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lunes, 1 de julio de 2013

El aitacho, "La Generalísima" y el Desfile de la Victoria en Madrid

Querido lector, en esta entrada voy a transcribir un documento histórico e inédito del Desfile de la Victoria en Madrid el 19 de Mayo de 1939, escrito por tía Lola, hermana del aitacho, en sus memorias:

En vísperas del desfile: "En medio del jolgorio, un nuevo trabajo cayó sobre nuestras espaldas, o mejor dicho, entre nuestros dedos. Se presentó un grupo de requetés, muy excitados, a decirnos que en el desfile a su Tercio de Abárzuza les iban a imponer la camisa azul y estaban dispuestos a negarse rotundamente. Irían en una compañía motorizada, pero no en su Tercio, y añadieron: tenéis que ir las margaritas para hablar con los jefes. ¡Y nos hacía tanta ilusión desfilar en Madrid! Y para demostrar que somos requetés, a pesar de todo, os traemos las camisas y las aspas recortadas para que nos las cosáis, y además, pongáis en medio el escapulario del Sagrado Corazón que también os traemos. Y no pudimos menos que aceptar el trabajo que nos imponían aquellos chicos que tanto confiaban en nosotras.

EL DESFILE DE LA VICTORIA

Amaneció triste y lluvioso. Pero quiso Dios que escampara, y los ángeles debieron de barrer las nubes para que los requetés desde el cielo pudieran contemplar a sus compañeros victoriosos, victoria a la que ellos habían contribuido con la inmolación de sus vidas juveniles.

En el Paseo de la Castellana ocupábamos las margaritas un trecho bastante grande. Estábamos todas con el uniforme blanco de enfermeras, la capa azul y por supuesto, la boina roja, y una ilusión y entusiasmo inenarrable. Participaban en él las unidades más destacadas, y el sol quiso curiosear el acontecimiento y apareció radiante en el cielo caldeando el ambiente. Describirlo resulta imposible. Todos lo hacían marcialmente y los legionarios de una manera muy vistosa y original, arrancando grandes aplausos.

El General Valiño, que mandó las Brigadas de Navarra, ordenó que toda la tropa en ellas encuadrada desfilara con la boina roja y borla amarilla, lo cual animó, aún más, el maravilloso conjunto. A todas aplaudíamos y vitoreábamos con entusiasmo, pero cuando iban a desfilar los requetés, el policía que custodiaba nuestra barrera, muy sonriente, se acercó a nosotras, y nos dijo: "Ahora van a llegar los suyos". ¡Y cómo llegaban!

En las visitas que hacíamos las margaritas a los veteranos de Carlos VII, muchas veces les oimos contar el garbo y el donaire con que desfilaban por los pueblos recién conquistados los batallones carlistas; repique de campanas les saludaban, las casas aparecían engalanadas, pero sobre todo, "las moetas" que entusiasmadas les aplaudían y requebraban por lo fino, ya que siempre fue el valor en los hombres virtud que conquista el corazón de las mujeres.
"¡Resalaus! ¡Virgen y que majos que sois! ¡Más vale un carlista con la boina colorada que cientos de liberales con bayoneta calada! ¡Vivan los valientes! ¡Vivan los nuestros!..., y ellos se erguían y, aunque cansados por el rudo batallar, su paso se hacía más airoso, más arrogante. Los rasgos de la cara y los movimientos suelen quedar impresos en los sucesores como herencia familiar. Así, la Tradición transmite, al natural, rasgos, impulsos, movimientos, constancia en un ideal y valor para defenderlo. Desfilaron los tercios de Montejurra, Navarra, Lacar, San Miguel, Abárzuza, San Fermín…. Al frente de cada uno el Crucifijo que les acompañó toda la campaña, escoltado por las banderas de España y del Requeté; detrás, la fila de comandantes y oficiales, y por fin, los Tercios, con sus respectivos guiones de mando.
El de Montejurra con el Cristo de Limpias (el comandante era de Santander); el de Navarra, con la que les llevamos las margaritas de Pamplona con el lema: "Por este signo vencerás"; y el de Lácar, con la imagen de la Inmaculada, la llevaba un ruso, el barón Wolf, y sabido es que los rusos, aunque cismáticos, son muy devotos de la Santísima Virgen. Los requetés, posesionados de su papel, todos sonriendo, pero si no volvían las cabezas sus ojos se torcían para mirarnos. Uno de ellos, no pudiendo contenerse, rompiendo su uniformidad, lanzó un entusiasta ¡Vivan las margaritas!, y le valiente no quedó sin la contestación: ¡Vivan nuestros requetés! Bien se merecían nuestro entusiasmo y cariño y admiración. Sus boinas rojas sombreaban sus caras bronceadas por el sol, tanto en los campos de labraza de sus pueblos riberos, como el de los campos de batalla, y las borlas amarillas que de ellas pendían, movidas por la brisa, las acariciaban suavemente.

Al contemplarlos así, nuestro entusiasmo se convirtió en locura y se convirtió en locura y se desbordó como el agua que rompe la presa que la contiene; y al paso de los comandantes fue tal nuestro alarido, que unos segundos nada más se paralizó la marcha, y con la de la primera fila la que venía atrás.

En una compañía motorizada divisamos las camisas azules y las boinas rojas. Los ocupantes traían la cara muy triste, y les vitoreamos con delirio, lo cual les consoló mucho y nos miraban con verdadero cariño.

El famoso desfile fue impresionante y lucido, variado, marcial. Las músicas no dejaban de marcar el compás de la marcha con pasodobles garbosos. En fin, apoteósico. Cuando terminó, mi sobrina Roshari y yo caímos agotadas hasta más no poder al suelo…, pero sobre un charco que la lluvia había dejado. Mas, si el agua refrescó nuestros cuerpos, no apagó el fuego de nuestros entusiasmos."


Y mientras tanto, ¿dónde estaba mi padre Ignacio Baleztena?. ¿Desfiló ese día?. Pues desfilar precisamente no, porque se atribuyó a sí mismo un honor. Se erigió en abanderado de "la Generalísima", posiblemente la bandera más emblemática del carlismo. Ni corto ni perezoso se situó vestido de requeté, con boina roja y por supuesto sin camisa azul, delante mismo de la tribuna de autoridades, con la mencionada bandera entre las demás que habían sido seleccionadas para la ceremonia. ¿Cómo lo consiguió?. A saber cómo. Lo cierto es que a muchos no les debió de hacer mucha gracia tanto la indumentaria, como la bandera, que no concordaba bien con el resto de la estética del desfile. ¿Se habría percatado Franco de ese detalle?. No lo sabemos, pero el aitacho estuvo bien orgulloso de su "hazaña".


El aitacho con "La Generalísima" unos días antes en el Cerro de los Ángeles.
Una vez finalizadas las celebraciones tocaba volver por fin a Pamplona, y a la altura de Tudela ocurrió lo siguiente, que nos cuenta de nuevo tía Lola:

"LOS TERCIOS DE REQUETES EN TUDELA
Allí estaban acantonados, y no tenían mayor ilusión que desfilar por la Plaza del Castillo, que había sido base de lanzamiento para emprender el vuelo hacia los campos de batalla. Hubiera sido maravilloso. Todo Navarra se movilizaría para contemplarlo y vitorearlos. Pero, si el Directorio de Primo de Rivera no dejó desfilar a los pobres voluntarios de Carlos VII, tampoco el Directorio de Franco permitió el arrogante y brioso desfile de los Tercios de Requetés forjadores de la victoria… y estaban en Tudela, bien cerca de Pamplona… Cuántas veces solían decirnos en nuestras visitas a los frentes: "Ya veréis cuando desfilemos por la Plaza del Castillo" Tenían gran ilusión en ello, y eso, también les fue negado.
Y ya en Tudela nos despedimos de ellos oficialmente. Por supuesto, con cantares y jotas."


Y entre pitos y flautas llegamos, recién terminada la guerra, a Julio de 1939. ¿Y qué ocurre en Pamplona en Julio?. Lo que todos sabemos que tanto gustaba al aitacho, y veremos en la próxima entrada si Dios quiere.

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