigantescos autobuses, corazones que botaban por los suelos como pelotitas del ping-pong…

A las dos horas de combate, no quedaba de los enemigos títere con cabeza, sólo permanecía en pié su fiero monarca, quien con su tajante espada abría a cada mandoble ancho y sangriento círculo en su alrededor, partiendo por la cintura a cuantos se encontraban a su alcance. Era un espectáculo horrible al par que divertido, ver la parte superior de los cuerpos partidos revolcarse por los suelos lanzando terribles alaridos de dolor, mientras que la inferior corría alocada sin rumbo fijo, chocando con los árboles y los pacíficos canónigos que paseaban por la carretera.

Al ver que la victoria podía escapársele de las manos, se adelanta el valiente Iñigo y grita a su gigante enemigo:

-¡Eh señor mío! Si es verdad que has jurado hacer con mi piel una pelota de fut-bol, aprovecha la ocasión que aquí estoy yo.

-Lo que te voy a convertir en sémola fina del primer guantazo.

- ¿A mí? ¡Miau!- Respondió Iñigo, que aunque euskaldún, era un tantico chulo.

La lucha recordaba a aquella famosísima que nos habla el Fleury del rey David contra el gigante Goliat, con la diferencia de que el navarro en vez de honda llevaba un tirabeque, que como es natural no hizo más que unas ligeras cosquillas en la frente de su enemigo.

Siguió la lucha cuerpo a cuerpo. Arista con gran agilidad saltaba como una ardilla por encima de la espada del gigante que parecía estar dando a la comba. Iñigo de vez en cuando metía hasta el puño su espada en el ombligo del gigante lo que solo producía en él el efecto de una picadura de pulga. La cosa se iba poniendo feísima y solo podía terminar con la muerte del jefe navarro. Pero un canónigo muy sabio que había en la Colegiata, al ver el mal cariz que presentaba la lucha, se encerró en la biblioteca y se empolló los 5.487 libros que hay en ella, para ver si aprendía alguna estratagema con que vencer a Joshemiguelerico. Lo que él no pudo encontrar en los libros se le ocurrió al hermano campanero, quien seguido de un lego muy fuerte subió a la torre y empezó a bandear la campana más gorda con una vertiginosidad que desvanecía; cuando más furiosas volteaban las campanas, dilín dalán, dilín dalán, le dice el campanero a su compañero: vete corriendo a la leñera y trae el hacha más grande y afilada que encuentres y vente enseguida.

Así lo hizo el otro, y siguiendo las órdenes del campanero, a la de una, a la de dos y a la de tres, ¡zas! de dos hachazos cortó el eje de la campana que salió dando vueltas por el espacio hasta ir a ponerse en la cabeza del gigante como si fuera una bimba. Cayó éste aturdido por el golpe, medio sofocado con la cabeza dentro de la campana y el badajo de ella clavado en el occipucio. Entonces, todos los guerreros se echaron sobre él y le ataron fuertemente con los intestinos de los enemigos que yacían por el suelo.

-Si me soltáis y me desencajáis este gorro que me habéis puesto os perdono la vida, gritaba el rey bárbaro.

-Que te crees tú eso, le decía su rival; antes has de jurar cumplir lo que yo te ordene.

El gigante se resistía a ello, pero a cada no que daba, sus enemigos le pinchaban con las lanzas en las plantas de los pies y le metían avispas dentro de la campana, hasta que visto que no quería rendirse, acabaron por meterle un gato rabioso que se puso tibio de arañarle en la punta de la nariz. Entonces, no pudiendo aguantar más el dolor, se rindió sin condiciones y juró cumplir lo que se le ordenase.

-Pues verás lo que deseo que cumplas. Es necesario que todos los años te presentes en Pamplona por San Fermín en unión de tu esposa y vayáis los dos bailando al son de la gaita delante del Ayuntamiento cuando va a las vísperas y procesión. Y por eso es por lo que vemos pasar todos los años a Josemiguelerico, bailando por las calles que ensangrentó cruelmente cuando tomó y destruyó nuestra ciudad.

Ignacio Baleztena"


Que curioso con lo bueno y pacífico que parece con los chupeticos colgando. Quién iba a decir que tenía tan turbio pasado. En fin, espero que hayas disfrutado de la historia absolutamente verídica, y que estés atento al blog entre que sacas la ropa blanca, el pañuelico rojo y todos los abalorios guardados en ese altillo desde el año pasado, porque aun tendremos alguna referencia sanferminera del aitacho si Dios quiere. ¡Ya falta menos!.

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