Querido lector, en
esta época estival me he tomado un descanso para escribir el blog, pero de
nuevo, de fiesta en fiesta como ocurre en verano en Navarra, vuelvo al ataque
ante la inminencia de los santiburcios de Leiza. Cuánto disfrutó el aitacho de
estas fiestas: organizándolas, apoyándolas, animándolas. Precisamente sus
primeros pinitos como “gigantozale” comenzaron en 1906, con motivo de las
fiestas patronales de Leiza. Mi padre Ignacio fabricó y paseó dos gigantes y
un cabezudo, y desde entonces éstos fueron compañeros casi inseparables.
Programa de fiestas de San Tiburcio, de Leiza, realizado por Ignacio Baleztena en 1903 |
También en el “Teatro Chopical” que
él mismo construyó en la ganbara de la casa familiar -Petrorena- estrenó en
1907, con motivo de las fiestas patronales de Leiza, su comedia "Bromicas
de Cupido", en donde todo era artesano, desde los decorados hasta el
vestuario. Desde entonces solía organizar y dirigir en fiestas (y el resto del
verano) obras de teatro abiertas a todos los leizarras y veraneantes que
quisieran.
Ignacio Baleztena caracterizado en una obra de teatro |
Y por supuesto se encargó de investigar como archivero e historiador
todo lo relacionado con las fiestas de San Tiburcio, y como fruto de estas
investigaciones publicó esta iruñería en la que narra el origen de los
encierros de toros que tantas veces corrió (sí toros novillos, no vacas ni
vaquillas) en Leiza:
Ignacio Baleztena corriendo el encierro de toros de Leiza (Gentileza de Pablo Feo) |
“TOROS EN LEIZA
Van
llegando a mi poder programas de las fiestas, religiosas y profanas, que las
villas y pueblos de Navarra proyectan celebrar en honor de sus santos patronos.
Entre
los programas, me encuentro con el que anuncia las mezetas de la muy noble, muy
leal villa de Leiza. Tras una cubierta, en la que un artista local ha plasmado
regocijantes peshtales, viene el texto del programa de festejos que nos habla
de celebración de partidos de pelota, concurso de lasterkaris y bersolaris, bailes
del país a los sones de la bancha, chistus y acordeones, tales como la
sokadanza, zorziko, ingurucho, espatandanza…, fuegos artificiales…, etc., etc.
Y entre estos y otros variados festejos, más o menos folklóricos, destacan los
encierros y capeas de novillos, que se verificarán los días comprendidos entre
el 11 y 14 de agosto, día éste último, dedicado a los casados, o sea el
ezkondu-eguna.
Muchos
se extrañan, y aun los hay puritanos, que se rasgan las vestiduras al ver que
esta simpática villa, enclavada en el rincón de la montaña Navarra, celebra las
mezetas de su glorioso patrón con novillos, pues creen, que este acto, es
contrario a las costumbres y usos de nuestros venerables aitonas.
Los que
tal piensan y creen están en un error por demás craso, pues la mocina de esta
simpática villa, tan euskaldún, al correr, brincar y zinzilipurdiar ante los
novillos, no hacen más que seguir las huellas que les dejaron marcadas sus
tatarabuelos.
Basta
con ojear los libros del archivo de la villa para convencerse, que desde el
siglo XVI, cuando menos, los toros constituían el número principal de los
festejos de la villa.
Cojamos
al azar algunas cuentas. En las del año 1578, tropezaremos con la siguiente
partida:
“Dan por
cuenta (los rexidores) haber dado y pagado a Joanes de Plaza, el mediano, dos
ducados por hacer las justas y maderamientos que hizo para las barreras y coso
de los toros…”
En las de 1732, leemos:
“Primeramente dio en data y descargo (el tesorero) ciento y siete reales y ocho
maravedís gastados con los vaqueros por tiempo de la mezeta…, como también un
cántaro de vino que se consumió en la plaza la tarde de los toros…” y sigue luego el vino gastado en festejar a
los danzantes y tres “julares” o chunchuneros que amenizaron las fiestas.
Este
mismo año, festejó la villa la “Victoria del Rey contra el Turco” repartiendo
dieciséis cántaros de vino de Ilzarbe y pan, por valor de 127 reales y ocho
maravedís. Se echaron “ocho reales en cornados a rebucha entre los muchachos”,
y hubo su correspondiente corrida, para la que se destinaron, entre otras
cantidades, 5 reales para pagar a “cuatro mozos que fueron al monte Ariaz a
coger un novillo”.
Cuando
el Real Consejo pidió a los pueblos de Navarra relación de sus gastos
ordinarios, la villa de Leiza le hizo saber, con fecha 13 de junio de 1784 que…
“Los
gastos ordinarios que la villa tiene, con todos sus artífices públicos y demás
sirvientes, como médico, cirujanos, boticario, maestros de primeras letras,
salario del depositario, guarda montes, costiero de las vegas, contadores de
cuentas, jular tambor, limosna de la Santa Casa de Jerusalén, Hospital General
de Nuestra Señora de la Gracia de Zaragoza, San Gregorio Hóstiense, misas en la
basílica de Santa Cruz, bendición de montes y campos, entrega de molinos,
archivo, reconocimiento de setos de las vegas, pesquisas de gitanos y
vagabundos, réditos de censos, cuarteles y alcabalas y FUNCION DE TOROS, todo
mediante a reglamento confirmado por el Real Consejo que asciende a 4.496
reales y 2 maravedís”.
Y así,
de esta manera, continúan las cuentas de la villa, siendo así comprensible, que
los buenos leizarras, siguiendo añejas costumbres, hagan correr en su plaza
novillos de la acreditada ganadería de Lastur y que practiquen con ellos
suertes variadas y originales, no comprendidas en los libros taurómacos de
Pepeillo y Paquiro. Entre éstas, la más notable, es sin duda, la creada y
practicada hace tres años por el gran Urto-Chiki, que muy bien podría
denominarse la suerte del irulario.
Colocábase
el susodicho diestro en medio de la plaza, a pié firme, armado de una colosal
tranca, (en el sentido verdadero de la palabra) y allá, esperaba la embestida
del bravo novillo; cuando éste penetraba en el terreno del lidiador, Urtochiki,
le arreaba con todas sus fuerzas el gran garrotazo en los cuernos, de arriba
abajo, que obligaba al cornúpeta a salir dando volteretas, por los aires, como
un irulario lanzado por un mocete experto en este difícil deporte.
Entre
los mil conthu-contharis que circulan sobre aventuras taurinas, está la del
seminarista que quiso colgar el manteo.
Cuentan,
pero de su veracidad no respondo, que allá por los años 1700 y pico, había en
la villa un estudiante, que convencido de su falta de vocación deseaba colgar
sus hábitos talares, y no encontraba ocasión, ni se hallaba con suficiente
valor para comunicárselo a sus padres, por esas mil razones, que tal vez alguno
de mis lectores sabrán y comprenderán, por experiencia.
Celebrábanse
las fiestas de San Tiburcio, y el buen seminarista se animó a salir a la liza,
después de recogerse la sotana haciendo pasar los faldones a través de los
bolsillos. Citó al novillo que acudió como un chimiste, y como el buen
estudiante no supiese dar a tiempo la remoncha, salió enganchado, sufriendo el
mayor vapuleo y revolcón de que no se tiene noticia haya sufrido otro igual,
doctrino, gramático, filósofo ni teólogo del país vasco. Al volver a su casa a
comer, molido y cariacontecido, fue recibido por su padre, que con cara de
feroche y asarre le largó la gran filípica.
-Padre,-
dijo el taurómaco seminarista-. Pequé contra la disciplina eclesiástica y
contra vos; pero en el vapuleo purgué mi falta. ¡Ah!, pero no son los golpes
los que me duelen.
-Pues
qué te duele, hijo mío, le dijo solícita su compasiva madre.
-Que me
he enterado ahora, de una rigurosa disposición del gran San Pío V que
literalmente dice…
(Y aquí,
el fresco de él largó un latinajo por demás de macarrónico): “Estudiantis que
toreabit taurus in Plaza Pública, seudo cosus taurinus, non potes dicerem
mesam.
-Vetmsuan-Mesam, mesam… Latín
poco entendemos, dijo el padre, pero eso sí, ya hemos comprendido. Que el
estudiante que ha salido a torear, no puede sentarse a la mesa, así que ¡jope!,
y después de añadirle, con el pié en las posaderas, un golpe más a los
propinados por el torete, puso de patitas en la calle al colgador de manteos,
para que de allí en adelante se las compusiese como Dios le diese mejor a
entender.
Tiburcio de Okabio”
Diario de Navarra 5-6-1951
Bueno, pues ya solo me queda desear
que San Tiburcio conceda a todos los leizarras y forasteros unas muy felices
fiestas de gozo y paz, donde la noticia sea la alegría de las mismas. Y en la
próxima entrada seguiré contando cosas del aitacho si Dios quiere.