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miércoles, 4 de mayo de 2011

Y la Virgen de Ujue ¡Venga a milagriar! (II)

Querido lector, en relación con las romerías a Ujué, dejábamos al “aitacho” contándonos como durante la invasión napoleónica los franceses pretendían arrasar la villa de Ujué (así que para poder seguir el hilo de la historia te recomiendo que leas previamente la anterior entrada)


Romería de Ujué a principios del Siglo XX.

… Y LA VIRGEN DE UJUE…
¡VENGA A MILAGRIAR! II

Manuscrito de Ignacio Baleztena sobre "y la Virgen de Ujué ¡Venga a milagriar!"
            
El párroco de Ujué, don Casimiro Xabier de Miguel, alma más tarde de la sublevación de Navarra contra el invasor, se paseaba tranquilamente por la sala de su casa, breviario en mano, cuando se le presentó un vecino de la villa, diciendo:

            -Oiga usté don Casimiro, que ahí fuera está un pamplonica que pregunta por usté.

            -Bueno pues, ve y dile que me espere sentado (contestó el buen párroco uxuense, sin dar ni pizca de malicia a la frase).

            -Malicamente ha de poder hacerlo don Casimiro, pues me parece, me parece que en la corrida que se ha pegado desde Pamplona aquí, ha perdido… vamos… lo de sentarse; es un decir.

            Y efectivamente, “Chistorrica” estaba que daba compasión mirarlo. La carrera que se propinó el famoso soldado de Maratón, fue un paseo de comunidad de monjas, comparada con la que se echó al coleto el bravo lasterkari de “Chistorrica”.

            Enterado el párroco de la catástrofe que amenazaba a sus feligreses, recorrió todo el pueblo, casa por casa, a fin de que se aprestaran todos a la defensa, y si ésta no era posible, cuando menos, que abandonaran el pueblo, refugiándose en la sierra con cuanto pudieran llevarse de algún valor.

            Pero los ujuetarras, tan ternes y tranquilos, dijeron que todas aquellas historias no eran más que pavadas del pamplonica, y que no era cosa de molestarse en tomar medidas contra un peligro que sólo en la mente de “Chistorrica” existía.

            Este se desesperó, suplicó, juró por su nombre y por el de todos los chistorricas de su árbol genealógico, que lo que decía, era tan cierto como el que la Virgen de Ujué daba hijos a cuantos matrimonios iban a echar una piedra al pozo de “andalan” de la Basílica, y que él mismo, por sus propios ojos, había visto salir camino de Tafalla, cada soldau francés más grande que la torre de San Cernin… Pero, ¡que si quieres! Los de Ujué, a pesar de hallarse en julio, ¡tan frescos!

            -¡Bueno!, haced lo que se os ponga en esas cabezotas que tenéis, más duras que las bolas del portal de la Taconera; yo ya he cumplido con mi obligación… y ahora, que la virgen de Ujué y la del Camino os protejan si es que lo merecéis; ¡casquetosos, más que casquetosos!

            No bien acababa de soltar “Chistorrica” esta parrafada cuando se oyeron voces de

            -¡Que vienen! ¡ya están encima!...

            Y efectivamente, “ande” la Cruz del Humilladero, aparecieron un montón de húsares franceses, que a todo galope, venían hacia el pueblo.

            -¡Pas de grace aux bragants! Aullaba el jefe que los dirigía.

            Los vecinos de Ujué, los que pudieron, “arrearon” a correr, desparramándose por la sierra en todas direcciones, como conejos al entrar el hurón en el cado. Los que no tuvieron tiempo de hacerlo, se aprestaron a una defensa desesperada e inútil ya por lo tardía.

            Persiguió la caballería a los fugitivos, mientras que la infantería, mandada por el propio Mr. Agniel, rodeaba el pueblo con intención de entrar a degüello en él e incendiarlo. Y sin duda lo habría verificado así, si no por don Casimiro, que conocedor del idioma francés, se personó en el campo contrario, y con sus súplicas, consiguió del jefe francés, no llevase a cabo sus propósitos de muerte e incendio.

            -Me contentaré con saquear todas las casas, dijo Agniel, como gran concesión.

            -P’a lo que s’han de llevar, mejor harán en no molestarsen (dijeron los vecinos cuando don Casimiro les comunicó el resultado de su embajada).

            Y mientras esto sucedía en la villa, los jinetes perseguían encarnizadamente a los fugitivos, con ánimo de degollar a cuantos cayeran en sus manos; pero dado lo escabroso del terreno, muy apto para burlar la persecución de la caballería, y la visible protección que siempre la Virgen de Ujué a dispensado a sus hijos, sólo tres muertos y un herido fueron los que cayeron a los golpes de los feroces húsares de Francia: los muertos fueron: Antonio Pernaut, Antonio Berruelo y Juan Olcoz; y resultó herido de un sablazo y tres balas, Martín Izurra.

            Y aconteció…,

Para saber qué aconteció tendrás que esperar a la próxima entrada si Dios quiere

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